SOMBRAS DE DIOS (19) La conmoción de Verónica

—Es posible, hermana. Solo Dios conoce del trasfondo que afecta a la familia de los Nebrija. Ahora nos toca cuidar de esta chiquilla. Me temo que no resultará fácil su vuelta a la realidad después de lo ocurrido. Ha sido duro. No olvide que aún no es una adulta en el sentido de la madurez y la experiencia, aunque las circunstancias de la vida la hayan zarandeado de una forma brutal. Viendo esta escena, lo confieso: cuando ese médico se ha llevado a la recién nacida, me he sentido impotente. Le pido al Altísimo para que me inspire y me regale palabras de consuelo para Verónica. Las va a necesitar cuando despierte.

—Que así sea, su reverencia. Por mi parte, voy a estar muy pendiente de ella hasta que se recupere. Mi señora, tengo una duda. ¿Por qué Verónica repitió el nombre de «Beatriz» varias veces antes de agotar sus fuerzas?

—No estoy del todo segura, Concepción —dijo una pensativa Juana—. Tal vez se refiriera al nombre que deseaba darle a su hija antes de perderla. Pero…

—¡Eso es, reverenda madre! —afirmó entusiasmada la otra monja—. Ahora caigo. Su merced comentó antes cómo sentía que la madre fundadora andaba por aquí. ¿Quién podría negar que nuestra Verónica no la viese y que por eso le pidiese ayuda para superar su mal trago?

—Ciertamente. Has estado muy perspicaz. En cualquier caso y cuando recobre la conciencia, le preguntaremos. Quién mejor que ella para despejar nuestra incertidumbre.

Transcurridas cuarenta y ocho horas de aquel trance, Verónica permanecía sumida en un extraño sopor. Nadie, ni siquiera la hermana Concepción, alcanzaba a entender lo que le ocurría a la chiquilla y eso que ella poseía más experiencia por sus conocimientos de enfermería. Cuando la madre Juana se acercó por la celda de la joven a preguntar por su estado, la cuidadora no acertaba a dar una explicación lógica a aquel fenómeno.

—Madre, por más que pienso, no acierto a dilucidar sobre lo que le está sucediendo a Verónica. No ingiere ningún tipo de sólido, salvo algún zumo de frutas o agua. Al menos, no se está deshidratando, pero fijaos en el peso que ha perdido en tan solo dos días. Parece como envejecida, como si hubiese perdido esa luz que, por la juventud, brillaba en su rostro. Ahora mismo y al observarla con detenimiento, ya no es una mujer que está saliendo de su adolescencia sino una persona para la que han pasado los años y que arrastra un terrible trauma del que no sabemos si saldrá. Estoy preocupada, su reverencia. Para completar el cuadro patológico, lleva estas dos jornadas hirviendo de fiebre y de vez en cuando, los delirios se apoderan de su garganta.

—Dios mío —respondió la superiora alarmada mientras juntaba las manos a la altura de su boca—. Esto es más que preocupante. Y… ¿qué dice? ¿Expresa algún mensaje inteligible?

—Hasta ahora, no he logrado entenderla. Solo le he oído expresiones tales como «sí» o «no» y, sobre todo, pronuncia el nombre de «Beatriz» que tal vez se corresponda con el que le dio a su hija tras serle arrebatada.

—Es verdad. No podemos descartar ninguna hipótesis. Está claro que a raíz del parto ha enfermado y lo más inquietante es ese estado de letargo en el que se halla desde que tuvo a la niña. Mirándola, cualquiera diría que está a las puertas de la muerte o quizá de una nueva vida. Hermana, te agradezco de corazón todo el empeño que estás poniendo en cuidar de nuestra visitante. Qué lástima, porque ella es casi como una de nosotras, parte de nuestra familia. Me lo manifestó el primer día que ingresó aquí y han transcurrido de eso varios meses. Siempre estuvo a disposición de la comunidad y nunca nos causó el menor problema. Y créame que por este convento han pasado gente de alta alcurnia mucho más conflictiva. Lo que sí es cierto es que su estado anímico fue empeorando conforme aumentaba el volumen de su barriga. Ahora ya sabemos la causa principal: vivía angustiada por la posibilidad de perder a su hijo, aunque ella ignoraba que se trataba de una cría. Eso la trastocaba y mira ahora cómo se encuentra. Qué pena, Virgen santa.

—Entonces… ¿su merced propone hacer algo concreto?

—Sí, hermana. Vamos a esperar unas horas. Si mañana no experimenta ninguna mejoría, yo me encargaré personalmente de avisar al doctor Mendoza que es el médico que atiende a su familia. Él la conoce desde que nació y, además, la trajo al mundo. Quién mejor que él para determinar su estado de salud y establecer los motivos que la han conducido a este penoso estado. Piensa por un momento en la reacción del conde si le entregamos a su hija pequeña muerta. Sería horrible. No deseo pasar por esa situación tan lamentable.

—Pues me parece una excelente idea, madre. En estos casos extremos, es mejor dejarse guiar por la opinión de los expertos. El señor Alejandro Mendoza hallará el dictamen correcto y nos dará las pautas adecuadas para su tratamiento. Sería una pena que se nos fuera y más con lo joven que es.

—Sin duda. No podemos permitir que Verónica se nos vaya. Sería una tragedia en una chica cuyo único pecado ha sido el de tener devaneos con un joven de su edad. Seguro que se dejó arrastrar, no por una mala voluntad, sino por el peso de los instintos carnales. Quién se iba a imaginar que esa estúpida distracción la conduciría a este estado de desesperación.

—Mi señora, si me permite, me ha venido a la cabeza esa famosa frase que nos habla acerca de que los designios de Dios resultan inescrutables. No quiero quedar ante su merced como una optimista sin fundamentos, pero, desde el corazón, le pido a nuestro Señor que, de toda esta amarga experiencia, salga algo bueno.

—Sí, me uno del todo a tu oración. Es pertinente. Tengamos veinticuatro horas más de paciencia. Le pediré a nuestra Virgen Inmaculada que le dé fuerzas a esta chiquilla para superar este trance.

—Que así sea, madre. Confiemos en Dios para que nos ilumine.

…continuará…

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