ESQUIZOFRENIA (5) Origen

Madrid, 3 de febrero de 1971

Serían poco más de las siete de la mañana, casi a punto de amanecer, cuando Eva salió de su pequeño piso en el centro de la capital. Portaba su carrito de bebé de segunda mano, aunque aún con buen aspecto. Ella se abrigó y a continuación lo hizo también con el recién nacido que iba dentro. La temperatura a esa hora era fría, unos dos grados bajo cero, como correspondía a una mañana de pleno invierno en aquella ciudad. La distancia que Eva tenía previsto recorrer no llegaba a los novecientos metros, justo hasta un viejo convento que existía en la parte antigua de Madrid.

Ella sabía que le iba a dar una y mil vueltas en su cabeza a la grave decisión que había tomado. Sin embargo, tras haberlo meditado en profundidad, ya no podía dar marcha atrás una vez que cerró la puerta de su vivienda. No hallaba otra posibilidad, otro remedio a su situación. Y ¿por qué ese convento?

Principalmente por dos motivos: primero, era el que más cerca le cogía de su piso. Segundo, porque se había informado antes y sabía de la seriedad y la misericordia del grupo de monjas que habitaba en aquel antiguo edificio desde hacía siglos. Eva, por sus convicciones religiosas, en ningún momento se planteó abortar la vida de su hijo. Aquello habría supuesto un crimen imperdonable y se lo habría reprochado durante el resto de su existencia. ¡Qué culpa tendría el crío de sus duras condiciones personales! Ese fue el motivo por el que tomó aquella terrible decisión: dejar a su hijo de pocos días a cargo de aquellas religiosas y que fuese lo que Dios quisiera.

Con este agobio en el corazón, bajó a la calle en el añejo ascensor y una vez en la acera volvió a arropar al crío y se puso en camino. Pretendió pasar lo más desapercibida posible, no fuera a ser que cualquier agente de la autoridad o incluso un sereno, le preguntasen adónde se dirigía a aquella hora y con ese frío con un carrito para bebés. Durante el breve trayecto le dio tiempo de repasar su más que intensa historia desde hacía algo más de un año hasta la fecha actual…

*******

Una noche cualquiera de enero de 1970, un señor llamado Armando penetró en un lugar de alterne de Madrid. El caballero, de buen porte, no llegaba a los cuarenta años y por su aspecto, se le notaba satisfecho consigo mismo, con seguridad en su caminar y convencido de lo que había ido a buscar a aquel local de diversión.

—Señor, ¿me permite su abrigo? —dijo una de las camareras ligera de ropa—. Disponemos para nuestros clientes de un servicio de guardarropa. Así se sentirá usted más cómodo.

—Pues sí. Esto de llevar tanta vestimenta encima es un engorro.

—Disculpe, entonces ¿es su primera vez aquí, en «Le Paradis»?

—¿Eh? ¿Acaso tengo cara de novato? Que conste que he visitado muchos clubes de Madrid y nunca he tenido el más mínimo problema.

—Por supuesto, señor. Le pido disculpas. Verá: cuando llega un distinguido cliente por primera vez, normalmente le recibe Madame Giselle, que es la dueña del negocio. Espero haberme explicado bien.

—Así que «distinguido». Me ha hecho usted reír, señorita, pero admito que siempre viene bien que a uno lo consideren como cliente especial.

—Claro que sí, señor, señor…

—Armando, a su disposición —pronunció el hombre mientras extendía su mano a modo de saludo.

—Muchas gracias, don Armando. Si le parece, siéntese usted donde le parezca y en breve, recibirá la visita de nuestra Madame que le informará amablemente de nuestros servicios.

—Ah, qué bien, muy agradable por su parte.

—Claro, caballero. Voy ahora mismo a la barra y le sirvo una copa de champagne de bienvenida. Así se irá relajando. Disfrute de la estancia. Le aseguro que no se irá de aquí decepcionado. ¡Que usted lo pase bien, señor!

—Me encanta el buen servicio. Voy a sentarme.

—Será un placer. Buenas noches.

No transcurrieron ni cinco minutos cuando una señora de buen ver que aparentaba unos cincuenta años se dirigió al invitado que acababa de entrar.

—Buena noches, don Armando. ¿Cómo está?

—Mis respetos, señora —contestó el hombre mientras que se levantaba ligeramente de su asiento.

—Me presentaré: soy Madame Giselle, la responsable de este negocio. Como resulta habitual en la política de esta empresa, durante unos minutos le acompañaré en la mesa para asesorarle bien sobre el local. Por mi experiencia, trataré de aconsejarle lo mejor posible. Hay que procurar a toda costa que usted, como cliente preferencial, se vaya de «Le Paradis» lo más satisfecho posible. Ese es mi trabajo desde que usted ha entrado por la puerta. Si el señor repite visita, nosotras nos quedaremos encantadas y usted, más. Ahora mismo, lo esencial es encontrarle a la chica perfecta.

—Bueno, está bien eso de ser cliente preferencial. Mejor que sea así que pasar desapercibido. ¿No le parece a usted, Madame?

—Desde luego, don Armando. Ha dado usted con la clave del asunto.

—Y dígame, Madame: ¿tan distinguido me considera?

—Ja, ja, bien sûr, Monsieur. Yo poseo un sexto sentido para estas cosas. Son muchos años estudiando el perfil de mis buenos clientes. Ya me lo advirtió la camarera que le recibió tras examinarle unos segundos. Y yo, simplemente, he confirmado esa hipótesis.

…continuará…

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