LOS OLIVARES (28) ¡Qué desastre!

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Carlos, frustrado por los acontecimientos y dominado por la ira se levantó del sillón empujándolo hacia atrás con energía. Quizá estuvo ilusionado con visitar «Los olivares» al principio, nada más llegar a la finca. Quería estrenar su gramófono y comprobar la acústica de aquella gran sala. Después, se evadió de los problemas con un buen brandy en su mano y un puro habano en su boca. Para su decepción, la escena de aquel día de verano no terminó como había programado.

Con un gran desencanto en sus gestos, salió del salón y se encaminó tambaleándose hacia fuera. La situación no pudo ser más grotesca; al intentar mantenerse recto, realizó un extraño movimiento y golpeó sin intención un jarrón enorme que decoraba la zona. Al caer al suelo la valiosa pieza, se produjo un estruendo terrible.

—¡Dios, qué calamidad! —manifestó en voz baja don Alfonso—. Este chico no sirve ni para mantenerse en pie. ¡Qué desgracia la mía! Con el cariño que yo le tenía a esa vasija. La compré a través de un intermediario de arte y ahora, ahí está, rota en mil pedazos. Esto me recuerda la trayectoria de mi hijo. Pero mírale, si se ha quedado dormido apoyando la espalda sobre la pared.

El marqués atravesó el pasillo y se dirigió hacia la cocina.

—¡Alfonsa, por favor!

—Dígame, su ilustrísima, ¿desea algo de comer?

—No, mujer. Quiero que busques al ama de llaves. Que traiga a dos empleados con ella. Se necesita fuerza para trasladar al bruto de mi hijo. Además de vaciarme la botella del brandy de Jerez, se ha cargado un jarrón y ahora, lo mejor es meterle en la cama y que duerma la borrachera.

—¡Caramba con el señorito Carlos! Estaba bien, pero fue aparecer quien usted sabe y todo se fastidió. Lo confieso, señor marqués: la pobre chiquilla no tuvo nada que ver. Creo que entre ellos no existe mucha simpatía. Esto no viene de ahora. De vez en cuando, cuando él ha viajado hasta la mansión, me ponía a rezar para que no se cruzasen. Es increíble cómo su hijo se emperra en incordiarla. Si me permite, todo se debe a que esa cría es la niña de sus ojos…

—Alfonsa…

—Lo siento, señor marqués. Es que tengo esa manía de observar y opinar de todo.

—Lo sé. Anda, cumple con mi encargo o ese se va a despertar con un dolor de cuello tremendo. Que lo metan en la cama más cercana y le cerráis la puerta de la habitación. Ah, y que recojan con cuidado los trozos del jarrón. Ya veré lo que puedo hacer.

—Sí, ahora mismo.

Un rato después, don Alfonso se dirigió a la casita que existía junto a las caballerizas, donde vivía su ahijada en compañía de sus padres.

—Buenas tardes, por decir algo.

—Uy, señor marqués; buenas tardes —respondió sorprendida Consuelo—. ¿Puedo hacer algo por usted?

—¿Y tu marido?

—Pues está en las cuadras trabajando. ¿Quiere que le avise?

—Ah, no. No te preocupes. Solo quería hablar con mi ahijada y pedirles disculpas a ustedes.

—¿Disculpas, don Alfonso? Creo que no le entiendo.

—Pues mira, Consuelo. Yo no estaba presente cuando sucedieron los hechos, pero, por lo que parece, mi hijo ha tenido un mal día y ha pagado su malestar con Rosarito. Según me contó la niña, mi hijo se sintió incomodado con su presencia y le soltó una torta sin motivo. En fin, siento mucho lo ocurrido. Ya le he dado la correspondiente charla para que esto no vuelva a repetirse. Con sinceridad, me siento avergonzado.

—Bah, no pasa nada, ilustrísima. Esta chiquilla es que es muy atrevida y a veces, no se para a pensar. Es que se mete por todas partes y comprendo que, al señorito, eso no le agrade. Ya le pediré yo explicaciones. Esta cría…

—No, mujer, no hagas eso. Ella es inocente del todo. Yo también tengo mi responsabilidad. Desde que era muy pequeñita le comentaba que podía jugar por donde quisiera, incluida la mansión. ¿Lo entiende ahora?

—SÍ, claro.

—Bueno, ¿dónde está la señorita?

—Ah, disculpe. Está en su cuarto. Creo que está leyendo otro libro de esos que usted le compra.

—Lo dices como si eso te preocupara, Consuelo. Recuerda: «el saber no ocupa lugar». Seguro que todo lo que está aprendiendo ahora le viene muy bien para el día de mañana.

—¡Rosario! Ven aquí enseguida. Alguien pregunta por ti.

—¡Voy, madre! Un momento…

Tras aparecer la adolescente en la salita…

—¿Qué? ¿Cómo está mi Rosarito? ¿Ya te has recuperado del susto?

—Sí, padrino. Ya estoy mejor. Me he comido la mitad de los caramelos que me trajiste. Estaban buenísimos. Lo siento, pero no me he podido resistir.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (28) ¡Qué desastre!»

  1. Dom Afonso é generoso e ama Rosarito (amo esse nome). Carlos parece não estar bem com ele mesmo, não gosta da menina, alimenta raiva que o faz infeliz. Como diz Dom Afonso, Deus tem planos para seus filhos.

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Jue Ene 5 , 2023
—Ay, señor marqués, perdone usted a mi chiquilla. Yo, cada vez que la oigo tutearle, es que se me ponen los pelos de punta. Rosarito, ¡qué falta de respeto es esa! Ya está bien de abusar de la confianza de don Alfonso. —Consuelo, por favor, sabes perfectamente que ella es […]

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