LOS OLIVARES (30) Petición a Dios

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—¿Hay algo más, mi niña?

—Sí. Me cuenta también Teresa que tratará de hablar con él, aunque sea introduciéndose en sus sueños. Esta noche no podrá ser porque ha bebido mucho, pero tratará de hacerlo en los próximos días.

—Ah, qué alegría me produce oír eso, aunque no estoy seguro de que ella pueda hacerse notar ante este hijo mío que tiene cerrada las ventanas de su alma a los buenos consejos.

—Ya no quiere decir más cosas. Cómo nos da ánimos a ambos. ¡Qué agradable es tu mujer, Alfonso!

—No guardes dudas, Rosarito. Que ya son casi veinte años los que llevo sin ella.

—Padrino, te refieres a su cuerpo ¿verdad? Porque ella suele estar contigo, ya sabes cómo . ¿Te digo una cosa, Alfonso?

—¿El qué, hija?

—Teresa se fue de aquí hace ya unos años, cuando parió a Alicia; pues creo que, no mucho tiempo después, cuando ya se dio cuenta de lo que le había ocurrido, le debió suplicar a Dios para no abandonarte nunca, hasta que viniese a recogerte de su mano. No tengo dudas sobre que el Creador le concedió esa petición tan rebosante de amor.

—Que el Señor de los cielos haya escuchado tus palabras, ahijada. Nadie como tú me consuela tanto y alivia el dolor que su ausencia me causa. Has logrado que este día, hasta hace unas horas lúgubre y nostálgico, haya cambiado el tono de su luz grisácea por una más blanca y esperanzadora.

—Que así haya sido. Yo me alegraré por ti.

—Uf, Rosarito. ¡Cuántas experiencias hermosas acumulamos juntos! No sé ni cómo agradecerte tu compañía, ese regalo divino que supuso tu nacimiento entre tantas dificultades. Anda, dame la mano y volvamos. Toma, coge tú la rosa con cuidado, que le he quitado todas las espinas. Cuando llegues a casa se la das a Consuelo y luego, le das un beso. No sabes lo que es tener a tus familiares tan cerca.

—Sí, padrino. Seguro que a mi madre le va a encantar.

*******

Nueve años después, a finales de agosto de 1940 y queriendo despedir el verano, don Alfonso invitó a una comida en «Los olivares» al teniente coronel jefe de la Guardia Civil en la provincia, al párroco del pueblo más cercano y a sus dos hijos.

En la víspera del almuerzo, el marqués y su ahijada estaban dando un pequeño paseo a caballo por los alrededores de la finca…

—Rosarito, recuerda que mañana tengo organizada la comida, esa que normalmente doy en casa cuando se acaba el período de vacaciones. Suele ser una buena época, porque la gente parece que reflexiona cuando se incorpora al trabajo después del descanso. Algunos renuevan sus ideas, y otros se reiteran en ellas. Ya sabes que, por mi posición, he de invitar a personas con responsabilidades y de diferentes órganos sociales.

—Sí, Alfonso, lo entiendo perfectamente. Hay que atender compromisos ineludibles.

—No soy muy amante de este tipo de reuniones, por eso prefiero convocarlas con un reducido grupo de personas. Digamos que son más llevaderas que cuando viene un montón de gente a casa. Si hay algo en lo que profundizar o discutir es mejor hacerlo entre cinco que entre veinte. Hay más confianza en el primer caso. Cuando hablamos de influencias sociales, tarde o temprano los personajes nos encontramos y creo que es buena idea mantener la cordialidad con esos seres de los que depende la autoridad.

—Está claro. Un noble no puede vivir como un ermitaño, aunque a veces, te apetezca. Alfonso, van pasando los años, has recorrido mucho camino y es lógico que te vayas retirando poco a poco de tanto evento social. Sin embargo, lo que comentabas antes es cierto. No puedes ignorar tu posición social y ello te obliga a participar de esos acontecimientos.

—Más de lo que crees, ahijada. Después de esta cruel guerra, de la que ha pasado poco más de un año, vivimos tiempos convulsos. La economía y la moral están por los suelos. Bueno, la de algunos, no tanto, que en los conflictos siempre sonríen los vencedores y lloran los derrotados.

—Nada nuevo bajo el sol mientras que el hombre no avance en su desarrollo ético. Sin ver más allá de su egoísmo y de su orgullo, la historia estará condenada a repetirse.

—Esta ha sido una experiencia brutal y horrible porque se ha producido entre hermanos, entre vecinos o incluso entre amigos que han tenido que tomar posición. Hubo un caldo de cultivo muy extenso, de viejos rencores que se acumularon hasta que, finalmente, estallaron. ¡Y con qué violencia, Dios mío!

—Tienes razón, padrino. Nunca había visto algo semejante, tanto odio suelto por las calles. Y eso que yo he tenido la suerte de vivir en tu palacio, al margen de tanto rencor.

—Gracias a Dios, así es. Incluso en el pueblo hubo ejecuciones. El gobierno del general Primo de Rivera no terminó bien, por mucho que se derrotase a los rifeños y se restableciese el orden en el protectorado de África. Después, la salida del rey me provocó un mal presagio. Ya sabes que no poseo ninguna identidad política. Lo único que me atrae es la evolución del ser humano y la de los que me rodean, un largo camino que no puede atravesarse sin la concordia o la paz, justamente lo que falta ahora mismo en este país. ¿Cómo va a existir la concordia implantada por uno de los bandos? Será artificial y solo se mantendrá por la opresión. Mi niña, cuando consigues una victoria por la fuerza, solo puede ser matenida a través de la fuerza. Yo, así lo veo. Y lo mismo sucede con la idea de la paz. Tampoco la República constituyó el escenario ideal para acercar ideas. Yo sabía que las élites y los militares no iban a consentir por más tiempo las revoluciones, los ataques a la Iglesia, los desórdenes públicos o las proclamas independentistas de algunas regiones de España.

…continuará…

4 comentarios en «LOS OLIVARES (30) Petición a Dios»

  1. Admiro a relação espiritual entre Dom Afonso e Rosário. Que espirito nobre tem Dom Afonso!

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Vie Ene 13 , 2023
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