—Con su permiso, señor marqués… la señorita debe entender de caballos. Me da esa impresión; la he visto montar a esta magnífica yegua y eso ya significa algo.
—Pues claro que entiende, pero… ¿cómo te lo explicaría? No es experta ni tiene tus estudios, pero ha desarrollado un sexto sentido con este tipo de animales. Digamos que tiene mucha mano izquierda y que los caballos le son dóciles. Por ejemplo, «Furia» es su favorita. Desde pequeña, se la «apropió». Era como si Rosario supiera que esa yegua había nacido para ella. ¿Qué te parece el animal, Rubén? ¿Te gusta su aspecto?
—Resulta increíble. Tan blanca y con este pelaje… me quedo sin palabras —añadió el joven mientras que acariciaba a la yegua—. Se nota que la hípica es lo suyo, don Alfonso. Ver a la señorita cabalgando a «Furia», no sé, pero parecía un cuadro de esos antiguos. ¡Vaya sensación!
—Vale, muchacho. Cualquiera diría por tu mirada que te has quedado embelesado con la visión de mi ahijada al llegar aquí montando su yegua. Je, je… y estás aquí para otras cosas.
—Claro, señor. Le pido disculpas. No quería molestarle con mi comentario y mucho menos, incomodar a la señorita Rosario.
—Anda, no te preocupes, Rubén, que no es para tanto —comentó la mujer con aplomo—. Bueno, padrino, les dejo para que ustedes hablen de sus asuntos y continúen con la visita. Me marcho, que no pretendo hacerles perder el tiempo.
—No, Rosarito —añadió con impulso el noble—. Quédate con nosotros, por favor. Así, todo resultará más agradable. Seguro que aprendéis un montón de cosas juntos acerca de mis «niños» de cuatro patas.
—En fin, si me lo pides de ese modo, la verdad es que no puedo negarme. Hay que ver lo persuasivo que puedes ser, Alfonso.
—Ja, ja… disculpa a mi ahijada, Rubén. Desde que era una cría, siempre la dejé que me tutease. Qué curioso, porque ni siquiera doña Alicia o mi otro hijo se atreven. Lo que son las cosas, pero es que entre nosotros existe mucha confianza.
—Sí, ya me he dado cuenta. Se aprecia una gran afinidad entre ustedes.
Todos rieron ante la ocurrencia imprevista del joven veterinario, que, a su manera, supo captar la complicidad entre el aristócrata y Rosarito. De esta forma y en un ambiente más que distendido, los tres se dispusieron a realizar aquella necesaria visita para que Rubén se hiciese una idea sobre su futuro trabajo.
A la mañana siguiente, cuando el chico acudió a la finca de «Los olivares» para valorar el estado de los animales, Rosario se hallaba bien despierta en la habitación que tenía en la casa de sus padres, junto a las caballerizas. En cuanto le vio, se hizo la encontradiza para aprovechar la ocasión y coincidir con él. Luego, llamó por teléfono a Alicia, ya que deseaba almorzar con ella para comentarle en persona un asunto que según sus palabras «no admitía demora». A la hora convenida…
—¿Eh? Hermanita, ¡vaya, qué buen aspecto presentas! Estás espléndida. Seguro que hoy no te duele la cabeza.
—Pues no —admitió Rosarito mientras que emitía un gesto de complicidad—. Esta vez me noto despejada y sin interferencias. Por fortuna, hoy no te traigo malas noticias, sino que vengo a hablarte de cuestiones más positivas.
—Anda, pues qué bien. Últimamente, tus jaquecas se repetían. Y sé que la situación de mi padre era motivo más que suficiente para que ambas nos preocupásemos. Sentémonos en el porche que hoy está el día templado. Ah, y ábreme esa caja de sorpresas que es tu alma. Me siento curiosa.
—Empezaré con una introducción que te dará alguna pista. ¿Sabes una cosa? Se trata de un tema sobre el que no le daría ningún dato al señor marqués.
—Pues ya es raro, porque tú se lo cuentas todo a mi padre. Debe ser algo muy especial y yo me siento halagada de que hayas venido a mi casa a darme la primicia.
—Vas a ser la primera persona con quien lo hable porque es un asunto a tratar de mujer a mujer. Por la familiaridad que tenemos, pronto lo entenderás.
—¡Venga ya, Rosarito! Ahora caigo. Conociéndote… ¿cómo he podido estar tan ciega? Lo he visto en tu mirada en cuanto has llegado, lo que pasa es que no quería arriesgarme con el diagnóstico, que luego una se equivoca y eso no me gusta. Ja, ja… entonces… el señorito Rubén te ha hecho cosquillas por dentro… Eres humana, caramba.
Al comprobar el color carmesí de sus mejillas y la sonriente expresión que Rosarito configuró en su rostro mientras que dirigía sus ojos al cielo, Alicia no pudo evitar dar dos palmadas de complicidad sobre sus piernas, justificando plenamente la opinión vertida acerca de su íntima amiga.
—Resulta increíble, mi niña. Pero si solo le has visto una vez. ¿Cómo es posible? Ja, ja, debe ser que Cupido ha sido certero y ha atravesado tu corazón con la mejor de sus flechas… No hay otra explicación.
—Alicia, le he visto dos veces, la última hace tan solo un rato. ¿Sabes una cosa? No he pegado ojo esta noche tan solo pensando en él. Tan solo ardía en deseos de encontrarme con Rubén de nuevo. Sabía que regresaría esta mañana porque así lo acordó con Alfonso. En cuanto le vi desde mi habitación, salí de casa y me hice la encontradiza. Fíjate si ya tenía el corazón acelerado que solo quería demostrarme a mí misma si lo de ayer era una simple fantasía o si en realidad, existía un sentimiento fuerte al que agarrarme. Y sí, es así, me he notado a su lado tan perturbada como cuando le conocí ayer.
—¡Ay, Dios mío, que mi hermanita se ha enamorado! ¡Qué gran noticia! Anda, échame vino en la copa, que esto hay que celebrarlo. Por fin, una excelente novedad. No sabes cómo me alegro por ti. Venga, suelta, que estoy intrigadísima.
…continuará…
Rosário se apaixonou perdidamente. Mas parecer que Ruben se encantou por Rosário. O amor é lindo, mas quando muito intenso pode ser trabalhoso. Muitas vezes o outro não está sentindo o mesmo por você e aí bate a tristeza. Compartilha mesmo com as pessoas, seus sentimentos, além de fazer bem a você te ajuda a compreender melhor o que você está sentindo.
Sim, Cidinha. O amor pode ser complicado se não for correspondido, Vamos esperar o que acontece com esse sentimento tão intenso que está percebendo a Rosarito no seu interior. Abraços, amiga.