—Mira, antes de que cruces ese umbral, te garantizo la veracidad de ese dato que acabas de exponer. Aquí no vas a tener paz, en el sentido de que vas a estar muy ocupado y lo de descansar, pues lo mismo. Espero que disfrutes de tu nuevo trabajo. En fin, ya estamos aquí. Por favor, el caballero, primero.
—¿Yo? —preguntó inquieto el psicólogo—. ¿Debo pasar yo el primero?
—Sí, hombre, entra sin miedo. Tú eres el invitado, el que se ha «muerto». Yo, la verdad, llevo ya años haciendo este tipo de trabajo, conduciendo a almas como tú a su nuevo hogar. Además, ¿no querrás hacer esperar a nuestro conocido, verdad?
—¡Ah, no! Por nada del mundo. No me gusta esperar, lo admito. Por eso mismo, no me gusta probar la paciencia de los demás haciéndoles esperar. Eso sería una falta de delicadeza.
Fue así como David Sánchez, armándose de valor ante lo desconocido, se dispuso a actuar y dio un largo paso al frente, tras lo cual, le tocó el turno a Viktor, que también atravesó la puerta. Tras un breve intervalo de tiempo para acostumbrarse a la intensa luminosidad del espacio hacia el que habían penetrado, se escuchó la temblorosa voz del psicólogo…
—Pero, pero… Dios mío… ¡No puede ser! Es increíble. ¡Profesor Ellis! Qué gran honor. ¿Cómo usted por aquí? Estoy emocionado —acertó a expresar David entre lágrimas—. Ha sido traspasar esa puerta y encontrarme nada más y nada menos que con uno de los mejores psicólogos de la historia. De veras, es que no tengo palabras…
—Caramba, chico, recupérate de la emoción. Parece que vas a desmayarte. En cualquier caso, el honor es mío. Venga, si tanto te alegras de verme… ¿me darás un abrazo?
—Pues claro que sí, qué torpeza la mía. Discúlpeme si me he quedado estupefacto tras esta gran sorpresa.
—¿Estupefacto? ¿Por qué? —preguntó el profesor Albert Ellis.
—Es que la primera persona que me encuentro tras cruzar esa puerta luminosa es nada menos que usted, alguien que cambió mi vida. Si supiera cómo influyó en mi trayectoria profesional, en mi trato con mis pacientes. Lo recuerdo perfectamente desde mis tiempos en la universidad: fue empezar a estudiar su teoría y experimenté un «flechazo» inmediato. Me enamoré de sus libros, de todo ese cuerpo teórico que usted creó y ya nunca más me pude separar de esos postulados que daban sentido a mi realidad y a la de mis clientes. Y resulta que, llego yo aquí, y lo primero que hago es abrazar con entera libertad al padre de la Terapia Racional Emotiva.
—Tranquilo, hombre, yo solo usé mi experiencia y todo lo que había aprendido para darle un buen meneo a una psicología que andaba un poco desorientada, al igual que yo en mis comienzos.
—Y, entonces, ¿cuánto tiempo lleva usted por aquí?
—Bueno, si nos regimos por el tiempo de nuestro antiguo planeta, unos doce años, aproximadamente. De todas formas, ya verás cómo esto de contar fechas se relativizará. Digamos que en esta dimensión espiritual, el tiempo «corre» diferente. Recuerda que me despedí de tu antiguo plano en 2007 o ¿ya se te han olvidado las cuentas?
—Sí, es cierto, profesor. Cómo me afectó su muerte. Me entristeció muchísimo.
—Venga ya, chico. No pensarías que yo realmente estaba muerto. Je, je, pues resulta que somos inmortales.
—¿Eh?… Ja, ja… qué buen sentido del humor tiene, señor. La verdad es que le noto muy rejuvenecido. Claro, le estoy comparando con las últimas fotos que recuerdo de usted.
—Es un misterio —afirmó Ellis entre risas—, porque en este lugar no existen clínicas para estirar las arrugas ni para infiltrar bótox debajo de la piel. Ya comprobarás que aquí, uno tiene el aspecto con el que se identifica, ese que sale directamente del alma y que nos singulariza entre los demás. También te pasará a ti.
—Interesante reflexión. Y ¿qué se supone que voy a hacer aquí, profesor?
—Es un proceso largo, amigo. Primero, tendrás que familiarizarte con el ambiente y luego, aprender un montón de cosas nuevas. Siendo sincero, tienes un desafío descomunal por delante, pero por lo que sé de ti, creo que aprovecharás tu tiempo adecuadamente. Por cierto, enhorabuena por el proceso terapéutico que completaste con tu más reciente paciente. Me informó Viktor de tus progresos y de los de Alonso. La verdad es que aplicaste muy bien los principios de la Terapia Racional Emotiva. Me sentí muy bien cuando recibí esas noticias. Además de mí, hay otros colegas que también te aconsejarán y con los que podrás intercambiar impresiones. No vas a estar solo, querido compañero.
—¿A qué se refiere exactamente con lo de aprender cosas nuevas? Yo, en mi última fase, cursé un máster en Psicología Clínica y estaba al tanto de las más recientes novedades de su terapia.
—Lo sé, David. Sin embargo, aquí estamos más adelantados en ese aspecto. Por resumirlo, nuestro equipo se anticipa a las cosas.
—¿Anticiparse?
—Sí, eso es. Formamos a nuestros próximos terapeutas para que, luego, cuando vuelvan a la existencia material, puedan aplicar todos esos conocimientos para atender y curar a más y más personas con problemas. Ya ves que la mente no deja de ser un misterio y que surgen nuevos retos que hay que afrontar. Tú has sido seleccionado para completar esa formación que, sin duda, constituirá una gran motivación en tus ansias de aprendizaje.
—¿Volver a la existencia? —preguntó extrañado David mientras que miraba de reojo a su antiguo profesor post mortem—. ¿Me he perdido algo importante, Viktor? No me habías contado nada al respecto.
…continuará…
Maravilloso reencuentro!que gran satisfaccion volver a amar, compartir, aprender,emocionante!!!
David entra fulgurate en una nueva etapa donde ¡sorpresa! tendrá que seguir trabajando. Abrazos, Mora.
Que belo capítulo! É um verdadeiro manual de vida que nos orienta para termos decisões mais acertadas em nossas vidas.
A vida deve continuar; nossa aprendizagem é infinita. Abraços, Cidinha.