EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (94) Volveré…

6

Durante unos segundos, un silencio impresionante se apoderó de la estancia. Sandra no sabía ni dónde mirar, ni siquiera lo que hacer, hasta que decidió abandonarse a aquella sensación que la embargaba y cerró sus ojos para concentrarse mejor en las caricias de su antiguo compañero de vida. Solo la voz quebrada del maestro le dio un color especial a la escena:

—¡David! ¡Escúchame, amigo! Viéndote, esta tarde puedo proclamar que he perdido el miedo a la muerte. No existe nada en el mundo como el amor que se siente por alguien. Que Dios te bendiga siempre.

—Y a ti también, Alonso. Ha transcurrido el tiempo y ya lo ves, continúo pensando y emocionándome y sobre todo, amando. Esto es ser inmortal. Nunca podremos morir. Ya sabes lo que significa eso, porque el amor nos hace eternos.

—Uy, perdona, Sandra, me he quedado obnubilado contemplando la maravillosa visión de tu marido junto a ti, como si fueseis un solo cuerpo envuelto por el afecto. Él está muy emocionado y qué reflejo tan bonito hay en la luz que os rodea. No hay palabras, de veras… Te dice que la muerte no existe, que somos inmortales y que, aunque no tenga un cuerpo como el tuyo, él es capaz de sentirte y de pensar en ti. De hecho, y esto lo añado yo, creo que es lo que ha hecho David casi todo el tiempo desde que se fue, pensar en un reencuentro con los dos seres a los que más quería.

—¡Dios mío, es maravilloso! —respondió entre gemidos la mujer—. Por favor, dile que le amo con toda mi alma, con todo mi ser y que le echo de menos como nunca pude imaginar.

—Tranquila, eso no hace falta. Puedes hablar directamente con él y contarle lo que desees. Él te oye y te ve como yo a ti.

—David, mi amor, aunque mis ojos no te vean, te siento como cuando soñaba contigo al principio de conocernos. Lo estoy pasando tan mal en tu ausencia… Ya sé que no es el momento de reproches, pero… ¿por qué?… ¿Por qué, cariño? Te necesitamos tanto, las dos estamos tan perdidas que no sé si podremos salir adelante sin ti…

Mientras que Alonso le iba «traduciendo» a la mujer todo lo que David le iba diciendo, apareció de nuevo la pequeña de la casa…

—Mamá, papá está llorando como tú, pero yo sé que es de alegría, por haber vuelto a casa. Por eso no hace más que acariciarte y darte besos. ¡Qué bueno que estés en casa, papi! ¡Ya nunca más volveremos a separarnos! ¿Vale?

—Te lo prometo, Paula. Tu padre siempre estará contigo, pero quiero que sepas una cosa.

—¿El qué? —preguntó con gesto de curiosidad la cría.

—Que si tengo que salir otra vez de viaje, yo me acordaré en todo momento de ti y te querré como si estuviese a tu lado, observándote todo el tiempo, da igual que estés en la escuela, aquí en casa o con tus amigas jugando. Tienes que saber una cosa: yo siempre estaré junto a ti.

—Sí, lo sé. Pero no te vas a volver a ir ¿verdad, papi?

—Mira, Paula. Tengo que contarte un secreto. Ahí fuera, me necesitan mucho. Ya sabes que me dedico a curar a las personas. ¿Es que no te acuerdas de ese despacho que yo te enseñé un día donde venían las personas a contarme sus problemas?

—Sí, es verdad. Me llevaste una vez y me tumbé en ese sillón tan grande y tan cómodo que tenías. Era tan bueno que cuando me eché en él casi me quedo dormida. Fue muy divertido.

—Vale, pues piensa que tengo una cola de gente muy larga y que están esperando para que yo les atienda. Es así, mi niña. Cada vez me buscan más, me necesitan y yo no puedo dejar de ayudarles. ¿Me comprendes, mi amor?

—Sí, papi. Yo sé que tú eres muy bueno. Pero al menos te dejarán dormir aquí en casa. ¿No? Es que por las noches se duerme, no se trabaja. Por eso vamos a clase solo durante el día.

—Vale, tomo nota de eso, Paula. Estoy pensando que quizá venga a visitarte de noche de vez en cuando. Sí, eso es, vendré a verte en sueños y me pondré a jugar contigo, para que sigas enseñándome esos dibujos tan bonitos que haces. ¿Qué te parece?

—Me da igual, papi. Yo lo que quiero es que vengas a verme.

—David —intervino Sandra mientras que miraba hacia el lugar donde ella pensaba que estaría situado su marido—. ¿Por qué, mi amor?

—No lo sé, cariño. Debió ser una mala noche, había un temporal de agua y viento, el coche se me escurrió y solo recuerdo las tremendas vueltas que di hasta el topetazo final. Luego, perdí la noción del tiempo. Gracias a Dios, no estaba solo. Recibí ayuda. Un señor muy sabio me dio ánimos, me protegió, me acompañó, incluso me mostró un lugar para descansar. Yo intenté venir aquí, quería veros, hablar con vosotras y deciros que seguía vivo, aunque de otra forma. Sentí la impotencia en primera persona, por la frustración que me produjo no poder acceder a mi propio hogar. Cuando estaba más desesperado, ese hombre que me ayudó me dijo que había una solución. Yo tenía que conocer y tratar desde mis conocimientos psicológicos a un hombre muy especial: lo tienes delante de ti y se llama Alonso. Como ya intuyes, él no es médico ni ha trabajado conmigo en la consulta, pero estaba pasando por una mala época con diversos problemas de ánimo y de ansiedad. Si accedía realizando una terapia con él, yo podría comunicarme con vosotras. ¿Lo entiendes ahora, mi amor? Todo fue bien y gracias a su colaboración, hoy puedo decir que estoy aquí. Sin él, habría resultado imposible. Y esto, para mí, es un sueño hecho realidad.

…continuará…

6 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (94) Volveré…»

  1. Sensacional. Sobre o amor“ é tudo em nossas vidas”. Ajudar, proteger, ouvir, dar a mão, abraçar, se dedicar, tudo isso é um ato de amor. Viver é um ato de amor.

  2. Sensacional. Sobre o amor“ é tudo em nossas vidas”. Ajudar, proteger, ouvir, dar a mão, abraçar, se dedicar, tudo isso é um ato de amor. Viver é um ato de amor. Parabéns pelo maravilhoso capítulo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (95) La caja misteriosa

Mié Ago 17 , 2022
—Y pensar que casi te echo de casa —expresó Sandra con gesto de preocupación—. Creí de veras que tenía motivos para sospechar y ahora, me avergüenzo por mi falta de confianza. —Tranquila, mujer. Incómodo me sentía yo cuando hablaba contigo por teléfono. No se me da bien mentir y soy […]

Puede que te guste