Querido lector: el título de este artículo podría dar lugar a confusión. Nada más lejos de mi intención. Personalmente, no creo en los pasos atrás. Soy de la opinión de que lo peor que nos puede ocurrir, como seres dotados de inteligencia y de libre albedrío, es estancarnos, pues todos estamos llamados a la evolución. En este sentido, una vez que hemos aprendido y consolidado el aprendizaje de una cualidad, esta no se pierde. Los frutos recogidos tras el trabajo de una buena siembra son imperecederos. Tendrán su efecto práctico en esta dimensión y por supuesto, constituirán nuestra mejor tarjeta de presentación en el más allá. ¿Habrá algo más hermoso que ser recibidos con una grata sonrisa por nuestros hermanos que moran en el plano espiritual, nuestra verdadera casa?
Esto es similar a lo que le sucede al crío que comienza a dar sus primeros pasos. Se cae una y mil veces, tropieza y se levanta, pero jamás decae en su empeño porque su espíritu sabe que debe aprender a andar solo. Una vez que a base de esfuerzo y tesón cultiva esa destreza, nadie más en su vida tendrá que enseñarle a caminar. Pasa algo parecido con el saltador de altura, longitud o pértiga. ¡Quién no ha seguido en un estadio o por televisión ese curioso ritual que desenvuelve cada deportista antes de efectuar un salto! Previo a iniciar la carrera, se concentra, reflexiona, su mirada se centra en el objetivo, respira hondo y en muchos casos, efectúa un pequeño paso hacia atrás que le proporciona el impulso necesario para batir su marca venciendo el desafío que el obstáculo representaba.
Me encanta esta comparativa porque puede resultar un proceso similar al que desarrollamos cuando queremos acabar con una mala costumbre o superar las consecuencias de un error cometido en el pasado. Al principio tenemos la triste sensación de que hemos dado un paso atrás en nuestra ruta, pero si sabemos recomponernos y extraer las conclusiones oportunas, nos daremos cuenta de que solo nos hemos movido un poco hacia atrás para tomar aliento y luego saltar hacia delante, es decir, para proseguir con más fuerza nuestro trayecto evolutivo. Esta es una de las grandes leyes que afectan al ser humano, viva donde viva, con independencia de su origen o estado: hay algo dentro de nosotros, la conciencia, que tarde o temprano, como una voz interior que nos susurra, nos empuja hacia el progreso. Ese es el inmortal camino de aprendizaje que todo ser tiene por delante. Lo contrario, la persistencia en el estancamiento, ya sabemos adónde nos conduce: al dolor, esa sensación de sufrimiento que nos abate la moral y que solo podemos vencer con una fuerte iniciativa para cambiar y seguir transformándonos.
Como estamos a punto de finalizar 2015, voy a hablar de una técnica fácil de entender que nos llevará a empezar el nuevo año con la mejor de las intenciones. Se trata de cambiar lo que en estos últimos doce meses o incluso antes no nos haya funcionado o dicho en otras palabras, elaborar un proyecto concreto para modificar aquello que nos impide coger velocidad en nuestra travesía vital. Para ello, tomaremos prestados muchos conceptos de la Psicología que como ciencia de la conducta, nos pueden ayudar en este sano proyecto de mejorar como personas.
Mirando atrás, durante este año nos habrán sucedido muchas cosas, pues habremos tomado multitud de decisiones. Aciertos y errores se habrán mezclado pues forman parte de nuestra condición imperfecta. Pero estamos aquí para avanzar y como es lógico, vamos a diseñar un plan que nos conduzca a esa mejora. Está más que demostrado que para empezar con buen pie una temporada, es muy importante encontrar el momento justo en el que abordar ese proceso de cambio. Para ello, resulta útil iniciar nuestra labor vinculándola a una fecha señalada. Siempre tiene más fuerza un propósito si lo emprendemos cuando se aproxima nuestro cumpleaños, o un aniversario significativo para nosotros, o simplemente y como ocurre en estos días, aprovechando que se inicia un nuevo año de andadura. Esta motivación nos aportará un “plus” de intensidad que siempre nos va a venir muy bien.
Dejar de fumar, perder peso, empezar a practicar un nuevo deporte o comenzar con unos estudios son ejemplo de ello. En verdad, da igual el hábito por el que nos decidamos, porque el plan que vamos a elaborar servirá para instaurar en nosotros un nuevo comportamiento, con independencia del área que se trate. Veamos ya los pasos.
a) Primero y como es obvio, debemos considerar el aspecto motivacional. ¿De verdad que tenemos la seria intención de cambiar o se trata de un simple brindis al sol sin efectos prácticos? Si no estamos lo suficientemente seguros es mejor no perder el tiempo. Sin convicción, la fuerza de nuestro arranque se diluirá como un azucarillo en el agua y lo único que conseguiremos será frustrarnos y experimentar una gran decepción. Por tanto, lo prioritario es estar bien convencidos de que queremos cambiar, contar con ese firme propósito de desarrollar algo nuevo considerando que no solo nos va a afectar a nosotros sino también a las personas que nos rodean.
b) Una vez que nos hemos decidido por dar ese paso de importancia, adelante pues. Nada de distracciones ni de demoras. Cuanto antes nos pongamos a trabajar, mucho mejor. Así no perderemos ese empuje inicial por transformarnos. Una observación: hemos de ser conscientes que en cuanto queramos cambiar, van a surgir una serie de obstáculos que van a poner a prueba nuestro deseo de avanzar. Al igual que los cuerpos deben superar una inercia para moverse, a nosotros nos va a ocurrir exactamente lo mismo, pues no es fácil alterar la rutina con la que tal vez llevamos conviviendo meses o años. De ahí la importancia de buscar el momento más oportuno y de contar con un alto nivel de motivación para terminar con nuestro estancamiento.
c) Hay que definir con claridad aquello que pretendemos conseguir para no perdernos en generalidades. En este sentido, no basta con querer ser “mejor” pues este mensaje resulta ambiguo porque simplemente no especifica nada, no concreta con exactitud aquello por lo que vamos a luchar. Por tanto, nos vamos a tomar la pequeña molestia de escribir en un papel qué es aquello que deseamos obtener. Olvidémonos de usar términos en “negativa” pues a nuestra mente le resulta mucho más sencillo definir las cosas en “positivo”. No es lo mismo hablar de “voy a perder kilos” que establecer “voy a alimentarme adecuadamente para conseguir un peso equilibrado”. Tampoco suena igual la expresión “voy a ser menos egoísta” que esta otra: “voy a ser más generoso con los demás”. Como veis, las segundas definiciones son mucho más prácticas y más simples de entender que las primeras. Para facilitar la comprensión de este proceso, nos vamos a fijar en un ejemplo y de este modo, escribiremos en la hoja: “este año quiero mejorar la relación con mi pareja”. Si esto es así es porque tenemos constancia de que las cosas con la otra persona no han ido muy bien durante la última etapa. De ahí el que pretendamos un cambio.
Mañana, último día del año, publicaré la segunda y última parte de este método para hacer realidad nuestra transformación.
…continuará…