Escribir es fácil… si sabes cómo (I)

         

Hoy quiero compartir con vosotros mi mejor técnica a la hora de escribir acerca de la Doctrina, de los espíritus o simplemente, sobre nuestra vida en el plano físico. Para la persona sin experiencia tal vez resulte una labor ardua, complicada, que no está dispuesta a poner en práctica. Sin embargo, siempre existe una primera ocasión, un momento en el que durante una apacible tarde o en una buena mañana, de pronto descubres que quieres plasmar un pensamiento sobre un papel a través de tu mano y te pones a ello. Empecemos pues.

Lo primero a señalar es que jamás permanecemos solos. Bien es cierto que la mayoría de las personas no ven ni escuchan nada desde la otra dimensión, aparentemente, pero eso no significa que los espíritus no nos observen o nos ignoren. Ellos se sienten atraídos por nosotros en función de la vibración que irradiamos. En este sentido y como en otros campos de actuación humana, la ley de afinidad funciona a la perfección. Así, si emitimos señales negativas rápidamente tendremos a nuestro lado a un grupo de “desencarnados” que habrá sintonizado con nuestra frecuencia y que además de alimentarse de las nuestras, van a “contagiarnos” también con sus pensamientos más problemáticos.

Esto resulta tan sencillo de entender como cuando enciendes la radio y comienzas a mover el dial hasta que hallas una emisora que te interesa. La sintonización siempre existe, otra cosa es que lo que captas sea lo más adecuado para ti. En cambio, cuando tus vibraciones son positivas, como los sentimientos de amor, de alegría o de optimismo, las “criaturas” que acuden a tu alrededor son aquellas que “conectan” velozmente con esas ondas que tú mismo estás transmitiendo al espacio. Parece claro por todo esto que el pensamiento es una fuerza de valor incalculable, la más importante del Universo y que acorde a lo que salga de nuestra mente, así será lo que vendrá a nuestro lado. Una de las filosofías que más sabe del funcionamiento de la mente humana es la budista, de modo que 2500 años después del paso de su fundador por nuestro planeta, Siddharta Gautama, la frase “eres lo que piensas y te conviertes en lo que piensas” continúa estando de rabiosa actualidad.

Los espíritus, sean del tipo que sean, trabajan sobre el pensamiento, no se dedican a construir apartamentos, a labrar el campo o a vender fruta en el mercado. Su acción es propiamente mental porque es su terreno de actuación. La conclusión es evidente: nuestra calidad de vida va a depender muchísimo de las ideas que se instalen en nuestra cabeza. En otras palabras, los pensamientos asociados a la negatividad atraen a seres negativos y estos se encargan de alimentar ese bucle infernal en el que el lema “cuanto peor, mejor” se asienta sobre nuestra existencia con una inusitada fuerza. Si no entendemos esta forma de cómo se desenvuelve la realidad, si no permanecemos vigilantes ante las ideas que discurren por nuestra mente, es probable que caigamos en la desidia, en la pasividad, y que demos lugar a que penetre en nosotros cualquier tipo de influencia poco recomendable desde el otro plano. De alguna forma, le abrimos la puerta de par en par a cualquier criatura malvada que va a disfrutar, dada su escasa moralidad, atormentándonos con su dominio fatal sobre nuestra psique.

Vamos a centrarnos ahora en el fenómeno de la escritura y para el que contamos con dos supuestos.

Primera posibilidad: podemos tener una idea que desde hace días ronda nuestro juicio y que queremos reflejar en un papel. Hay que relajarse, encontrar el instante óptimo del día, sentarse en el lugar adecuado, respirar a un ritmo pausado durante unos minutos y a continuación empezar a mover la mano sobre la hoja. No importa que nuestros argumentos ocupen pocas o muchas líneas, lo esencial es hilar los planteamientos. Por ejemplo, podemos empezar haciendo una pequeña introducción sobre el tema a tratar, es decir, la motivación que nos ha llevado a escribir sobre un asunto en concreto. Luego llega la hora de desarrollar esa idea con una serie de razones, o sea, es aquel momento en el que nos sumergimos de lleno en la materia y contamos a través de las palabras lo que realmente está en nuestra cabeza. Por último, resulta muy conveniente realizar una conclusión donde podamos resumir en pocas letras qué hemos pretendido conseguir con lo que hemos redactado y adónde hemos llegado con nuestro mensaje. En este supuesto, lo que hemos recogido como escritura es de nuestra propia cosecha. Para algo tenemos la capacidad de razonar.

La segunda contingencia tiene que ver con la influencia del plano inmaterial. Si los espíritus detectan en nosotros la posibilidad de valerse de nuestro puño y letra para comunicar algún tipo de comunicación, no tengáis ninguna duda: hallarán la coyuntura adecuada para hacerlo. Esto no anula en absoluto nuestro libre albedrío, pues siempre queda en nuestra voluntad aceptar o no esa propuesta efectuada por los “desencarnados”. Como es obvio, cuanto mejores sean nuestras compañías del otro lado, más calidad tendrán los mensajes que recibamos. Esto se halla en clara relación con lo que hablábamos al principio. La ley de afinidad funciona aquí de nuevo con gran precisión. Pensemos con sentido común. ¿Qué tipo de comunicaciones puede recibir un sujeto que se halle a menudo abandonado al consumo de las sustancias tóxicas? No existe la menor incertidumbre: sus habituales compañías no le impulsarán a escribir nada. ¿Para qué? Veamos algunas de las frases que le van a inspirar:

—“Lo mejor es que continúes consumiendo”

—“Este es tu estado ideal, sigue así”

—“Disfruta del momento, mañana ya se verá”

—“No te preocupes por otras cosas, busca el placer de la evasión”

—“La realidad y los que te rodean no te merecen, piensa en ti mismo”

—“Consumir es la mejor diversión que existe”

—“Los problemas pueden esperar, tu satisfacción no”

¿Cómo un individuo en este estado va a “perder” su precioso tiempo en escribir si tiene otros “asuntos más importantes” que atender? Si queremos estar atentos a la buena influencia de los espíritus, tenemos que cuidar de nuestra salud, tanto la física, a través de los buenos hábitos de vida, como de la psíquica, a través de la selección del tipo de pensamientos que normalmente se instala en nuestra mente. Al igual que hemos citado el obstáculo de las drogas, podríamos fijarnos en cualquier otra problemática que absorba las preocupaciones del individuo y le impidan concentrarse en otros aspectos que no sean sus hábitos perjudiciales de comportamiento.

…continuará… 

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