SOMBRAS DE DIOS (17) La vida se abre paso

—Claro que sí. ¡Cómo te iba yo a negar ese favor! —afirmó rotundo el doctor—. Lo haré como mejor pueda y solo le pido a Dios que mi discurso ablande los oídos de tu padre y que pueda escuchar de él unas palabras diferentes a las del último período.

—Gracias, Alejandro. Confío en ti desde el corazón —expuso la joven mientras que le daba un tierno abrazo al médico que había cuidado de su salud desde que vino al mundo—. Es curioso, pero llegué a esta vida gracias a ti y en breve, tú vas a hacer los mismo con mi hijo. Es para sentirse complacida. Que Dios guíe tus pasos porque yo, aún conservo la esperanza.

—Adiós, mi señora. Que el Señor os bendiga. Trataré de cumplir vuestro encargo. Antes de marcharme os anuncio: sabéis que vivo no muy lejos de este convento. A la más mínima señal, decidlo a la madre superiora para que ella me lo comunique. Yo estaré muy pendiente durante las próximas fechas. Si hay novedades, acudiré hasta aquí de forma inmediata y me hallaréis a vuestra disposición.

Mientras que las pupilas de Verónica parecían mostrar en su dibujo multitud de recuerdos de su corta historia bañados por las lágrimas, el galeno se inclinó ante ella y le besó sus tiernas manos antes de retirarse embargado por la emoción.

*******

Aquella mañana, a primera hora, las contracciones se sucedieron. Tal y como estaba previsto, Alejandro Mendoza, médico de la casa de los Nebrija desde hacía años, fue avisado con prontitud para que se personase en el monasterio de la orden de la Inmaculada. Por indicación de la madre Juana, la hermana Concepción fue la encargada de asistir al médico durante el parto, a fin de que el proceso fuese bien. Todo se hallaba dispuesto en la modesta enfermería del convento. Mientras tanto, la hermana asignada atendía como mejor podía a la joven que iba a dar a luz…

—Estoy sudando como si estuviésemos en plena canícula, hermana. Y eso que acaba de amanecer.

—Es que ya se acerca el verano, su merced. Aquí, ya se sabe, cuando llega esa época el sofoco resulta inevitable. Además, estáis dilatando y eso hace que el cuerpo necesite expulsar el calor. De ahí ese sudor.

—Caramba, qué buena explicación, hermana.

—No olvidéis que tengo nociones amplias de enfermería. Por eso la madre me ha encargado la misión de asistiros y de velar por vos. Lo haré encantada y así podréis estar más confiada, que después de todo, no sois más que una adolescente algo más crecida. Quedaos tranquila, que este no es mi primer parto.

—¿De veras? ¿Y quién fue la afortunada que estuvo bajos tus cuidados?

—Pues asistí a mi hermana. Ella no vive distante de aquí y cuando llegó la hora de que su hija viniese al mundo, la superiora me autorizó de forma excepcional a fin de que yo me acercase a su casa para que mi sobrina naciese sin complicaciones.

—¿Y fue todo bien, hermana Concepción?

—Pues sí. La cría se había adelantado unos días, pero gracias a Dios, todo resultó normal.

—¿Y cómo está la niña ahora? ¿Cómo se llama?

—Sí, desde luego que se encuentra bien. Esas son las noticias que tengo. Yo le pedí a la Virgen de la Inmaculada para que la tuviese bajo su tutela. Se llama Virginia y en breve, cumplirá los cuatro años.

—Pues me alegro mucho por tu hermana, por ti y por Virginia —afirmó con una sonrisa Verónica—. La verdad es que relaja que este no sea tu primer parto. La experiencia siempre es importante.

—Sosegaos, su merced. Todo va a ir bien. Yo llevaré la cuenta y vos la respiración. Luego, cuando yo os lo diga, deberéis empujar. ¿De acuerdo?

—Sí, claro. Y el doctor… ¿aún no ha llegado?

—Debe estar a punto. Se le avisó hace un rato. Mirad, se oyen voces. Seguro que es vuestro médico. ¡Qué alegría! Ahora estaréis más segura. Tengo entendido que él os conoce bien, así como a vuestro cuerpo.

—Y que lo digas, Concepción. Aparte de ser el galeno de mi familia, te revelaré un secreto. Hace ahora más de diecisiete años fue él quien me trajo al mundo. O sea, que…

—Inmejorable. Más confianza, imposible —respondió satisfecha la monja enfermera—. Ya viene y le acompaña la reverenda madre. Creo que ella se va a quedar por aquí para contemplar este maravilloso fenómeno que Dios nos concede: traer una nueva vida al mundo. Seguro que se queda rezando a nuestra Señora para que el crío venga sano y sin problemas.

—Sí, ahora necesito todo el apoyo, incluido el celestial.

—Calma, mi niña, que ya estoy aquí para atenderos —dijo Alejandro resollando—. He venido en cuanto me han avisado. Parece que la llegada del pequeño es inminente. Venga, mi pequeña, tú a lo tuyo, empuja y concéntrate. Pon todo tu empeño en que la criatura salga. Necesito que colabores conmigo y con la hermana Concepción.

—Que Dios y la Virgen nos asistan, Verónica —comentó la superiora mientras que miraba hacia el techo. Que todo sea diferente a la última vez.

—¿La última vez, madre? —preguntó con asombro Concepción.

—Sí, hace ya unos cuantos años del último parto sucedido en este convento —comentó en voz baja Juana—. Por desgracia, esta vez no será así. En aquella ocasión, el niño nació muerto.

—¿En serio, su reverencia? ¡Vaya ánimos!

—Sí, yo era hermana por aquel entonces. Aquí dentro han sucedido tantas cosas que te asombrarías. Pero ahora, concentrémonos. Le dedicaré mis oraciones a mi señora Beatriz, nuestra fundadora, que tantas veces ha atendido mis súplicas. Seguro que se halla por aquí cerca y que no pierde de vista a la hija de nuestro gran benefactor, el conde de Valcárcel.

…continuará…

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Dom Abr 6 , 2025
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