SOMBRAS DE DIOS (12) El final del embarazo

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—Esa posibilidad jamás se habría producido, Ana. Mi padre no lo hubiese permitido, salvo que el joven fuese el futuro rey de España, je, je… Por su negativa, le hubiese matado en su primer encuentro. No conocéis la ira del conde de Valcárcel, un hombre de armas curtido en mil batallas. Es una persona de principios y cuando algo se le mete entre ceja y ceja, no descansa hasta conseguirlo. Creo que ya vais entendiendo el motivo por el que acudí a este convento. En mi criterio, no se trataba de elegir entre la opción más buena, sino la menos perjudicial.

—Así pues —continuó la más jovencita—, aunque terrible, resultó la mejor decisión a tomar dadas las imperiosas circunstancias. Al menos y por vuestra parte, lograsteis un moderado equilibrio donde solo podía existir una penosa inestabilidad.

—Claro, pensándolo bien, no quise que aquello se convirtiese en un problema mayor del que ya suponía. Viéndole la cara a mi padre, opté por aceptar su propuesta, aunque no sin pesar.

—¿Hay más en este espinoso asunto que desconozcamos, mi señora? —preguntó con gran curiosidad la mayor de las novicias.

—Creo que ya os lo he contado todo, queridas. A mí no me importaba ser madre, pero tenía claro que no con ese hombre. No lo contemplaba como el futuro padre de mi hijo. Y eso pesa mucho, tanto que ese fue el motivo esencial por el que no le revelé su identidad al conde. Os confieso que, en mi caso, el deseo de explorar sensaciones nuevas resultó mi perdición y ahora ya veis el resultado: aislada en este monasterio y condenada a perder a mi hijo. Creo que no olvidaré esta lección en toda mi vida: debo pensar en las consecuencias de cualquier acto antes de cometerlo. Pero con dieciséis años, no pensamos en nada de eso ¿verdad? Ay, Dios mío, el fruto de las pasiones repentinas, las acciones que no se planifican y cuántos disgustos pueden provocar —afirmó Verónica con sus ojos entornados como si estuviese mirando hacia dentro de su ser—. Si a vosotras esto os sirve de aprendizaje para cualquier otra experiencia de la vida con la que topéis, yo me sentiré satisfecha. Ahora ya lo sabéis: cuando no hay madurez ni reflexión, los acontecimientos pueden superarnos. Sed prudentes, amigas.

—Vuestra merced —intervino Ana la menor—. Solo quisiera haceros una última pregunta.

—De acuerdo. No sé por qué, pero tengo la impresión de que nos están observando. Adelante, última cuestión y nos retiramos del claustro.

—Veréis, doña Verónica. Mi prima y yo nunca hemos estado en compañía de un hombre. Ese primer encuentro… ¿es tan maravilloso como se cuenta o más bien doloroso por la pérdida de la virginidad? Vos podéis dar testimonio de ello.

—Uy, qué fácil pregunta y qué compleja respuesta. No sé ni lo que decir, porque todo se mezcla en un cúmulo de sensaciones novedosas. Es una experiencia importante en la existencia y ojalá que toda mujer pueda elegir si pasar por ella o no, como me ocurrió a mí. En lo personal y por mis impresiones, hubo una combinación de dolor y de placer, pero por concluir, yo me quedaría con el recuerdo de algo más agradable que lacerante. En fin, primas, esta conversación alcanzó su punto final. Vámonos a nuestras obligaciones, no vaya a ser que nos amonesten. Pensad que sois novicias y por qué estáis aquí.

Transcurrieron las semanas y los meses y el vientre de Verónica continuó con su proceso natural de crecimiento hasta ponerse bien gordo. Según los cálculos que había efectuado la hija del conde, quizá le restasen al bebé unas dos o tres semanas para asomar su cabecita al incierto mundo del siglo XVII.

Y conforme pasaban las fechas, la mente de la joven fue cambiando. Lo que al principio del embarazo constituía una relación normal entre una futura madre sorprendida e inexperta y su embrión se fue transformando en un vínculo cada vez más fuerte y sólido entre Verónica y la criatura, como si se hubiese establecido con el paso del tiempo un lazo intenso y sostenido entre ambos. Ello hizo entristecer sobremanera a la muchacha, que viendo que los días pasaban con rapidez, temía cada vez más la ruptura de esa ligadura con su bebé ya a punto de ver la luz.

Debido a su estado de melancolía, una tarde se quedó meditando en la capilla del convento, tratando de profundizar en la naturaleza de su relación con ese niño que de vez en cuando daba alguna que otra patada, demostrando así su vivacidad y su presencia. Se preguntó por lo que sería de él una vez que se lo quitasen cumpliendo la voluntad del conde de Valcárcel y en cómo se adaptaría al ambiente y a su adopción en un contexto familiar que no era el de su propia sangre. La joven no paraba de rezar a Dios, solicitando su celestial ayuda ante aquel colosal reto al que en breve debía enfrentarse.

La madre Juana era una excelente observadora. Como responsable de cada una de las monjas que habitaban entre las paredes del monasterio, se sintió inclinada a hablar con la noble mujer, a fin de mitigar su ansiedad y la incertidumbre que esta notaba entre las cavidades de su alma.

—Mi querida hija, descansa un poco de tanta meditación —dijo la veterana monja mientras que situaba su mano derecha sobre el hombro de Verónica que, arrodillada, rezaba en uno de los bancos de la capilla—. Incluso la oración, si se realiza en exceso, puede resultar perjudicial y obsesionarnos. Tenlo presente.

—Gracias, madre. Estoy aquí inclinada para que la clemencia del Padre, de nuestro señor Jesús y la inspiración de nuestra santa Madre me alcancen. Considerad que, para mí, son tiempos difíciles.

—Me imagino el porqué de tu aflicción, pero, por favor, sentémonos fuera en uno de los bancos del claustro, que nos dé el aire que aclara las ideas. Y revélame de tu propia boca el motivo de tu angustia.

Una vez que las dos mujeres se acomodaron fuera…

—Madre, me fallan las fuerzas, que no sé si voy a resistir la orden de mi padre. Me cuesta tanto aceptar su disposición de abandonar a mi pequeño… que se me forma un nudo en la garganta con tan solo pensar en ello. Apenas pruebo bocado porque se me dificulta tragar en estas circunstancias, ahora que ya resta tan poco.

…continuará…

2 comentarios en «SOMBRAS DE DIOS (12) El final del embarazo»

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