En defensa del romance espírita (I)

         
 

Queridos amigos de ruta: llevo meses preparando la última historia que absorbe mi mente, un nuevo romance cuyo título será “Yo conocí a Kardec”, ambientado en la época en la que el Codificador de nuestra Doctrina publicó aquel libro que cambió la vida de tantas y tantas personas, es decir, “Le livre des esprits” (El libro de los espíritus, 1857). Aunque aún no lo sé con total seguridad, lo iré subiendo al blog por capítulos hacia finales de año y por supuesto, se editará por completo y se pondrá a disposición de todos los interesados para su descarga allá por 2015. ¡Claro, primero hay que acabarlo!

Estoy tranquilo, ya que para mí, lo más importante es que las ideas que constituyen el argumento de esa obra se hallan depositadas en el interior de mi cabeza desde hace tiempo. Como dato curioso, porque ya sabéis que los espíritus que nos rodean intervienen más de lo que imaginamos sobre nuestro pensamiento, os comento cómo se generó este proyecto. Un día cualquiera, un amigo con el que suelo charlar de estos temas que tanto nos apasionan y al que le encanta la física cuántica (él interpreta que esta disciplina servirá para explicar científicamente todo lo contenido en el Espiritismo), me sugirió que debía escribir un libro encuadrado en la etapa de las famosas mesas voladoras que se observaban en ciertas reuniones en París. “Es necesario dar a conocer cómo resultó aquel período crucial de los orígenes del Espiritismo” – me dijo, y “qué ocurrió en aquella fase donde la labor sacrificada de tantas personas y su dedicación permitieron que algo que había estado en la penumbra durante muchos siglos, viera la luz” – concluyó. Los tiempos habían llegado y parecía claro que lo que había permanecido escondido, aun habiendo existido desde siempre, no podía demorarse más en ser descubierto. A través de las vivencias del bueno de Philippe, el personaje principal de “Yo conocí a Kardec”, sabremos desde su perspectiva lo que sucedió en ese período histórico, una época tan arrebatadora que es capaz de poner los vellos de punta de emoción a cualquier espiritista que se precie.

Como acontece en muchos de nosotros, en ocasiones, por muy concentrado que te halles haciendo algo, de pronto y sin conocer exactamente el motivo, se produce una pausa, una parada, o como bien dicen los franceses, un “impasse” en la situación. Intuyes que algo importante comienza a rondar tu cabeza y en efecto, en el corto espacio que abarca un soplo de aire, ya tienes una idea presionándote sobre el oído que pide paso, o dicho de otra forma, que te hace centrarte en otro aspecto diferente a aquel sobre el que estabas trabajando. En mi caso, confieso que con frecuencia esta coyuntura procede de la noche anterior, cuando en el «desprendimiento» uno dialoga con los habitantes del otro lado o visita lugares insospechados.

De este modo y de manera repentina, llegó a mi pensamiento la necesidad de explicar los motivos por los que escribo romances espíritas. Y así lo voy a hacer, transmitiendo con la máxima fidelidad las impresiones que a la velocidad de un rayo, penetraron en mi sesera. Fue algo así como lo que se siente cuando percibes el aguijonazo punzado por una avispa en tu piel, una sensación que te obliga a reaccionar, aunque en este caso y a Dios gracias, sin dolor y sin veneno. Ese es el motivo también de que os haya adelantado el proyecto del nuevo libro “Yo conocí a Kardec”, pues enlaza con la cuestión de la que pretendo hablar.

La categoría literaria del romance posee un éxito arrollador en el país más espírita del mundo: Brasil. Al otro lado del océano, por ejemplo, en España que es donde resido, se trata de un género desconocido para el gran público, excepto para los espiritistas que de algún modo se han inclinado por el estudio de este tipo de obras que muchos califican como de lectura amena, didáctica y hasta edificante. ¿Por qué afirmo esto?

Es sencillo. Durante mi trayectoria investigadora, me he topado con un primer grupo de personas que en su afán legítimo por aproximarse al estudio de la Doctrina, me comentaban que bastaba con limitarse en exclusiva al estudio de las obras de la Codificación, es decir, a los cinco libros por todos conocidos y reunidos por el profesor de Lyon:

  • «El libro de los espíritus». Primera edición: abril de 1857
  • «El libro de los médiums». Primera edición: enero de 1861
  • «El Evangelio según el Espiritismo». Primera edición: abril de 1864
  • «El cielo y el infierno». Primera edición: agosto de 1865
  • «La génesis». Primera edición: enero de 1868

Antes que nada y para todo aquel que empieza a introducirse en el Espiritismo, he de decir que no hallo mayor bendición que el estudio metódico y profundo de estos cinco volúmenes, sin cuya elaboración nada de lo que estoy comentando tendría sentido. Hay que aclarar que existen otros textos de este autor que pueden complementar a los ya citados como “¿Qué es el Espiritismo?”, “El Espiritismo en su más simple expresión” o sus “Obras póstumas”, entre otros. Sin esa base doctrinal, es muy difícil, por no decir imposible, conocer el mundo de los espíritus, el más allá que nos espera tras la muerte física y desde luego, el sentido de la vida humana. En otras palabras, sin la Codificación, jamás podríamos responder con exactitud a los tres famosos enigmas que han ocupado la conciencia del ser humano desde tiempos inmemoriales: quiénes somos, por qué estamos aquí y hacia dónde vamos.

Una vez establecida la importancia capital de la obra kardeciana, comprendida en el corto período que se extiende desde 1857 hasta 1868 (catorce meses antes de su fallecimiento), conviene hablar de otros libros cuya trascendencia está lejos de cualquier duda. Me refiero a toda aquella literatura generada por esos grandes genios que tras la desaparición física del maestro Rivail, se dedicaron a escribir obras espiritistas. En este sentido, existe un segundo grupo de personas con las que me he cruzado, que son de la opinión de que aparte de instruirse con las enseñanzas reunidas por el pedagogo lionés, es necesario complementar ese magisterio con la lectura y el análisis de ese conjunto de autores posteriores al Codificador. En esta segunda categoría aglutinamos por tanto a estudiosos, literatos o investigadores tan afamados como Léon Denis, Alfred Russel Wallace, William Crookes, Amalia Domingo Soler, Camille Flammarion, Oliver Lodge, Arthur Conan Doyle, Ernesto Bozzano, Miguel Vives, José María Fernández Colavida, Gabriel Delanne, Quintín López, Gustave Geley o Albert de Rochas, entre otros. Ni que decir tiene que merced al esfuerzo de este grupo de escritores, experimentadores y eruditos, el Espiritismo, además de consolidarse como disciplina moral, científica y filosófica, logró expandirse más allá de cualquier frontera siendo “exportado” a los cinco continentes.

Por último, me he encontrado con un tercer grupo de compañeros: el de aquellas personas que además de leer y ocuparse de los autores ya mencionados y de sus trabajos, se inclinan por estudiar también las obras más modernas denominadas psicografiadas, entre las cuales podríamos incluir las pertenecientes al género del romance espírita.

Pues bien, hilando con la argumentación que antes exponía, hoy me toca defender a esta última categoría literaria que podrá gustar más o gustar menos, pero que tiene todo el derecho del mundo a existir, a ser leída, analizada o simplemente, cultivada por sus seguidores. Digo esto, porque entre los dos primeros grupos de espiritistas que antes cité, existen muchos de ellos que rechazan, denigran o incluso se niegan a legitimar la validez de ese tipo de escritos en base a una serie de motivos. Voy a pasar ahora a exponer algunas de las opiniones que de forma más frecuente he escuchado acerca de la inconveniencia de ejercitarse en la lectura de los romances espíritas:

 Este tipo de literatura no fue establecida por el Codificador y es más que seguro que hoy en día la hubiera desaprobado por completo.

 Los romances no fueron escritos por autores que conocieron a Kardec o que continuaron con el trabajo inmediato de seguir difundiendo la Doctrina original.

 Se trata de un tipo de género que solo puede asimilarse en Brasil o en países de un entorno social y cultural semejante, como resultan otras naciones sudamericanas.

 Esos libros solo pueden entenderse en un contexto colectivo y acentuadamente religioso como es el brasileño, pero no pueden exportarse a otros territorios diferentes como es el caso del continente europeo.

 Esas historias constituyen el producto de la imaginación desbordante de muchos autores que desconocen los principios esenciales del Espiritismo.

 Esos textos carecen de cualquier validez científica o doctrinaria pues no resultan en muchos casos acordes a los pilares fundamentales de la Codificación.

 Los romances falsean o alteran gravemente la pureza original contenida en el mensaje transmitido a Kardec por los espíritus superiores.

 Estas obras psicografiadas, al quedar bajo el arbitrio subjetivo de los médiums que las elaboran, pueden resultar contraproducentes para aquellos que deseen acercarse al estudio doctrinario.

 Jamás sabremos si esas historias que se narran son verdaderas o son producto de un engaño que lo único que persigue es la propaganda de sus autores o las ganancias económicas obtenidas con su venta.

 El romance no añade nada nuevo al Espiritismo, incluso puede llegar a tergiversar el significado primigenio de los postulados reunidos por el Codificador en su época, al dar a conocer crónicas mundanas que no interesan al estudiante serio o que pueden confundirle.

…continuará…

 

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