SOMBRAS DE DIOS (80) El testimonio del confesor

—¿Y qué más ocurrió aquella jornada? —preguntó fray Bernardo, como si la respuesta anterior no le bastase.

—Nada más, mi señor —respondió el franciscano—. Tras terminar mi labor en el convento, me despedí de las monjas y regresé a mi iglesia.

—Claro —repuso el dominico, impaciente—. Debo suponer que a la mañana siguiente estabais curado.

—¿Curado? —Damián alzó las cejas—. Para curarse es preciso haber estado enfermo. ¿No lo veis así?

—Explicaos, padre.

—Quiero decir que, al llegar a mi iglesia, ya ni recordaba los leves síntomas de las primeras horas del día. Un poco de tos, quizá algo de fiebre… eso puede ser una indisposición pasajera, no una enfermedad grave. De haber sido otra cosa, lo recordaría con detalle.

—Entonces —insistió el inquisidor—, ¿afirmáis que no padecisteis los síntomas propios de la plaga?

—Pero, señor fiscal… ¿creéis que si yo me hubiera contagiado de peste seguiría hoy vivo para contarlo? Sabemos bien que esa dolencia, cuando prende en alguien, lo conduce a la tumba sin demora.

—Ya, comprendo —murmuró Bernardo.

—Pensadlo bien, fray Bernardo —añadió Damián, firme—. ¿Cuántos contagiados en Sevilla lograron sobrevivir? Es evidente que, si yo hubiera sido uno de ellos, ahora no estaría conversando con vos.

—Bien —concedió el inquisidor—. Hay otra cuestión delicada que me cuesta plantear, pero debo hacerlo.

—Si puedo ayudaros, será un placer. Adelante, hermano.

—¿Tenéis conocimiento de que en el interior del monasterio donde soléis confesar se hayan producido relaciones carnales entre algunas hermanas?

—¿Cómo decís? —el franciscano se sobresaltó—. Mirad, he sido confesor de varias comunidades de clausura y jamás encontré indicio alguno de lo que sugerís. Además, el ambiente cordial y las buenas relaciones entre esas mujeres me parecen ejemplares. La madre Verónica es una excelente abadesa, gobierna con inteligencia y honestidad; y el resto son buenas religiosas, entregadas a sus labores y fieles a sus votos.

—¿Estáis completamente seguro, padre?

—Por supuesto. No creo que la superiora tolerase episodios de esa índole; romperían la paz necesaria para su misión.

—De acuerdo —prosiguió el dominico—, permitidme concretar. ¿Habéis percibido algo extraño en la relación de la madre Verónica de Nebtrija con la hermana Concepción, que ejerce de enfermera?

—Ah, la hermana Concepción… —sonrió Damián—. Es una mujer extraordinaria. Su padre fue un reputado doctor, y estoy convencido de que le transmitió buena parte de sus conocimientos.

—Sí, ya he oído hablar de ello, pero os ruego que no os apartéis de mi pregunta —le recordó Bernardo.

—Si hablamos de la relación entre ambas, solo puedo decir que es cordial y respetuosa. Se conocen desde hace años, son de edad parecida y se les ve muy amigas. Me atrevería a afirmar que Concepción es la mano derecha de la madre, pues la asiste y aconseja. En suma, confían la una en la otra.

—¿Y qué más? —insistió el inquisidor.

—¿Qué más de qué? —Damián encogió los hombros.

—De lo que os apunté antes: una posible relación lasciva entre esas dos monjas.

—Veamos… —el franciscano adoptó un gesto severo—. Quien afirme eso o dé crédito a tal rumor es un completo canalla. Esas habladurías solo servirían para enturbiar el buen ambiente que reina entre las concepcionistas. Quien quiera propagar tales falsedades errará gravemente y contraerá una deuda inexorable ante los ojos de Dios, que todo lo ve. Jamás noté nada extraño entre esas dos mujeres, salvo la colaboración y el buen hacer. Su labor conjunta es necesaria para sostener la serenidad de la comunidad, sin duda alguna.

—¿Algo más que deseéis añadir, hermano? —preguntó Bernardo, con una mueca de decepción mal disimulada.

—Nada más. Id en paz. Si existiera algún aspecto anómalo en la vida de ese monasterio, ya os lo habría referido —respondió el franciscano.

—Bien. Gracias por vuestro testimonio.

—Nos despedimos, fray Bernardo. Que el Señor os guarde —dijo Damián, esbozando una amplia sonrisa.

—Adiós —concluyó el inquisidor—. El Santo Oficio os da su bendición.

…continuará…

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