SOMBRAS DE DIOS (74) La semilla de la sospecha

—Mi señor fiscal —comenzó la joven, con voz temblorosa—, aquella noche, por lo que recuerdo, me encontraba mal. En una reunión que tuvimos todas las hermanas, la madre nos advirtió que, dadas las graves circunstancias por las que atravesábamos, debíamos permanecer muy vigilantes respecto a nuestra salud. Lo primordial era evitar cualquier contagio entre nosotras. Vivíamos en un estado de constante zozobra, pues ya teníamos noticia de lo que sucedía en Sevilla.

—Bueno, novicia —interrumpió el dominico, agitando la mano con visible impaciencia—, ¿qué fue lo que ocurrió, en concreto?

—Me acosté a la hora acostumbrada —prosiguió ella—, y pasado un rato empecé a sentirme mal. Intenté dormir más, pensando que quizá se tratase de una falsa alarma, pero al no mejorar, busqué consejo en la reverenda madre. Asustada, fui a llamar a su puerta.

—Antes de que sigáis —la cortó el inquisidor con gesto autoritario—, ¿recordáis cuáles fueron los síntomas que os alarmaron?

—Sí, mi señor —respondió tras un breve silencio—. Me toqué la frente y noté fiebre; tosía, y me dolía la cabeza.

—¿Nada más?

—También tenía náuseas, aunque no llegué a vomitar.

—¿Y qué hizo la madre al veros en ese estado?

—Se mostró muy preocupada. Llamó a la hermana Concepción y juntas me condujeron a la enfermería para que me examinasen.

—¿Y qué más aconteció? Recordad que estáis bajo juramento —apremió el dominico.

—Sí, mi señor. La hermana enfermera me examinó por todo el cuerpo, y cuando terminó, se puso a hablar con la madre Verónica.

—¿Os tocó por todas partes? —preguntó fray Bernardo con tono cargado de insidia.

—Supongo que sí —respondió la muchacha, turbada—. Imagino que buscaba alguna señal para entender lo que me ocurría.

—¿Os dio algún remedio medicinal?

—Eso no lo recuerdo. Me sentía agotada; tal vez me dormí sobre la camilla de la enfermería. Perdonadme, pero no tengo conciencia de lo que sucedió después.

—¿Y cuando despertasteis? ¿Dónde estabais?

—En mi celda. Había dormido toda la noche.

—¿Cómo llegasteis allí?

—No lo sé con certeza. Supuse que ambas me habrían llevado y acostado para que descansara.

—Durante la mañana siguiente, ¿cómo os sentíais?

—¿A qué se refiere, mi señor?

—A si notasteis algo extraño en vuestro cuerpo.

—Nada, salvo que me sentía recuperada. Cuando abrí los ojos, las náuseas, el dolor de cabeza y la fiebre habían desaparecido.

—¿Y no os causó sorpresa esa curación repentina? —insistió él, arqueando las cejas—. ¿Cómo se explica que en tan pocas horas desaparecieran los síntomas?

—Con todos los respetos, lo ignoro, fray Bernardo.

—Decidme, entonces —continuó el dominico con aire inquisitivo—, ¿realizaron las dos monjas algún prodigio sobre vos?

—¿Prodigio? —balbuceó la novicia—. No os entiendo.

—En efecto, prodigio —repitió con irritación—. ¿He de explicaros todo? Me refiero a si hubo alguna invocación al demonio o algún ritual con animales, quizá un gato u otra criatura viva.

—¡En absoluto, mi señor! —exclamó horrorizada—. ¿Cómo iban a hacer ellas algo tan monstruoso? No me atrevo ni a imaginarlo.

—Pensadlo de nuevo —ordenó—. Haced memoria y responded con precisión.

—Ya lo he hecho —replicó ella, visiblemente afectada—, y no hay novedad. Yo no vi nada semejante. Además, como os he dicho, perdí la conciencia.

—Pero si os quedasteis dormida —gruñó el inquisidor, golpeando la mesa—, ¿cómo podéis afirmar con tanta seguridad que no hicieron sortilegio alguno sobre vos?

—No puedo afirmarlo, fray Bernardo, pero os juro que no noté nada raro. Me habría dado cuenta al despertar.

—No me convencen esos vacíos en vuestra memoria —replicó él con dureza—. Maldita sea, novicia Consolación, al día siguiente, ¿no hallasteis ninguna marca en vuestro cuerpo que hiciese pensar en algún hechizo o manipulación?

—Que yo sepa, no.

—¿Y en la enfermería? ¿Visteis algún rastro de sangre o de animal muerto?

—Mi señor, no sé qué pretendéis —dijo la muchacha, temblorosa—, pero os juro por la Santísima Virgen que me estáis asustando. No sé adónde queréis llegar con tanta insistencia en esos supuestos prodigios. Yo no vi nada de eso.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

SOMBRAS DE DIOS (75) Inquietud en el convento

Mié Oct 22 , 2025
El aire se tornó denso en la estancia. El rostro de fray Bernardo mostraba una crispación que rozaba la ira. Fue entonces cuando su secretario, fray Agustín, intervino con voz mesurada: —Hermano Bernardo, con vuestro permiso, os ruego que no insistáis más en esta línea. Considero que la joven ha […]

Puede que te guste