—Bueno, querida, ¿qué tal el encuentro con la madre Beatriz? Cuéntame, ardo en deseos de conocer lo que te ha dicho.
—Claro que sí. Entremos en la celda, Verónica. No quiero que nadie nos vea por los pasillos por muy a gusto que estemos aquí.
Mientras que la hija del conde se acomodaba sobre la cama, Concepción, muy emocionada, tomó la silla que había junto a la mesa de estudio y se sentó allí. Ambas no paraban de sonreír nerviosamente sin que ninguna de ellas se atreviese a iniciar la conversación. Por fin, Verónica tomó la iniciativa…
—Venga, empieza tú explicando cómo ha sido ese encuentro, que por el tiempo que he calculado ha resultado más breve que el que yo tuve con la fundadora.
Tras escuchar con toda su atención el relato que la enfermera le había revelado, Verónica se quedó como muy pensativa y luego dijo:
—Hermana, no guardes ninguna duda acerca de lo que te ha ocurrido. Te puedo confirmar que esa experiencia que has vivido es completamente real. La madre Beatriz de Silva está con nosotras. Es un fenómeno innegable y lo más importante, ese hecho le va a dar una nueva dimensión a nuestras vidas.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso, Verónica? Yo aún parezco haber salido de un largo sueño en el que me resulta complicado distinguir la realidad de la imaginación.
—Buena pregunta, pero estoy convencida de su presencia por su forma de actuar y de expresarse, que coincide a la perfección con lo que a mí me pasó, aunque en un ambiente diferente. Mi relato es más largo que el tuyo. No sé ni por dónde comenzar. Voy a tratar de poner orden en mis ideas y para ello, nada mejor que seguir un orden cronológico desde el principio hasta el fin. Así no me perderé ningún detalle.
De pronto, Verónica se quedó quieta e interrumpió su charla.
—Pero… pero… si te has quedado dormida… —afirmó la sorprendida joven cuando contempló en la penumbra a Concepción con el cuello hacia abajo—. Si estuvieses así un rato más no habría quien te aliviase el dolor por esa postura.
Seguidamente, la hija del conde se acercó a la monja y envolviéndola con sus brazos logró tumbarla sobre la cama para luego arroparla.
—No me extraña que te haya ocurrido esto, hermana. Han sido unos días muy duros para ti velando por mi salud. Es de justicia que ahora descanses el tiempo que haga falta. No te preocupes, dejaremos nuestra interesante conversación para más adelante, cuando ambas estemos recuperadas. Anda, cierra tus ojos y sueña, amiga… que los sueños son de Dios.
A la mañana siguiente, muy temprano, el toque de campana marcaba el despertar de la comunidad mientras que el sol, con la primavera avanzada, daba las señales del nuevo día que se avecinaba. La madre superiora no se demoró mucho en aparecer por la celda que ocupaba Verónica.
—¿Eh? No es posible. ¿Es este un nuevo milagro de nuestra Señora? No lo entiendo. ¿Cómo es posible que tú estés levantada y Concepción, en cambio, esté acostada? Ven a mis brazos, chiquilla, que estás sana por la gracia de Dios. Él, sin duda, ha observado en ti a una de sus más fieles seguidoras y por eso te ha devuelto a la vida.
—¡Cuánto me alegro yo también, madre! —expresó gozosa Verónica mientras que recibía el caluroso gesto de Juana.
—¡Señor, deja que te contemple con más detalle! Si ayer mismo parecías un cadáver envuelto entre las sombras de la muerte… Esto hay que celebrarlo. En la misa de hoy daremos gracias al Padre celestial por su benevolencia para contigo al permitirte sobrevivir.
—Desde luego, madre. Hay que estar agradecida siempre a la voluntad de nuestro Señor. Si me lo permitís, creo que hoy deberíamos dejar a esta santa hermana exenta de cualquier trabajo. Ha sido tanto su deseo por cuidarme que debe descansar para restablecerse en toda su plenitud.
—Sin duda, qué gran razón tienes. La dejaremos aquí, tranquila, hasta que su cuerpo dé señales de fortaleza.
—Sí. Es un gran momento para efectuar nuestra primera oración. Que nuestra Virgen Inmaculada nos bendiga.
En cuanto la superiora se introdujo en la capilla llevando de su mano a Verónica, un eco colectivo de admiración se produjo entre las otras dieciocho monjas que completaban en aquella época la comunidad de las concepcionistas. Por un impulso de sus almas, todas se dirigieron hacia la joven para tocarla y la rodearon entre abrazos afectuosos y señales de bienvenida para alguien a quien consideraban rescatada de entre los muertos.
—Hermanas —manifestó de modo solemne la abadesa—, hoy es un día de regocijo. Al igual que nuestro señor Jesucristo hizo con Lázaro, lo que estaba exánime, ha vuelto a florecer y nosotras somos privilegiadas testigos de ello. Alabada sea la Virgen así como la voluntad de Dios, que ha permitido que nuestra Verónica se halle de nuevo entre los muros de este convento.
Todas las hermanas asintieron al mensaje con el movimiento afirmativo de sus cabezas, al tiempo que se arrodillaban ante el prodigio que habían contemplado, orgullosas en sus corazones de que sus plegarias hubiesen sido atendidas.
Aquella misma tarde, con la enfermera ya repuesta tras más de quince horas de sueño, Juana, Verónica y Concepción se reunieron en el despacho de la superiora a fin de hablar sobre lo sucedido.
…continuará…