—Dios mío, Martina. ¡Cuánto lo siento! Desconocía por completo tu desdichada historia.
—Sí, apenas si la he contado a muy pocas personas. No deseo cansar a los demás con mi trágico pasado. ¿A quién le podría interesar un ayer tan lleno de infortunio? Luché para que aquellas monjas de Toledo me diesen asilo y desde el primer día, traté de colaborar en todo lo que pude.
La hermana Carmen asentía con su cabeza, como dando apoyo al relato de la otra religiosa, la cual no podía disimular sus ganas de desahogarse mientras que recogía los productos de la huerta
—Tuve que aprender a leer y escribir para poder jurar mis votos. Lo que tenía claro es que jamás volvería a aquella posada llena de vicios y de personas horribles. Tras el incidente con mi padre te confieso que tuve pesadillas durante los siguientes días. Era una adolescente sin experiencia de la vida, pero me juré que jamás ningún hombre me pondría más una mano encima. Con solo recordar aquella obscena noche me entran náuseas y me pongo de mal humor. Lamento decirlo, pero me dan asco todos los hombres, unos porque me recuerdan al desalmado de mi padre y los otros porque me recuerdan a aquellos salvajes que entraban a la venta para satisfacer su lujuria con mi hermana o con el resto de mujerzuelas que se movían entre las mesas buscando negocio.
—Entiendo ahora bien tu inclinación natural hacia las mujeres. No puede haber pecado en esa tendencia cuando ha venido dictada por el abuso sobre ti.
—Claro, no soy imbécil. Con el tiempo, una se va reconociendo en el espejo de su ser. En mi caso, busqué en el género femenino lo que me alejaba del otro, la sensibilidad frente a la rudeza, la comprensión frente a la violencia y el más puro impulso de dominación. Le pido a Dios que me perdone si eso contraviene sus leyes, pero no voy a luchar contra algo que forma parte de mi naturaleza. Cada una es como es y no pienso renunciar porque una maldita disposición no escrita establezca que las mujeres no podemos profesarnos amor. ¡Menuda estupidez inventada por los hombres para sus intereses! Claro, lo que ellos desean es que nos mantengamos sumisas y gobernadas por el silencio y la represión. Como si nosotras no tuviéramos sentimientos y fuésemos más animales que seres creados por el Todopoderoso.
—Admito que me has dejado impresionada, hermana. Seguro que lo que me has contado servirá para que te aprecie más, aunque no acabo de entender si ser monja constituye tu verdadera vocación y más siendo una religiosa de clausura, apartada del mundo. Por favor, dime, ¿no estarás huyendo de tus propios demonios, de esos fantasmas que marcaron tu ayer?
—¿Y qué ocurriría si fuese así? Bah, ni yo misma lo sé, Carmen. Hace mucho que he llegado a la conclusión de que la existencia es un valle de lágrimas. Por eso, solo trato de sobrevivir de la mejor forma que sé. ¿Me imaginas de prostituta vendiendo mi cuerpo por unas monedas? ¿A que no? ¡Yo tengo dignidad y nadie me la pisará! Dicen que las personas gozamos de libertad, mas yo bien sé que las circunstancias en las que viví hasta mi adolescencia tuvieron un peso enorme en las decisiones que tomé. A mí me pusieron entre la espada y la pared. ¡Eh, no me mires así que no busco excusas! La realidad es que no tenía otra opción que ingresar en un convento. Ni de broma iba a permitir que mi padre, en otra de sus borracheras, tuviese un arranque de los suyos y se metiese de nuevo conmigo en la cama. Y luego, ¿qué? A cargar con un niño que solo Dios sabría cómo habría nacido. Prefiero no imaginarlo.
—Elegiste, entre todas las opciones malas, la que menos te perjudicase. Eso tiene un precio, Martina, porque con el tiempo, resulta muy duro vivir evitando lo negativo. Puede que termines aborreciendo el ambiente en el que estás.
—Calla. No me obligues a preguntarte por qué tú te hiciste monja —expresó con fuerza y con ira la hermana—. ¿Sabes lo que te digo? Que no me arrepiento de haber abrazado los hábitos, pero como comprenderás, no pretendas que yo sea ejemplo de virtud ni de felicidad, de alguien que ha hallado la dicha entre las paredes gruesas de un monasterio. Ah, y por supuesto, no soy una perra faldera que sonríe ante su ama. Jamás he sido así ni lo seré.
—¿Lo dices por nuestra abadesa?
—¿Por quién si no? La condesita debe creerse que aún está en su propio palacio y que tiene un servicio de criados constituido por el resto de hermanas. Y de la otra, mejor ni hablar; es como la mano derecha de la madre, otra con aspiraciones de nobleza que cree que vivirá mejor atendiendo a los requerimientos de su dueña y fustigando con el látigo al resto del grupo.
—Uy, uy, cuando tomas carrera en tus discursos no hay quien te pare. Perdona que te lo diga, Martina, pero a veces tengo la impresión de que no sabes ni dónde vivimos ni en qué época estamos. En cualquier caso, todo lo que me has comentado explica muchas de tus actitudes. Al menos eso me sirve para conocerte mejor.
—Claro que sí. Ahora entiendes por qué soy tan refractaria a la obediencia y también por qué mora en mi interior la rebeldía. Es que no puedo conducirme de otro modo, so pena de reventar por dentro. No me gustan las injusticias, porque de niña vi muchas en mi casa. Mis hermanas se llevaron muchas palizas de mi padre y yo me salvaba porque era la más renacuaja. Cuando la buena de mi madre desapareció, ya no había contrapeso para aquel animal enfurecido que se comportaba como un tirano con sus propias hijas. Por eso te digo que la mayor fue la más afortunada. Al menos, pudo quitarse de en medio antes de tiempo. Solo le pude aguantar hasta los quince años y si me hubiese quedado en la posada, habría esperado a una de sus borracheras y le hubiese hundido la cabeza con uno de los martillos que había en la casa. Ni se habría dado cuenta, el muy desgraciado. Ya ves, hoy no estaría aquí y desde luego que la justicia me habría ejecutado entre los vítores de un pueblo ignorante que ama ese tipo de espectáculos. ¿Cómo,podría yo amar la vida si me han hecho que la odie? Esas son las consecuencias del maltrato que deja la misma huella que tus dedos cuando atraviesas el queso fresco.
—Me alegro por tu desahogo. Espero que ya estés más calmada.
—Ah, y escucha una cosa más. Ni a mí me van a manipular esas dos «listas» que pretenden mandar ni de mí se van a aprovechar. Ya lo intentaron en Toledo y no lo consentí de ninguna manera. Por eso me sometieron a procedimiento disciplinario. Cualquier abuso que yo note, ya sabes a quién me recuerda; y eso me provoca ganas de vomitar todo ese veneno que llevo acumulado entre las paredes de mi alma.
…continuará…