SOMBRAS DE DIOS (77) La voz de la delatora

Por la tarde, restaban dos testimonios. La penúltima en comparecer fue la hermana Carmen. Fray Bernardo, con el hábito bien ceñido y la mirada firme, reanudó su oficio de acorralar verdades.

—Mirad, hermana Carmen —prosiguió con temple—. En estas materias todo parece absurdo… hasta que el diablo asoma. Guardad el debido respeto y responded con claridad. ¿Se habla en este convento de una supuesta capacidad de curación atribuida a la superiora?

—Ojalá la madre pudiera curarnos a todas —replicó Carmen con una media sonrisa—. ¿Qué más querríamos ella y nosotras? Bastaría ponernos en sus manos. Pero no, mi señor: la madre Verónica es mujer buena y equilibrada; aunque de noble cuna, le asoma humildad por todos los costados.

—¿Qué queréis decir con eso?

—Que si la madre curase, sería porque la Virgen Santísima la asiste. No hallaría otra explicación. La plaga es cosa seria y puede volver de un soplo; me parece imposible que eso que afirmáis se haya producido entre estas paredes.

—Tenéis lógica en el decir —admitió el fiscal—; mas el demonio se vale de artimañas y ritos para infiltrar estas casas y gobernarlas desde las sombras. No es la primera vez que lo veo. ¿No será este otro caso? ¿Qué pensáis?

—Lo dudo, fray Bernardo. Si el Maligno entrase, sería para esparcir el mal en la comunidad, no el bien. Sanar, en tal coyuntura, sería acto conforme a Dios, no contra Él.

—Dios mío —bufó el dominico—, hacía tiempo que no oía tanta petulancia en una monja. ¿Qué sabréis vos para juzgar con tal suficiencia? En fin, concretando: ¿qué observasteis aquella noche de la supuesta curación de la novicia?

—Solo esto: la joven se encontraba indispuesta y, a la mañana siguiente, estaba repuesta. Ni sé más ni voy a inventar lo que os complazca. Hacerlo sería afrentar a la verdad, que es lo que Dios desea en nuestros corazones.

—Ya. Gracias por vuestra colaboración. Podéis retiraros —dijo Bernardo con un gesto displicente—. Haced pasar a la última declarante, la hermana Martina.

—A la orden de sus mercedes —respondió Carmen, ajustándose el manto e inclinando la cabeza.

Entró Martina. Fray Agustín preparó la pluma; el fiscal adoptó su sonrisa de caza.

—Bien, hermana Martina. Sentaos y estad sosegada. Os he dejado para el final porque fuisteis vos quien inició este proceso con la carta donde denunciabais ciertas irregularidades. He de interrogaros para ratificar lo escrito y, si procede, para que añadáis novedades.

—Se hará vuestra voluntad, mi señor. Declararé gustosa la verdad; ese es mi propósito.

—Me complace —asintió el dominico—. Pero advertid: este tribunal no es ciego a las debilidades humanas. Sed prudente: no sería la primera vez que se falta a la verdad o se exagera la realidad para torcerla y obtener provecho.

—No os entiendo…

—Hablo de celos, envidia, orgullo —enumeró—: motores que distorsionan los hechos.

—Ah, ya os sigo. En mi caso, señor fiscal, me atengo a los hechos. Nada me mueve sino la moral y el respeto a la regla.

—Mejor así —dijo él—, si es cierto que no os impulsa animadversión contra nadie.

—En absoluto. Podéis confiar en mí.

Fray Bernardo hizo una seña a Agustín; la pluma se dispuso a correr.

—En cuanto a la relación concupiscente que aseguráis mantienen la superiora y la hermana Concepción… ¿aportáis alguna novedad?

—Sí, señor fiscal: esas dos mujeres no se separan en todo el día. Solo les falta —perdonadme— dormir en el mismo camastro. Tal como os escribí, la enfermera entra a menudo en la celda de la madre y allí permanece horas, hasta bien entrada la noche.

—De acuerdo. ¿Las habéis visto con vuestros ojos tocándose, besándose, en gestos pecaminosos?

—Mi señor, no serían tan necias de mostrar su deseo carnal a la vista de todas. Lo harán a escondidas y en la intimidad. Si lo hubiesen hecho delante de las demás, no habría disputa.

—Entonces, ¿cómo podéis estar tan segura de que, a puerta cerrada, se abandonan a la lascivia?

—Por puro sentido común, mi señor. ¿Qué hace una monja tantas horas en la celda de otra? Tal vez conversen a veces; pero estoy convencida de que el mismo diablo las incita a tocamientos para que entreguen sus cuerpos al pecado abominable de la lujuria.

El rasgueo de la pluma pareció más hondo. Bernardo entornó los ojos, complacido por la contundencia; Martina, rígida, aguardó el siguiente embate.

…continuará…

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SOMBRAS DE DIOS (78) Conjeturas y demonios

Sáb Nov 1 , 2025
Fray Bernardo se inclinó hacia adelante, esta vez con temple. —Entiendo; mas, como vos misma afirmáis, no pasa de suposición. Lástima que solo podáis conjeturar. Eso sí: vuestra imaginación es portentosa. —Puede —admitió la monja—, pero no logro arrancarme esa escena de la cabeza; vuelve y vuelve. —¿Guardáis algún celo […]

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