SONIA Y LEÓN (31) El pequeño Pablo

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—De ese modo, me acerqué a la mesa donde se encontraban la madre y el crío y como ya te puedes imaginar, justo antes de que se marcharan, le ofrecí al pequeño, que se llamaba Pablo, unas cuantas golosinas. Al principio, dudó, pero tras fijar durante unos segundos su atención en mi cara, me sonrió y cogió los caramelos que le ofrecía. Rápidamente, su madre le indicó que debía darme las gracias. Es curioso, pero el pequeño, justo después de pronunciar la palabra “gracias”, se me tiró encima y me abrazó con intensidad. A saber lo que Pablo vería en mí… Yo me encontraba inclinada sobre la mesa y al incorporarme, lo hice con el niño rodeando mi cuello. Para que no se cayese, lo agarré con fuerza y al apretarle contra mi pecho, surgió mi visión.

—¡Increíble! Con el contacto, se activó tu mecanismo natural e impredecible de intuición.

—En efecto, León. Así fue.

—Y ¿qué es exactamente lo que viste en tu cabeza?

—Presta atención: observé al niño en una consulta médica. Mejor dicho, le vi en una consulta pediátrica. Luego de eso, yo estaba situada como detrás del crío, de pie, a muy poca distancia de él. El niño le sonreía al doctor, que era una persona de aspecto bondadoso, de unos cuarenta años de edad y con una barba muy bien arreglada. En esos momentos, algo llamó poderosamente mi atención. ¿Sabes qué?

—Pues no tengo ni idea, Sonia, pero estoy deseando saberlo.

—Mis ojos se dirigieron hacia una pequeña placa metálica que ese médico tenía colocada sobre su pecho, en la parte izquierda de su bata blanca. Noté dentro de mí la necesidad de acercarme a su figura y en ese momento, pude leer perfectamente lo que ponía en su distintivo: “Doctor Pacheco, Pediatra”.

—¡Qué extraño! ¿Verdad? ¿Por qué sentirías el impulso de leer el nombre de ese doctor?

—Lo vas a entender si me dejas continuar con el relato de aquella inigualable experiencia. Como la madre de Pablo me vio un poco mareada, se dirigió hacia mí y al comprobar que yo no estaba del todo bien, estuvo ágil y me quitó a su hijo de encima. Entonces, me preguntó:

—Perdone, señorita. ¿Le pasa a usted algo? Creo que se encuentra algo indispuesta.

—Ah, no se preocupe. Debe ser el trabajo, que hoy ha sido un día muy atareado. Disculpe que le haga una pregunta, ¿podría decirme su nombre?

—Sí, claro, no me importa. Yo soy Ana, pero creo que no nos conocemos. Además, yo no vivo aquí. Soy de Jerez y estaba de visita con mi hijo. Como a él le encanta el chocolate y lo vi anunciado en el cartel de fuera, es por eso por lo que entramos en este café.

—Ah, pues encantada. Yo soy Sonia González, la dueña del local. Y ¿qué le ocurre exactamente al niño?

—Ah, qué observadora. Ya se ha dado usted cuenta. Él está enfermo, pero los médicos no se ponen de acuerdo. Unos dicen que es una afección respiratoria, otros, que se trata de una alergia y uno, incluso me ha dicho que no me preocupe mucho, que deje pasar el tiempo para que mi Pablo madure y reaccione positivamente.

—Vaya, pues debe estar usted preocupada con la salud del pequeño.

—No lo sabe usted bien. Si yo le contara lo mal que lo llevo. Sin embargo, lo peor no son los días, como usted ha podido comprobar, sino las noches.

—No la entiendo, señora. ¿Acaso Pablo se pone peor?

—Exactamente es eso. Es meterse en la cama e intensificarse esa tos seca y la sensación de como si se fuese a ahogar. El niño, como es obvio, no descansa bien y la madre, aún menos. Imagínese que llevamos así desde que él cumplió los tres años. Parecerá una broma, pero los dos, madre e hijo, necesitamos urgentemente una cura de sueño. Es lógico que mi hijo se muestre inquieto e irritable cuando está despierto y la que le habla, también. Ya se sabe, la falta de reposo te pone de los nervios y yo lo vivo fatal, porque le miro y no sé cuándo se acabará esta pesadilla.

—Vale. No lo ha podido usted resumir mejor. Me he puesto en su piel a la perfección. Verá, Ana, por favor, no se extrañe por lo que le voy a decir. Yo soy joven y usted tendrá unos años más que yo, pero ¿me permitiría comentarle una cosa?

—Claro, Sonia. Usted parece una persona de confianza y ha sido muy detallista con mi niño.

—Gracias. Veamos, ¿conoce a alguien que se apellide “Pacheco”?

—Pues la verdad es que no. Ahora mismo no me suena, pero debe haber muchas personas que tengan ese apellido. ¿No le parece?

—Bien, entonces vamos a afinar la búsqueda. ¿Conoce a una persona que es médico, pediatra para ser más exacta, y que responde al nombre de “Doctor Pacheco”?

—Para nada, se lo aseguro. Entre mis contactos, no hay nadie así. Y ¿por qué me lo pregunta?

—Por favor, cuando llegue a casa, haga una cosa. Mire que se lo digo con toda la confianza del mundo, porque le he cogido cariño al crío.

—¿De qué se trata? ¿Qué tengo que hacer?

…continuará…

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