En esta entrada vamos a llevar a cabo una curiosa experiencia. Dada la sempiterna polémica entre genética versus ambiente abordada en el anterior artículo, tan solo vamos a sustituir dichos términos por los de reencarnación versus libre albedrío en ese mismo orden. Por tanto, nos quedaríamos con la siguiente fórmula:
Genes………………..Reencarnación
Ambiente………….Libre albedrío
Expliquemos esto un poco más. Cuando hablamos del aporte genético que cada uno de nosotros trae a la actual vida, vamos a transformarlo en todo ese conjunto de datos que el espíritu alberga en su interior y que conserva aunque se “asocie” durante años a un cuerpo material. Por otra parte, cuando hablamos del peso del ambiente, vamos a referirnos a la influencia que el medio ejerce sobre el sujeto, considerando que este influjo no hace más que reflejar el resultado de la interacción entre el individuo y su entorno. Al tratarse de un proceso interactivo, convenimos por la ley de causa y efecto en que cada vez que tomamos una decisión, de esta se derivan unas consecuencias y esos efectos, a su vez, generan una reacción en el ambiente, el cual vuelve a demandarnos nuevas acciones y así sucesivamente.
Por diversas razones, los estudiosos del tema se están inclinando por atribuir cada vez más una mayor importancia al factor genético como auténtico modelador de la vida de las personas. Bien sea por su influjo sobre la salud o sobre la personalidad, lo cierto es que en los últimos años los genes nos están dando mucha información sobre cómo somos tanto en el aspecto orgánico como en el psicológico. Acorde a lo expuesto por la doctrina espiritista, el espíritu cuando vuelve a reencarnar en el plano físico, conserva intacta toda la información que posee acerca de lo que ha vivido hasta el día de la fecha (da igual el número de reencarnaciones experimentadas). Esto se debe a que el alma (utilizaremos como sinónimos los términos alma-espíritu para entendernos mejor), dispone de un mecanismo de memoria exacto que le faculta para guardar cualquier tipo de dato relevante que se produzca a lo largo de su existencia. Hay que tener en cuenta que ese registro hace referencia tanto a las experiencias en el plano físico (sucesivas reencarnaciones) como a las del plano espiritual.
Así, tenemos el caso concreto de una persona que por su configuración genética va a tener una tendencia a padecer de su sistema digestivo (es la parte más débil de su organismo) y por otro lado, sus genes se han estructurado de tal manera que en su carácter hay una marcada predisposición a actuar con impulsividad, es decir, a emprender gran cantidad de acciones sin la suficiente reflexión o pausa, con las consecuencias por todos conocidas que puede tener para ese sujeto.
Ahora, cambiemos el registro. Desde un punto de vista espiritual, nuestro individuo en cuestión abusó en su última vida de una alimentación inadecuada, cometiendo todo tipo de excesos al respecto que pusieron en peligro su salud a pesar de partir una buena constitución física desde su nacimiento. Se movió en general en el ámbito de una favorable economía y posición social. Al mismo tiempo y haciendo uso de su libre albedrío tomó numerosas decisiones de manera impetuosa, en parte debido a su personalidad vehemente pero también a que no realizó ningún esfuerzo por atemperar su carácter. Esto último le condujo a obrar de forma irreflexiva, generando en muchos casos, un dolor innecesario en las personas de su entorno.
El desenlace quedó claro: en su actual peregrinaje por la vida física en nuestro planeta habrá de «arrastrar» una serie de disfunciones en su sistema digestivo producto de los abusos del “pasado” más reciente y por otro lado, conserva intacta su propensión a exaltarse, a conducirse por la escasa moderación en sus actos. Realmente, existe un gran modelo de aprendizaje en todo esto. Aunque tan solo se trate de un ejemplo hipotético, lo esencial es comprender bien el mecanismo espiritual que nos permite entender cómo opera la ley de causa-efecto, eso sí, todo con miras al progreso del individuo que es en definitiva para lo que estamos aquí.
En el modelo expuesto, el sujeto parte con una disfunción digestiva producto del exceso anterior. Nadie le obligó a comer o beber de ese modo radical, inadecuado, insano. Tuvo posibilidades de elegir y evidentemente escogió mal a la luz de los resultados. Ahora y desde que abre sus ojos en el momento del parto, “recoge” los efectos de sus malos hábitos. En cuanto a su particular “psicología”, parece claro que existen tendencias difíciles de cambiar o reconducir, seguramente porque llevamos existencias y siglos manteniéndolas intactas, sin acometer ningún esfuerzo especial por moderarlas o gobernarlas de un modo más constructivo. Nuestro personaje guarda en su interior su querencia hacia la impulsividad, pero será labor suya aplacar este “rasgo” tan importante de su naturaleza.
En conclusión ¿por qué donde se escribe “genética” no podemos ver el acúmulo de datos que el espíritu trae dentro de sí tras pasar por sucesivas encarnaciones? Y ¿por qué donde hablamos de ambiente no podemos ver a la persona (espíritu asociado a un cuerpo) en interacción con su entorno tomando a diario decisiones que le afectan tanto a él como a los demás?
¿No os parece que las piezas del rompecabezas encajan ahora un poco mejor? La famosa polémica genética-ambiente quizá no sea más que una ligera controversia destinada a diluirse con el paso de los años. Nuestro destino se halla cada vez más cerca de ser desvelado con argumentos de los más “racionales”. Habrá que esperar aún un tiempo, mas la tendencia se halla marcada.