«Obsesores» en acción: cómo tratar con ellos (y III)

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Continuamos en esta tercera y última parte con las técnicas restantes tomadas de la ciencia psicológica y que nos pueden ayudar sobremanera a desembarazarnos de la “molesta” presencia de cualquier “obsesor”. Se denominan “Detención del pensamiento” y “Autoinstrucciones”. Ambas se hallan íntimamente ligadas y su mayor poder lo demuestran cuando se aplican de forma conjunta por parte del sujeto. Hay que incidir en el hecho de que la aparición de una de estas entidades en nuestra vida es muy frecuente, pero como seres humanos, es decir, espíritus dotados de inteligencia y sentido moral, podemos rechazar y anular la influencia nociva de estos “enemigos” que después de todo y como ha quedado demostrado en los otros artículos, merecen más nuestra compasión que nuestra condena. Con lo que vamos a explicar a continuación, es bastante probable que según las circunstancias, más de un “obsesor” pueda ver reconducida su senda y pase a dedicarse a otros menesteres más “constructivos”.

Detención del pensamiento. La técnica para detener el pensamiento consiste precisamente en parar de forma brusca y radical el curso del pensamiento, es decir, en atajar rápida y eficazmente una idea que empieza a rondarnos por la cabeza y que posiblemente está siendo insuflada por la voluntad del “obsesor” en nuestra mente. Imaginemos por un momento que nada más levantarnos por la mañana, tenemos un duro día por delante en el que tenemos que ponernos a trabajar en diversas tareas que requieren de nuestro esfuerzo. En esos momentos tan delicados de la jornada, cuando todavía no nos hemos despertado por completo, es cuando tenemos las “defensas mentales” más bajas frente al acoso de estos seres. Es entonces cuando el “obsesor”, que nos conoce, empieza a deslizar en nuestra oreja el sutil mensaje de posponer dicha obra con frases como: “tranquilo hombre, tienes todo el día por delante”, “no vayas tan deprisa, que los demás también se toman su tiempo”, “no es bueno pretender trabajar tanto en una sola jornada”, “recuerda que la vida no es solo esforzarse sino que también hay que descansar”…

Si adoptamos una postura pasiva frente a estos “astutos” avisos, más de uno habrá que se dé la vuelta en la cama y duerma dos horas más. Quizá otros se incorporen pero se tomen las cosas con tanto relax que al caer la noche no hayan terminado ni siquiera la mitad de lo que tenían previsto. Hay que admitir que estos “hermanos inmateriales” son listos y que al percibirnos, van a adaptar perfectamente el mensaje sugerido a nuestra propia idiosincrasia. Si nuestra fragilidad está en que somos reacios al trabajo físico, ellos nos dirán que el hombre, como ser racional, debe ante todo pensar y si se trata de desarrollar una labor intelectual, ellos nos comentarán que al final lo importante es la acción y que meditar tanto es una pérdida de tiempo que no nos lleva a nada. Si mi flaqueza es la gula, por ahí me van a atacar, para que abuse al comer en detrimento de mi salud y si mi debilidad se sitúa en evadirme de los problemas, alimentarán todo lo que puedan la tendencia a consumir sustancias tóxicas que refuercen esa inclinación tan nociva.

¿Y cómo se aplica la técnica mencionada? Consiste en efectuar algún tipo de acción o en pronunciar una palabra repentina que absorba de forma súbita nuestra atención y nos distraiga del ensimismamiento en el que estábamos cayendo por el negativo influjo de nuestro “obsesor”. Hay que considerar que su intención primigenia es que permanezcamos pasivos, sin voluntad, para así resultarles más cómodo el dominarnos. Si estás activo y concentrado en algo concreto, es más difícil estar receptivo a sus palabras. Cuando comprobemos que nos están asaltando las primeras dudas, es decir, que están llegando a nuestra mente pensamientos perjudiciales, en esos momentos iniciales y antes de que se asienten en nosotros, haremos algo sencillo como dar una fuerte palmada, darnos un ligero tortazo en el rostro, pellizcarnos alguna parte del cuerpo, gritar en voz alta la palabra “stop”, “para” o “vale ya” o incluso pegar un pisotón sobre el suelo con intensidad. Todo ello con el sano propósito de romper con esa idea negativa que estaba anidando en nuestra cabeza.

Se trata pues de detener el pensamiento, de interrumpir su curso aunque para ello tengamos que hacer un ruido o efectuar algo sorpresivo. Yo les aconsejo a mis pacientes que utilicen la técnica de la “goma”, es decir, usar una tira elástica de las que empleamos para cerrar las cajas de zapatos y ponérnosla en la muñeca. De este modo, cuando aparece el pensamiento invasor, la estiro con fuerza y la suelto. ¡Haced la comprobación! ¿Duele, verdad? Pues sí, aunque moderadamente, pero es un truco sencillísimo y muy práctico porque el mismo dolor dispersa la atención de la idea negativa y produce que nos concentremos rápidamente en la sensación molesta que hemos provocado.

Seguimos trabajando frente al pensamiento perturbador que están tratando de “soplarnos” desde el otro lado. Ya hemos hecho algo muy importante que es espabilar, impedir que ese mensaje se instale en nosotros. Ahora, tras el primer paso que hemos descrito, resta lo más esencial: dispersar definitivamente el pensamiento negativo expulsándolo, aniquilándolo. Vamos a concebir por un momento que esa idea negativa es como una mosca que trata de molestarnos; con la detención del pensamiento lo que hemos logrado es alejarla por unos segundos con un manotazo. Pero ¿qué ocurrirá si no hacemos algo más? Pues que el insecto volverá para seguir incomodándonos. Hay que recurrir entonces a una solución más drástica para eliminar tan fastidiosa presencia. Los más radicales harán uso de un matamoscas o de un insecticida. A nosotros nos bastará con abrir la ventana y empujarla con las manos hacia el exterior hasta que vuele hacia otro lugar. Nuestros modales “educados” no están reñidos con la firmeza. Aquí es donde entran en juego las autoinstrucciones.

Autoinstrucciones. Esta técnica consiste en lanzarnos mensajes o frases a nosotros mismos que resulten incompatibles con la idea que está tratando de alojarse en nuestra cabeza. Lo entenderemos mejor con un ejemplo. Estudiante que asiste al examen final de carrera y que toma el autobús para dirigirse a la universidad. Ha trabajado duro y se ha esforzado; ha llevado un buen ritmo de estudio y se ha preparado los temas a conciencia. Aunque su “obsesor” ha tratado de distraerle durante las últimas semanas de su concentración, no ha conseguido despistar a nuestro amigo de sus labores, por lo que ha decidido arrojar su postrer ataque a la desesperada en el supremo momento, justamente en los minutos previos a la prueba definitiva. Como conoce a la persona y sabe que la ansiedad es una de sus principales debilidades, resuelve embestir por ese flanco. Esta despiadada batalla en lo mental, va a celebrarse en el estrecho territorio que supone el desplazamiento en bus de nuestro amigo desde su casa hasta la facultad.

El “obsesor” es perversamente inteligente y ha reservado sus fuerzas para la arremetida final con el objeto definido de angustiar al joven y consiguientemente hacerle fracasar en el examen. Tan pronto como este se sube al autocar, se sienta justo detrás y comienza a susurrarle en su oído los siguientes mensajes: “podrías haber estudiado más”, “aunque no lo creas, has desaprovechado tu tiempo”, “te vas a bloquear en cuanto recibas la hoja con las preguntas”, “al final, tu sacrificio no te va a servir de nada”, “¿qué ocurrirá si fracasas?”, “menudo verano más horrendo te espera si fallas ahora”, “pero qué decepción se van a llevar tus padres”, “estás empezando a ponerte más y más nervioso”, “tu ansiedad te va a poder como en el pasado y es entonces cuando vas a olvidar tus conocimientos”, “¿no has pensado en la posibilidad de volver a casa y presentarte en septiembre?”, “yo, para hacer el ridículo ni siquiera iba a la universidad”, “¿no sientes los nervios en tu estómago?”, “si no puedes controlar tu inquietud, es que no estás preparado para pasar la prueba”, “ya estás como siempre, preso de esa angustia desmoralizadora”, “la ansiedad se apodera de ti, renuncia, renuncia, renuncia”…

No sigo, pero existen multitud de frases sibilinas que una entidad malévola de este tipo puede dejar caer en nuestra mente. Los efectos pueden resultar catastróficos. He observado a más de un estudiante rehusar por anticipado a las pruebas por este tipo de coyuntura o a otros que con tan solo mirar las preguntas, se levantaban rápidamente de la mesa con tal de cortar el flujo de pensamientos negativos y paralizantes que estaban lloviendo sobre sus cabezas. Ni que decir tiene que la entidad “obsesora”, una vez logrado su objetivo, se ríe a carcajadas y además tiene la desvergüenza de continuar hablando en la oreja de su víctima musitándole que era lo mejor que podía hacer dadas las  circunstancias, cuando sucede que el estudiante había preparado concienzudamente su examen. Resulta penoso lo relatado, pero existe, es real y como se produce, hay que tomar medidas. Vamos ya con las autoinstrucciones.

Primero, hemos detenido el pensamiento tal y como antes describíamos (palmada, pellizco o expresión en voz alta) y luego, vamos introduciendo lo que yo llamo “cuñas publicitarias” a nuestro favor, por supuesto. En el caso descrito, consiste en que el chico se vaya lanzando a sí mismo frases que contradigan justamente lo que el “obsesor” trata de instalar en su mente. Por tanto, si lo que él quiere es que nos pongamos nerviosos y nos sintamos inseguros, veamos qué tipo de mensajes podríamos decirnos: “estate tranquilo”, “todo va a salir bien”, “has estudiado, por tanto, vas a saber responder a las preguntas”, “el trabajo duro y constante tiene su recompensa”, “es posible que me ponga algo nervioso pero eso me ayudará aún más a concentrarme”, “voy a aprobar porque me lo merezco por mi labor previa”, “respira hondo y siéntete seguro de tus posibilidades”, “venga, hombre, tú puedes con esto y con más, fijo”, “ánimo, mucho ánimo, tranquilo, tranquilo, lo vas a lograr”…

Podemos proseguir, pero las frases deben ser de este estilo. Si nos damos cuenta, se trata justamente de lo contrario de lo que desea nuestro “obsesor”. Si él pretende minar nuestra moral, nosotros nos encargamos de mantenerla e incrementarla. Si él quiere que permanezcamos inseguros y nerviosos, nosotros nos lanzamos avisos de tranquilidad y seguridad interior. Un truco muy importante. Si os habéis dado cuenta, ningún mensaje positivo del chico empezaba por la expresión “no…”. Esto se debe a que la mente entiende mucho mejor todos aquellos mensajes que implican hacer algo y no evitar algo. Por ejemplo, si lo que pretendo es reducir mi ansiedad, no puedo decir como autoinstrucción “no voy a ponerme nervioso” porque entonces me sentiré aún más inseguro. El motivo está en que estoy mencionando o llamando precisamente a la palabra que quiero sortear. En este caso, siempre es preferible decir “voy a estar tranquilo” porque aquí sí que estamos utilizando el término que deseamos instalar en nuestros adentros, o sea, la serenidad.

Si yo le  digo a alguien que NO piense en una serpiente durante un minuto, es muy probable que la imagen de cualquier serpiente acuda rápidamente a su cabeza y que conste que yo le he ordenado que no pensara en ella. Suponiendo que la “serpiente” es lo negativo y un “caballo” es la idea positiva, siempre será mejor decir “piensa en un caballo”, que impedir poner tu atención en una serpiente.

La técnica de detener el pensamiento es efectiva pero tiene una duración limitada de segundos. Por ello, es necesario introducir a continuación algún tipo de autoinstrucción que elimine y expulse la idea nociva que pretendía alojarse en nuestro interior. Así debe funcionar este método, es decir, las dos técnicas deben utilizarse una detrás de la otra para que resulten plenamente seguras.

Para terminar con este interesante tema, que como hemos visto, está a la orden del día y nos alcanza a todos, resumimos brevemente todo lo expuesto hasta ahora.

Los “obsesores” existen, sin lugar a dudas. ¿Por qué nos acosan? Por muy variadas razones que van desde la enemistad de otras vidas (ley de causa-efecto) hasta la antipatía presente a lo que somos o por su oposición a nuestro desarrollo ético o intelectual. No deja de ser otra prueba a la que nos enfrentamos en este mundo de tan escaso adelanto moral. La afinidad resulta un factor clave en todo este proceso. Ellos se “adhieren” a nosotros solo y cuando contemplan que nos situamos en su mismo nivel vibratorio. Este es el quid de la cuestión. Solo pueden influenciarnos si nos ponemos a su altura. Poseemos absoluta libertad para sustraernos a su dominio, para rechazar sus deseos de apoderarse de nuestra mente. ¿Cómo? Cambiando nuestras vibraciones. El pensamiento es la fuerza más poderosa del universo y se transmite por los fluidos. Si realmente queremos vivir tranquilos, libres de su influjo y aún más, atraer a los espíritus más nobles, aquellos que desean nuestro avance y felicidad, hemos de alterar nuestro patrón vibratorio asemejándolo al de estas últimas entidades.

No podemos ni debemos permanecer pasivos ante las tentativas de estos seres que lo único que pretenden es disminuir nuestra capacidad decisoria, influyéndonos de modo constante para que hagamos lo que ellos quieren, es decir, convertirnos en un juguete en sus manos. Hay que permanecer atentos y vigilantes. Recordemos la importancia de la autoobservación. A la más mínima señal de que algo raro ocurre en nuestra mente o a la sensación de que alguien pretende invadir nuestro campo de ideas, hay que actuar. Para ello, hemos descrito tres métodos de corte psicológico que sirven, son prácticos y dan un gran resultado. Un detalle: hay que ser disciplinado y perseverantes. Detener un pensamiento en una ocasión o utilizar las autoinstrucciones en una sola tarde no nos va a servir de nada. Es posible que el “obsesor” se aleje momentáneamente, pero tened por hecho que volverá. Cuando empleamos de forma coordinada dichas técnicas estamos manifestándoles una pretensión nítida: “no te quiero a mi alrededor”, “vete de mi presencia porque no eres bienvenido”, “comprendo tus intenciones pero ten claro que conmigo no van a dar resultado”.

Dad por seguro que lo expuesto ayuda y mucho, pero lo que más nos protege de su poder es modificar nuestra rutina habitual de comportamientos. En este sentido, hay que apartarse necesariamente de los ambientes en los que estas criaturas desgraciadas pululan a su antojo y hay que distanciarse de todas aquellas personas que con su actitud y valores atraen hacia nosotros tan maléficas influencias. Una vez más, el refrán “dime con quién andas y te diré quién eres” resulta revelador al respecto ¡en ambos planos! La afinidad es el factor definitivo que inclina la balanza en relación a qué entidad o seres nos acompañan en nuestro peregrinar por el periplo físico. Preocupémonos pues por alimentar pensamientos positivos, amorosos y compasivos que agraden a los nobles espíritus que han de seguir nuestra singladura por el océano de la evolución. Por último, además de lo comentado, oremos por los “obsesores”, para que tal y como nos enseñó Jesús, “devolvamos bien por mal” y resultemos dignos y agradables a los ojos del Padre que todo lo ve.

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