SOMBRAS DE DIOS (58) Indisciplina y pecados de la carne

—Sin embargo y advirtiendo la aspereza de tu vida —apuntó la hermana Carmen con tono meditativo—, eso no implica que tengas que hacer daño a quienes te rodean, que bien podría deducirse por el color de ese resentimiento que acabas de mostrar. Me parece que eso no te haría ningún bien. Quieras o no, sería recomendable para ti centrarte en los aspectos positivos de la realidad y de la convivencia entre veinte monjas aisladas del mundanal ruido. Nuestra vida es de apoyo y no de venganzas sordas. Creo que no hay que ver conjuras contra ti sino situaciones diversas que se producen en el normal discurrir de una comunidad de mujeres. ¿No te parece, Martina?

La otra manifestó sus dudas con un gesto displicente, como no deseando salir de la cerrazón de su planteamiento acerca de las miserias por las que había atravesado.

—No lo sé. Yo soy una buena observadora de la realidad, Carmen. Eso me hace mantenerme alerta y ese es el motivo por el que desconfío de la condesita y de su pegajosa aduladora, Concepción. Daría lo que fuera por saber lo que tienen con la novicia. Pobre chiquilla inocente, manipulada por no se sabe con qué intenciones por esas mandatarias de cortijo. A ti lo que te pasa es que eres muy optimista y, en caso de duda, solo contemplas el lado dulce del carácter de las personas y no su reverso oscuro. A ti te servirá para mantener la calma en el alma; a mí no.

—Sí, ya me he dado cuenta.

—Siguiendo mi argumento, entre la madre y su «delegada» hay algo más que una relación entre hermanas de un convento. Te prometo por mi pobre madre que descubriré su engaño y derribaré esa fachada de «normalidad» que pretenden mostrar ante el resto. ¡Menuda soy yo para descubrir lo que vive por debajo de las apariencias!

—No diré que te apoyo, pero tampoco quiero renunciar a tu investigación. ¡Quién sabe lo que puedas encontrar! Pero piensa algo: de lo que sea, te pediré pruebas, no esas fantasías que basadas en un pasado turbulento dejas aposentar en tu mente. Martina, tenlo claro: no me gustan las acusaciones sin fundamentos. Deja de envenenar. Estamos en plena plaga de peste —afirmó con fuerza Carmen mientras trataba de librarse de los brazos pegajosos de la otra monja.

Por otra parte, a una distancia de allí, en la que resultaba imposible saber del contenido de aquella grave conversación…

Concepción llamó con suavidad a la puerta del despacho de la superiora, como no queriendo molestar con sus nudillos.

—Adelante, pasad —se escuchó desde dentro.

—Ah, eres tú. Qué alegría me producen tus visitas, querida amiga. Anda, ponte allí. No me gustaría que alguien entrase y nos viese con escasa separación. Menudo ejemplo resultaría cuando estamos defendiendo una justa distancia para evitar los contagios.

—Por supuesto, madre. Me sentaré allí. Así estaremos más cómodas. Me avisaron para que viniese. Supongo que querrás hablar de lo sucedido esta mañana. A mí, como creo que a ti, me ha sorprendido, pero relativamente. Vaya con la intervención de la hermana Martina. ¿Qué crees que pretendía con aquella interrupción tan insólita?

—No quiero pensar mal, Dios me libre, pero mucho me temo que esta ha sido su carta de presentación. Por nuestra confianza, te dejé leer la carta que llegó del convento de Toledo, donde fue sometida a expediente disciplinario. La tengo a buen recaudo, no vaya a ser que caiga en las manos equivocadas. Ya sabes que el informe que emitió la superiora de allí fue demoledor con ella. Ya me lo advirtió la madre Juana antes de partir. Debía ser prudente con esa hermana, porque nos complicaría las cosas, tal y como sucedió donde se hallaba.

—Cierto, Verónica. Indisciplina y corrupción de una hermana más joven. Hoy nos ha mostrado, aunque de forma indirecta, su primera reacción en ese sentido. En cuanto a su segunda falta, no sé si atreverá a intentarlo con alguna de nosotras. Nada puede descartarse.

—Hay comportamientos que se repiten a lo largo del tiempo y es difícil reconducirlos. Aunque se halle sometida a disciplina por sus votos, mi sensación es que esta mañana, aunque sin pretender correr riesgos, nos ha dado un aviso. Juana, que del gobierno de la comunidad sabía mucho, me lo advirtió. El problema de los quebrantos a la autoridad es que pueden resultar contagiosos y minar la moral para el mando y servir para la desafección de otras monjas. No lo sé, tengo mis dudas. Y en cuanto a su tendencia a faltar a la castidad… ¿tú qué opinas, Concepción?

—Es evidente y ya te lo confirmo yo por si acaso aún no te has enterado. Es imposible disimular ciertos aspectos cuando compartes tantas actividades a lo largo de la jornada. Si no me equivoco, se ha hecho muy «amiga» de la hermana Carmen. Le saca casi diez años de edad, por lo que no le resultará complicado ejercer su ascendencia sobre ella. Además, se huele a distancia que posee cierto liderazgo para manipular y por qué no, para embaucar voluntades. Veamos: dada la afinidad que ambas muestran, es posible que Martina lo intente con Carmen. Me parece que esta última es más de dejarse llevar o incluso yo diría que es una mujer influenciable. Y tú, ¿tienes formada una opinión al respecto?

—Coincido contigo, aunque por los detalles que me aportas, se nota que tu capacidad de observación es superior a la mía. Se ve que tus conocimientos de enfermería no solo te han facultado para conocer las dolencias corporales sino también las del alma.

Concepción coincidió con Verónica efectuando movimientos afirmativos con su cabeza.

—Como entenderás, lo último que deseo es que se organice un escándalo entre estos muros. Soy la máxima responsable de la comunidad y cuanto ocurra aquí, no solo lo bueno sino también lo malo, depende de mi facultad para reaccionar con las debidas actuaciones. Si las cosas llegasen a más, las autoridades religiosas podrían citarme para declarar. Los pecados relativos a la debida obediencia y a las licencias de la carne son perseguidos con especial diligencia, lo que veo de sentido común si pretendemos conservar un buen orden entre un grupo de monjas de clausura. Hacerme la ignorante sería traicionar el espíritu que me inculcó durante años la madre Juana. No quiero eso.

—En ese sentido, me temo que no hemos tenido «suerte» con la nueva hermana —afirmó la enfermera cabizbaja.

…continuará…

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Mié Ago 27 , 2025
—Tranquila, Concepción —afirmó la superiora mientras que se tocaba la cara con sus dedos en un gesto de reflexión—. Recuerda las enseñanzas de la madre Juana: «en cada problema, en cada dificultad, una oportunidad de avance y de progreso». Y creo que ella tenía mucha razón. Si no nos ponen […]

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