—¿Es usted del país vecino, Madame?
—Oui, qué observador. Mire que llevo años en España, pero se ve que el acento de donde nací es imposible de quitar. De todas formas, me viene muy bien para alternar. Resulta como exótico, atractivo, diría yo. Me da igual si el negocio tiene algo de francés en su estilo; la fama y el servicio al público aumentan la cotización del local que, a fin de cuentas, es lo que importa. ¿No lo cree así?
—Supongo, usted es la experta del lugar.
—Yo nací en el país galo, en la capital parisina para ser exacta. ¿Puede usted creer que mi padre era español? —argumentó Gisele mientras que deslizaba cariñosamente su mano derecha por el rostro de Armando.
—Ah, interesante.
—Sí. Después de terminar la «Grande Guerre», un hombre llamado José penetró en un local de alterne de París. ¿Tiene idea de quién regentaba ese negocio?
—Pues no tengo el menor conocimiento, Madame.
—Coincidencias del destino o no, se trataba de mi madre. Debe ser que esto me viene de familia. No me quejo. Las cosas me van bien en Madrid. ¿Qué más se puede pedir?
—Oiga, Giselle. Perdone por la pregunta, pero usted ya no está en activo. Me entiende, ¿verdad?
—Caramba, qué franco es el caballero. Bueno, yo ya tengo una edad, aunque aparento menos porque me cuido. Es fundamental ofrecer una buena imagen. Y contestando a su pregunta, tendría que aparecer por aquí un ministro para que yo me vistiese de corto nuevamente. Ah, si yo le contara la de personajes que han entrado por esa puerta… Seguro que se sorprendería, pero no le voy a aburrir con mis historias.
—Bueno, no resulta ninguna sorpresa. Las sociedades cambian, evolucionan, pero estos locales nunca entran en crisis. En este país, algunos predican principios morales y luego, digamos que no son coherentes con sus discursos. Por algo este es el negocio más antiguo del mundo.
—Sí, ya veo que el señor es muy lógico y realista en sus consideraciones. Verá, voy a practicar mis habilidades con usted, pero no se engañe, que no me refiero a las de alcoba. Que conste que yo, cuando era más joven, tenía una reputación de ser una de las mejores chicas. Me buscaban con desesperación. Ahora me desenvuelvo en labores de gerencia. Cosas de la edad. En fin, voy a tratar de exponerle la opinión que me he formado de usted, o lo que es lo mismo, qué tipo de chica iría acorde a su estilo, a su personalidad.
—Qué bien, ya me advirtieron que en este sitio el personal era muy refinado y profesional. También me comentaron que era casi imposible salir insatisfecho de «Le Paradis». La verdad es que me siento muy a gusto charlando con usted. Si me lo permite ¿podría invitarla a una botella de champagne?
—Por supuesto, señor. Me cae bien ¿sabe? Tengo la impresión de que hemos conectado. Se nota que es usted una persona que se ha hecho a sí misma.
—Lleva toda la razón. Este acertijo ha comenzado de la mejor manera.
A un gesto de la Madame, una de las camareras trajo de la barra una botella de Moët & Chandom para servir en la mesa.
—Admito que me siento ansioso por conocer sus habilidades intuitivas sobre mí. Veamos hasta dónde consigue alcanzar.
—De acuerdo. En primer lugar, dudo que el señor esté casado y esto no lo digo por la ausencia de anillo en sus manos. Me refiero sobre todo a ese perfil de hombre que lleva veinte años de matrimonio y con varios chiquillos a su cargo. No me encaja usted con ese padre al que salen a recibir los críos cuando llega a casa cansado de su trabajo mientras que su esposa fiel le sonríe y le besa.
—Bien, no empieza mal —dijo entre risas Armando—. Esto del matrimonio no va mucho conmigo. Y la cuestión de los niños, pues tampoco es mi fuerte. ¿Seguimos?
—Claro, Monsieur. Como le decía antes, el caballero es independiente, posee un buen liderazgo, aunque no manda a sus empleados, más bien les dirige por su gran ascendencia. Así es más fácil llevar un negocio y encontrar éxito en las ventas.
—¡Sorprendente! Estoy impresionado, Giselle. Pareciera que ha desarrollado estudios de psicología.
—C’est la vie, Monsieur. Ya se sabe, la experiencia es la madre de la ciencia y de eso, yo sé mucho.
—¿Puede seguir, por favor? Me estoy divirtiendo muchísimo.
—Cómo no, don Armando. De eso se trata. Siendo concreta, creo que busca a una chica más bien joven e inocente, que no tenga demasiada picardía ni experiencia de la vida. Esto último complicaría su aceptación.
—Oiga, que yo solo vengo aquí a lo que vengo.
—Se equivoca, caballero.
—¿Cómo dice? ¿Qué misterio es ese?
—Usted se aproxima a los cuarenta y esa es una barrera importante en la vida de los hombres. Se lo aseguro. ¿Quiere escuchar algo definitivo?
—Estoy esperando su respuesta. Me tiene encandilado, Madame.
—Sí, voy bien encaminada. Mire, usted no ha venido aquí solo para darle placer a la carne. Me parece que está procurando algo más. No hablo de enamoramientos, por supuesto. Hablo de desahogos, de conversaciones.
—Creo que me he perdido. ¿Podría ser más explícita?
…continuará…