LOS OLIVARES (111) Y yo no quiero eso

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—Alicia, abrázame, por favor. No necesito ahora una llamada ni una denuncia, sino tu cariño y tu compasión. Será mejor no complicar las cosas. Venga, vayamos al porche y sentémonos. Mira mi rostro, te lo ruego. ¿Ves mi sufrimiento?

—Claro que lo veo. Jamás había contemplado unos ojos tan torturados.

—Anda, insisto: sentémonos y consuélame.

—Pero, Rosarito, es que…

—Déjalo, hermana, solo te pido que me acompañes.

—De acuerdo, sentémonos.

Tras secarse las lágrimas, la joven siguió hablando…

—Alicia, ahora que he podido desahogarme en tu presencia, solo deseo razonar y compartir contigo lo que pienso.

—Sí, te escucho.

—Entiéndeme, hermana. Esto no lo debe saber el marqués, bajo ningún concepto. Con su delicado estado de salud, agravado por todo el proceso judicial y la vejación que ha recibido, esta noticia supondría adelantar su marcha de este plano. Y yo no quiero eso. Tampoco puedo decírselo a mis padres. Sufrirían la peor humillación ejercida sobre su hija y podría desencadenarse una reacción jamás vista. Nunca perdonarían a tu hermano y el resto de sus días albergarían en su corazón un odio silencioso que les desgarraría el alma. Y yo no quiero eso. Y en cuanto a Rubén, tampoco puedo desvelarle nada. Creo que no podría asumir esa noticia, que trataría de vengarse de Carlos por todos los medios y yo, lo último que deseo, es que pase muchos años de su vida en la cárcel. Y yo no quiero eso. Trata de entender mi postura, haz un esfuerzo, aunque te cueste. Claro que puedes denunciarle ante las autoridades, pero… ¿qué ganaría yo? O, mejor dicho, ¿eres consciente de lo que perdería?

—Mi niña, ganarías respeto, te desquitarías, recuperarías tu honra.

—Aquí la única honra que existe es la del alma y ella posee la suficiente dignidad como para no perderla a pesar de lo ocurrido. Han mancillado mi cuerpo, es cierto, pero mi espíritu conserva su nobleza y no permitiré que esa infamia se instale en él.

—Rosarito, estás hablando como un ángel, pero hay gente que solo aprende con el castigo, personas que han de experimentar el arrepentimiento en sus carnes para que no sigan escarneciendo a sus víctimas con su terrible impunidad.

—Mi querida Alicia: siempre he tenido contigo una conexión muy especial. Mi confianza en tu palabra es absoluta. Te agradezco tu intención de denunciar a ese malvado en lo más profundo de mi ser. Sin embargo, pese a la gravedad de lo sucedido, no deseo provocar ningún terremoto de consecuencias incalculables. Hay casas cuyos cimientos se derrumbarían y arrastrarían a cuantos viven dentro. Te lo aseguro: no quiero ver desfilar ante mi vista el cadáver de ninguna víctima. Estoy indignada en lo moral y dolorida en mi cuerpo. No es el momento de dejarse arrastrar por las ansias de venganza: se desataría una tormenta de desolación que alcanzaría a las personas que más amo. Está claro que yo no pretendo eso. Dios me libre del ánimo de revancha, porque esa palabra jamás ha habitado entre las paredes de mi corazón.

La hija del marqués se quedó pensativa y durante unos segundos, le dio vueltas en su cabeza a todo lo que había expresado su mejor amiga. Al poco, sin poder evitarlo, se echó a llorar de la forma más desconsolada, como si nada ni nadie pudiesen mitigar su pena.

—Ay, «hermanita», no llores, te lo ruego, que ya bastante he llorado yo. No me rompas el alma con tus lágrimas.

—Es que no puedo entender cómo en una situación tan crucial como esta, la bondad inunda tu pensamiento y tú misma renuncias a la justa compensación, a restituir tu honor a través del castigo a ese malnacido que, por desgracia, comparte mi sangre.

—Calma, Alicia. Solo quiero que me consueles, aunque permanezcas callada, solo te pido que te quedes aquí, en mi compañía. Trata de comprenderme, solo eso. No puedo permitir que ese dolor que vive ahora en mis adentros se escape hacia fuera en forma de odio o represalias. Los demás, excepto tú y ya sabes los motivos, no deben compartir ese dolor y sufrir conmigo.

—Estoy desorientada. Aún no puedo imaginar cómo la perversidad ha hallado su casa en el corazón de mi hermano. No hay peor desconcierto que tratar de comprender cosas que no me resultan comprensibles.

—Este será nuestro gran secreto que deberemos llevarnos hasta la tumba. Ya sé que Dios lo contempla todo y que, aunque sea en el más allá, Él impartirá su divina justicia. Es tiempo de turbación, pero mi conciencia ya me da señales para que esté tranquila. Peor lo pasó mi padrino. El pobre, a su edad, ya se veía fusilado en una tapia o muriendo entre rejas. Eso sí que era sufrimiento. Mira que ha padecido, que lo ha pasado mal en estos meses, pero ahí está. Ahora, podrá despedirse de este mundo en su cama, como una persona digna.

—Perdóname, Rosarito —acertó a decir Alicia mientras que acariciaba las manos de la joven—. Discúlpame por haber dejado a la rabia habitar en mí. Al escucharte, es como si alguien me hubiese acariciado el pelo y con esa acción, me hubiese transmitido toda su paz, esa paz que tú sí que llevas por dentro.

La hija del marqués se levantó y sin pensarlo, se arrodilló delante de Rosario hasta que apoyó su cabeza en el regazo de la joven que se puso a acariciarle los cabellos con lentitud y suavidad. De esta forma, a pesar de haber sufrido la peor agresión imaginable, era el espíritu de Rosario Gallardo el que consolaba el alma de Alicia de Salazar.

—Tranquila, «hermanita». No han sido mis palabras ni mi bondad quienes te han confortado. Ha sido tu madre, que está aquí, la que ha aliviado nuestros corazones, porque no existe mayor amor que el de una madre. Ella te dice que no te obceques, que alejes cualquier ánimo de venganza de tu corazón y que sigas con tu vida porque está muy orgullosa de ti.

—Gracias, gracias, de verdad, Rosarito —pronunció Alicia en voz baja—. Tú sí que has nacido para amar, para hacer feliz a mi padre, a Rubén y a mí. Que Dios te bendiga siempre.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (111) Y yo no quiero eso»

  1. Penso que Rosarito tem medo de represálias ou violência contra ela ou seus entes queridos, como não magoar o marquês, seus país e seu namorado .
    É importante respeitar a decisão de Rosarito de não querer acusar o criminoso, pois cada pessoa tem suas razões para tomar decisões. Mas é importante procurar apoio emocional .

  2. Sim concordo com esse critério. Rosario é livre para decidir sobre seu futuro e tem que procurar esse apoio com Alicia. Beijos, Cidinha.

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