LOS OLIVARES (60) El pájaro en la jaula

Por fin, había dado con la solución para salir de aquel laberinto en el que tanto se jugaba. Con tranquilidad, mas con una muestra de perversidad en su rostro, Carlos extrajo del cajón de la mesa una pequeña agenda. Tras unos segundos de búsqueda, halló lo que pretendía. Descolgó el teléfono y marcó el número que aparecía en una de las páginas.

—¿Diga?

—Buenas tardes. ¿Eres tú, Juan?

—Sí, soy yo. ¿Quién llama? Ah, un momento. Reconozco esa voz. Don Carlos, qué alegría y cuánto tiempo. ¿Qué se le ofrece?

—Bueno, hombre, yo también me alegro de escucharte. Ya sabes que somos amigos desde que te resolví ese delicado asunto jurídico en el que te habías metido y que tanto te preocupaba. Espero que ese lazo entre nosotros no se haya debilitado.

—En absoluto, señor. Estoy a su disposición.

—Perfecto, amigo. Pues te llamaba porque necesitaba que me hicieses un favor. He pensado en ti porque creo que estarás a la altura del desafío. Digamos que no es una tarea complicada, pero que tampoco es fácil. Es posible que haya que hacer uso de la fuerza, pero yo sé que eso no supone ningún problema para ti. ¿Me equivoco?

—Claro que no, don Carlos. Usted sabe que he estado tres años implicado en la guerra y que ya nada me asusta en esta vida.

—Bien, me satisface escuchar eso. Tú, ¿cuándo te afiliaste a Falange?

—Pues en 1935, un año antes de que estallase la guerra. Y créame, he hecho de todo y ya nada me sorprende y más ahora, que los nuestros mandan.

—Pues sí que tiene mérito tu labor. Esta era una ciudad infectada de «rojos» y mira por dónde, después de la purga de Yagüe, esto se ha quedado bastante tranquilo. Aun así, ten en cuenta que todavía quedan escondidas algunas ratas en las alcantarillas. Claro, ya no pueden andar por las calles porque las aplastaríamos, lo que no quita para que continúen existiendo entre las cloacas. Y, a veces, hay que ir a por ellas para fumigar algunas zonas donde se encuentran.

—Desde luego, señor. No resultó nada sencillo. Se lo digo yo. Sin embargo, cuando el destino de un hombre está escrito, no hay nada que hacer, aunque hay que dar los pasos necesarios. En esta ciudad, que era un nido de pájaros revolucionarios y marxistas, supe esconderme de esos bárbaros y después, cuando llegó la ocasión, jugué mis cartas y gané. Y aquí estoy para lo que haga falta.

—Cómo no. Has hecho un gran trabajo que cualquier hombre de bien sabe valorar. Qué buena limpieza de piojos, de esos que te chupan la sangre, realizaste en Badajoz. Puede que queden algunos insectos en la sierra o en los campos, pero una minucia a lo que había antes del Alzamiento.

—Así es. Yo estuve en la Plaza de Toros hace cuatro años y le puedo asegurar que fumigamos a los bichos hasta que desaparecieron. No fue agradable, pero el riesgo bien que mereció la pena. El tiempo nos ha dado la razón, don Carlos. Ya se sabe, más vale prevenir que curar.

—Me alegra saber de tu labor, ejecutada a escondidas, pero esencial para la convivencia. Bueno, tengo un trabajito para ti. Lo mejor es que ganarás un buen dinero en un corto espacio de tiempo.

—Dicho así suena genial. Pues proponga usted que yo cumpliré con mi obligación. Quedará satisfecho, eso seguro.

—Dentro justo de una semana y por la tarde, te espero en mi despacho. ¿Te has olvidado de la dirección?

—En absoluto, don Carlos. Lo importante jamás se olvida.

—Tráete a gente de apoyo, por si las moscas. Creo que con tres más será suficiente. Nunca se sabe. El tipo sobre el que vais a actuar no es de fiar. Mejor asegurarse.

—No hay ningún problema. Mi equipo es de confianza. Cuando hay que hacer algo, se realiza a petición del cliente y luego, nos retiramos. Puede confiar en ellos.

—Bien. Tráelos aquí contigo el día acordado.

—Señor, ¿de qué se trata?

—Pues el asunto está en detener a un imbécil que se cree que puede jugar conmigo, con mi honor y con el de mi familia. Se ve que no me conoce. No tengo ni idea de quién es el pájaro, pero habrá que meterlo en la jaula y darle su merecido. No quiero ningún rastro de él, ni pruebas, ni cosas raras, es decir, que no existan motivos como para que las autoridades abran una investigación. Tú ya me entiendes, ¿verdad, Juanito?

—No se preocupe. Somos profesionales y nos ocupamos de resolver lo que haga falta. Da igual la dificultad de la misión.

—Me encanta esa seguridad con la que te expresas.

—Bueno, hemos ganado una guerra. Eso facilita las cosas. Los que deben estar preocupados son aquellos que han sido derrotados. Es lo correcto, ¿no?

—Sí, tienes toda la razón. Las guerras no se inician para luego andar perdonando a tus enemigos. Además, en el caso opuesto, ya estaríamos todos ahorcados en la plaza mayor. Antes de colgar, te comento sobre las ganancias a obtener. Considerando que en unas horas habrás resuelto tu trabajo… a ti, como jefe, te entregaré mil pesetas. Para los demás que vengan, quinientas pesetas a cada uno. Si tú quieres hacer otra distribución, ya es cosa tuya. ¿Estás de acuerdo?

—Faltaría más, señor. Se hará como usted diga, un trabajo de garantía, con el sello de la casa.

…continuará…

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