—Sí, no tenemos más remedio —respondió Sandra con una mueca en su rostro que combinaba la tristeza con la esperanza—. Bueno, caballero… no quiero acelerar las cosas, pero… ¿y la carta? Es que no la veo. Supongo que la tendrás guardada en la chaqueta. Admito que estoy deseando verla y descubrir su contenido. ¿Qué habrá escrito ahí David para que te la diese a ti en un sobre cerrado? Me muero de ganas, aunque también me despierta incertidumbre. Yo que sé, a veces, es mejor no enterarse de ciertas cosas. Bueno, da igual, seguro que lo que hay dentro es algo importante.
—Dile que no llevas la carta encima, que la tienes guardada en un lugar seguro.
—Pues verás, es que la famosa carta no está aquí. La tengo a buen recaudo en un sitio que nadie conoce.
A Sandra le cambió la cara. Tras oír la respuesta de Alonso, realizó un gesto de decepción y de incredulidad.
—¿Perdona? Hay algo que no entiendo. No sé a lo que te refieres, pero ayer, charlando por teléfono, me dejaste bien claro que hoy vendrías a casa con la carta para entregármela. Aquí hay algo que no encaja… ¿Me lo puedes explicar?
—Ya, es que… —acertó a expresar de forma torpe el maestro mientras que cada vez se ponía más nervioso—. ¡Joder, David, no me fuerces más, que es inútil! —insistió el maestro mientras que miraba a su izquierda—. Creo que ya se ha dado cuenta de todo. Esto no podía acabar bien. Estoy muy presionado, compréndelo. Con lo fácil que hubiese sido contar la verdad desde el principio y listo.
—Pero, pero… ¿qué está pasando aquí, Alonso o como te llames? ¿Con quién hablas? ¿Tú estás bien? Me estoy perdiendo algo importante y no sé lo que es. Por Dios, explícate ya de una vez.
—Vale, está bien, Sandra. Mira, te pido mil disculpas… pero… es que tu marido está aquí, con nosotros, en este mismo salón.
—¿Cómo que está aquí? ¿Te he oído bien? ¿De quién estás hablando? —preguntó ella mientras que alzaba el tono de su voz.
—¡Pues quién va a ser, mujer! Estoy hablando de David Sánchez, de profesión psicólogo, fallecido en accidente de tráfico el pasado mes de noviembre. No hay otro. Ha venido hasta aquí para ponerse en contacto contigo.
—Pero… hombre de Dios… ¿qué tontería es esa que acabo de escuchar? ¿Qué clase de engaño es este? ¿Crees que soy imbécil? Con razón ayer no terminaba yo de confiar en ti y en lo que decías. Me sonaba de lo más raro, sobre todo, que él no me hubiese hablado de ti nunca. ¿Era todo mentira, verdad?
—Pero, por favor, déjame que te explique… te lo ruego.
—Mira, Alonso o cual sea tu nombre: tú no eres ni has sido compañero o amigo de mi marido. Fíjate, no creo ni que le conozcas. O me aclaras toda esta broma en un minuto o llamo ahora mismo a la policía.
—¡Bueeeno…! —expresó Alonso mientras que abría de par en par sus brazos—. Lo que me faltaba. ¿Lo ves, listo? Ha pasado lo peor que podía ocurrir. Yo no era un pesimista, simplemente un optimista bien informado. Hoy termino en un calabozo de la comisaría. Mira que te lo advertí, psicólogo.
—¡Maldito seas, si serás desgraciado! —exclamó la mujer mientras que se abalanzaba sobre el maestro y empezaba a golpearle en el pecho con sus dos puños cerrados.
—¡Ay, ay, pero, cálmate mujer, que me estás haciendo daño! ¡Vaya fuerza que tiene tu esposa, caramba! Joder, que no la puedo parar.
—Ah, vale, continúas con tu broma macabra ¿no? Maldito estafador de emociones, sal ahora mismo de mi casa o te tiro esta silla a la cabeza. No, tranquilo, que ya estoy marcando el 091, el número de la policía. ¡Verás que pronto se arregla este turbio asunto! ¿Sabes? Ya me habían hablado de gentuza como tú, de esos que se aprovechan de las desgracias ajenas para sacar algún beneficio. Por Dios, ¿será posible que me haya tocado a mí? ¡Qué mala suerte he tenido!
Mientras que Sandra recogía el teléfono de la mesa y se disponía a marcar el número de la policía, Paula, alertada por el escándalo de aquella discusión, salió de su habitación y corriendo por el pasillo, llegó hasta el salón de la casa.
—¡Ay, mamá! No hables tan alto, que no me entero de los dibujos.
De pronto, el rostro de la niña cambió de mueca y ante la sorpresa de los presentes, aquel escenario mudó por completo…
—Pero… papá… papá… has vuelto a casa… por fin… ¿Lo ves, mamá? Yo tenía razón. ¿Por qué no me has avisado de que papá había regresado? ¡Mentirosa, más que mentirosa! Siempre que te preguntaba, me decías que no sabías cuando él volvería y mira, por fin ha llegado de su largo viaje.
—Pero, hija, ¿has perdido el juicio? —comentó extrañada Sandra—. ¿Dónde, por Dios? ¿Es que acaso tú puedes verle? ¿En serio? ¡Ay, Dios, que me estoy volviendo loca…!
—Entonces, Paula… ¿tú puedes verme, hija mía? —expresó el psicólogo en medio de una gran alegría.
—Pero… ¿qué tonterías dices, papá? Si estás como siempre, con ese traje azul que te queda tan chulo. ¡Bien, bien! ¡Mi padre ha vuelto, mi padre está en casa! —exclamó la pequeña mientras que saltaba jovialmente sobre el suelo.
De repente, la cría, que no hacía más que brincar y dar vueltas, dominada por la ansiedad y por el deseo incontenible de abrazar a su padre, se dirigió hacia él a toda velocidad. Cuál no sería su sorpresa cuando, en su intento de aproximación, cruzó su silueta limpiamente hasta caerse sobre la alfombra del suelo. De pronto, se dio cuenta de que podía verle, incluso escucharle, pero no abrazarle como pretendía, pues sus manos atravesaban su figura al tratar de tocarle.
…continuará…
Que bueno!…Maravilloso!!!…estaba muy triste por la niña, pero veo que David será quien la ayude en el proceso!!Que buen capitulo!!!
Como ves, las cosas parecen estar ordenándose para que todo cuadre. Eso es lo que más amo de la espiritualidad, que obedece a unas leyes justas y que todo encaja en unos planes de equilibrio. Abrazos, Mora.
Que maravilha a presença carinhosa de David junto a Paula, despertando na filha lembranças do pai querido. Demonstrando que os laços de afetividade persistem no Mundo Espiritual. Além disso, pode servir de consolo para Sandra, diminuindo sua ira com relação a Alonso.
Grato pelos seus comentários, Cidinha. Servem para esclarecer muitos aspectos que, às vezes, nao estão claros. Abraços.