EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (89) Lluvia de recuerdos

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—Ah, entonces, tú eres Alonso, el amigo de mi marido —expresó Sandra con una larga sonrisa en su rostro mientras que le ofrecía su mano en un gesto de confianza—. Anda, pasa, no te quedes ahí.

—Sí, muchas gracias.

—Oye, antes que nada y perdona por la pregunta, pero… ¿tú siempre llamas tres veces seguidas cuando llegas a tu casa? Esa forma… me trae tantos recuerdos…

—Ah, sí, debe ser otra de mis manías, como cualquier otra. Tengo esa costumbre desde hace años.

—Ya, supongo. Anda, acomódate en el sillón. Acabo de preparar el café. ¿Cómo lo tomas?

—Pues un poco de café y el resto de leche, por favor.

—De acuerdo. Te sirvo.

En aquellos momentos decisivos, Alonso no podía apartar la mirada de su amigo David, lo que le hacía permanecer especialmente incómodo. Y es que contempló al psicólogo llorando a lágrima viva, tratando de recomponerse y poniendo la mano en su boca como si pensase que su mujer le iba a oír.

—Oye, Alonso —interrumpió con curiosidad la mujer—. Estás mirando hacia la izquierda. Quizá has hallado algo que te llame la atención.

—Ah, no, disculpa. Me había fijado tan solo en aquel aparato de televisión. Un día, tu marido me dijo que estaba encantado con esa compra.

—Pues sí. Fue un capricho, la verdad. A él le encantaba ver las películas en formato grande y disfrutaba mucho… pero, ¿estás llorando o es mi imaginación, amigo?

—Caramba, estás pendiente de todo —respondió apurado el hombre—. Lo siento, has de disculparme. Al sentarme aquí, no he podido evitar que me viniesen recuerdos de David, de sus cosas, de nuestras conversaciones, de esa confianza que desarrollamos y ya ves, las emociones no siempre se controlan.

—Claro, me hago cargo. Oye, ¿y os conocíais desde hacía mucho tiempo?

Por favor, amigo. Recuerda todos los datos biográficos que te he dado sobre nosotros en tu casa —le comentó el psicólogo al maestro—. Te doy ánimos y trato de dármelos a mí mismo. ¡Qué fuerte es todo esto! Es un sueño cumplido. Venga, que lo estás haciendo muy bien. Continúa.

Pues… déjame recordar. Creo que fue al poco de aparecer él por allí. Digamos que nos caímos bien desde el primer día y luego, todo resultó más fácil. Él era, ante todo, un buen hombre; por eso congeniamos tan rápido.

—Sí, de eso estoy segura. Dios mío, yo sé que aún es pronto y que aún me pesa, pero es que se me hace tan difícil cerrar la puerta al llegar a casa y escuchar el silencio de estas paredes en vez de su voz… Menos mal que la niña está conmigo; si no, esto se habría convertido en una pesadilla difícil de soportar.

—Pregúntale ahora por Paula. Es el momento.

Y ¿dónde está ahora tu hija, Sandra? Quizá esté jugando en casa de una amiga.

—Ah, no. Ella está en su habitación. Le puse una película de dibujos animados. Le encantan. Así nos dejaría más o menos tranquilos para conversar. Mi hija es muy curiosa y pregunta por todo. No es una cría precisamente tímida. Supongo que saldrá de su cuarto de un momento a otro. Es solo una niña de siete años. Creo que todavía no es plenamente consciente de lo que le ha pasado.

—Pero, tú le has dicho a tu hija lo que le ha ocurrido a su padre, supongo.

—Sí, claro que sí. Se lo dije con calma y suavemente. No quería hundirla. Es una extraña mezcla de sentimientos porque, por una parte, le quieres contar la triste verdad y por otro, me da tanta pena. Por nada en el mundo quisiera que ella pensara que su madre es una mentirosa.

—Entiendo. Y ¿cómo reaccionó la pequeña?

—Lo cierto es que no sé exactamente lo que puede haber en su cabeza. Es una chica muy imaginativa y siguiendo con ese razonamiento, Paula cree que su padre está en un largo viaje y que en cualquier momento, puede volver.

—Curioso…

—Mira, Alonso, esta situación es más complicada de lo que parece y hay que vivirla, sin duda. Yo no quiero discutir con ella. Después de todo, es tan solo una niña. Cuando peor lo paso es cuando me pregunta por cuándo va a volver David y ahí… se me rompe el alma, me derrumbo. Me supera tanto su mirada, la expresión de su carita, que callo y lo único que acierto a decir es: «no lo sé, hija». Otra respuesta me partiría el corazón. La semana que viene he quedado con el psicólogo del colegio para que me dé alguna orientación al respecto. Esta cuestión es compleja y quiero ponerle fin. Sinceramente, a veces me noto desbordada. Si esto es duro para un adulto, imagina a su edad. Lo que está claro es que esta coyuntura no se debería prolongar. No me gustaría que mi niña creciese con la esperanza de que su padre va a llamar de nuevo a la puerta y la va a abrazar.

—Te comprendo perfectamente. Es duro, sin duda. Por lo menos, estáis las dos juntas para apoyaros y haceros compañía.

…continuará…

4 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (89) Lluvia de recuerdos»

  1. Pobre Criatura! Es la mas afectada y quien tendrá que vivir por siempre con la ausencia del padre! Es tan triste para los niños! Sufren tanto las ausencias,las separaciones…de verdad es traumatico a tan corta edad las separaciones definitivas…conocer esa realidad tambien me desborda

  2. Es verdad que los niños sufren esa ausencia mucho. No obstante, tienen toda la vida por delante para organizarse y su mente es más plástica, porque aún no está completamente desarrollada. Abrazos, Mora.

  3. Penso que Sandra soube como explicar a filha sobre a morte do Pai, e claro, num linguajar que a criança entenda. O importante é deixar a criança perguntar o que quiser e pensar o que quiser, e que as respostas seja simples. Com o tempo tudo se esclarece.

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