Veinticuatro horas después, un hombre bien vestido salía de su casa bajando los pocos escalones que daban acceso a aquella calle de Madrid. Junto a él, caminaba un espíritu con pinta de estar aún más nervioso que su acompañante del plano físico.
—Bueno, no pretendo ser pesado, Alonso. Ahora que estamos a tiempo, permíteme que revisemos nuestro plan mientras que paseamos antes de llegar a mi casa. ¿Vale?
—Claro, David. Me vendrá muy bien. Es cierto que tu terapia me ha ayudado mucho, pero hay que reconocer que este es el encargo más raro y más especial de mi vida. Jamás me hubiese imaginado que me iban a encomendar una misión tan complicada.
—Bueno, hombre, no exageres, que tampoco es para tanto, aunque siendo sincero, no me extraña tu preocupación, porque hasta yo mismo siento los nervios por dentro. En fin, que no nos queda más remedio que ser optimistas.
—Me comprometí contigo y te juré que cumpliría el plan. Y aquí estoy, andando como un «loco» acompañado de otro «loco» por las calles de la capital. Solo le pido a Dios que tu mujer se avenga a razones y que esta aventura no termine mal. Cuidado, que en caso de fracaso o de malentendidos, puedo terminar en comisaría. El ambiente no está como para jugar con ciertas cosas que pueden acabar con denuncias por acoso o algo peor. Como tú dices, mantengamos la calma, aunque a ti, no te pueden detener ni acusar de ningún delito.
—Por favor, amigo, relájate…
—Claro, pero hay que contemplar todas las posibilidades. Tú mismo me lo dijiste en tu último discurso. Puede pasar de todo. Eso sí, seamos positivos.
—De acuerdo. De todas formas, la última vez que hablamos, además de aclarar el día y la hora exacta en la que íbamos a realizar esta «excursión», te di varias pistas para facilitar esta tarea y que todo resultase más fácil. Mira, sé que la charla telefónica que mantuviste con Sandra fue todo un éxito. Eso ya va a hacer todo más sencillo. Considera que ella, de principio y gracias a tus habilidades parlanchinas que yo te inspiré, ya confía en ti y no se va a oponer a que te comuniques con ella. La ventana de la esperanza está abierta.
—Eso espero, psicólogo. Aun así, me costó convencerla. No es una mujer a la que resulte fácil persuadir de algo. No sé, pero si yo fuera un vendedor, no me acercaría por su casa a enseñarle un producto.
—Coincido contigo. A pesar de ello, ponte en su situación. Todavía está como conmocionada, aunque haya pasado algo de tiempo. Es muy fuerte quedarte de repente sin tu marido, sin la persona a la que más amabas. Es normal que desconfiase, no ya de ti, sino de cualquier desconocido. Ella no recordaba nuestra amistad, simplemente porque no existía, por eso nunca le hable de ti. Lo nuestro fue posterior a mi muerte. Por muy bien que te funcione la cabeza, quedarte viuda antes de los cuarenta es algo complicado de asumir. No estamos preparados, por más que se diga, para morirnos en edad joven. Comprendo perfectamente a Sandra y que desconfíe de las sombras y hasta del viento.
—Vale. Sigamos con el plan. Entonces, pulso el timbre del portón principal, me identifico y en cuanto me abra, subo hasta su piso y al llegar a su puerta y encontrarme con ella… ¿qué digo?
—Como hoy es sábado, no estará el portero. Haces eso, tal y como has dicho. Entras en la casa, te sientas donde te indique y una vez que ella te prepare el café, ya podéis empezar a charlar.
—Bien, pero supongo que lo primero que hará será preguntarme por la carta. Caramba, David, que no llevo nada de nada, mis bolsillos están vacíos, que resultó una argucia para visitarla, que tu mujer tiene carácter, que en cuanto se dé cuenta de que ayer le mentí se va a enfadar y me va a echar de allí a patadas. Peor aún: puede que se indigne tanto que avise a la Policía y yo mismo me meta en un lío.
—Tranquilo, hombre, que no será para tanto.
—Oye, David. He sido depresivo, ansioso y más cosas y es cierto que gracias a tu ayuda, ahora me siento mejor. De todas formas, me conozco y te digo algo: yo no sé mentir y menos con una persona delante de mis ojos. Yo no soy de inventarme cosas y a mí me descubren rápido porque al verme la cara, cualquiera se da cuenta de que le estoy engañando. Ahora mismo, echo de menos a esa gente que puede fingir lo que sea, ocultar un estado de ánimo o venderte una idea aun sabiendo que es mala.
—Yo también me noto preocupado. Te dije que Sandra no es persona de creer en lo que no ve. A mí, al menos, nunca me confesó ningún interés en los espíritus o en la vida en el más allá. No obstante, te ruego que confíes en mí. Mira, ella no me verá a mí, sino a ti. Ahí está la clave.
—A ver, explícate.
—Simplemente, transmítele lo que yo te diga. Yo la conozco al detalle y eso me da una gran ventaja. Estoy seguro de que si aguantas unos minutos con ella, el trabajo más difícil ya estará hecho. Llegado ese punto, su corazón se abrirá y entonces, se sentirá receptiva a todo aquello que escuche y que yo te estaré dictando. ¿No has visto ninguna película en la que se necesita un traductor? Pues eso, haz tú lo mismo. Yo te voy hablando y tú, sencillamente, se lo transmites con tu voz. ¿Vale? No lo veo tan complejo. Solo se trata de hacer de intermediario. Venga, Alonso, quítate esa ansiedad de la cabeza, que todo va a salir bien.
—Vale. Déjame situarme en el peor de los casos. Desde mi punto de vista, lo peor que me podría ocurrir es que Sandra me tomase por un loco o por alguien que se quiere aprovechar de tu muerte para obtener no sé qué. ¿Qué hago en ese supuesto?
…continuará…
Pienso que haber ofrecido llevar la carta y luego no aparecerse con la misma, es pesimo! eso dará pié a desconfianza por parte de Sandra
Sin duda, Mora. Tal vez estos dos señores no hallaron una mejor opción que esa para entrar en casa de Sandra. Besos.
Difícil a tarefa de Alonso, mas há ajuda no encontro com Sandra, assim espero.
Sem a ajuda de Alonso não seria possível essa comunicação. Beijos, Cidinha.