EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (51) Descanso reparador

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Transcurrido un tiempo…

—¡Eh, eh, David! ¡Despierta! Ya es la hora.

—¿Cómo? ¿Quién habla? —exclamó el psicólogo mientras que se incorporaba—. ¿Qué sucede? Pero… si eres tú, profesor… qué alegría verte.

—Muy bien. Yo también me alegro. No es momento para distracciones. Recupérate que, en breve, tienes una sesión de terapia con tu cliente, ya me entiendes.

—Anda, pues tienes toda la razón. Se me acaba de aparecer en la mente el rostro de mi cliente favorito, aunque, en verdad, ahora que lo pienso, no tengo a nadie más. Yo diría que se trata del paciente más especial que he tenido en mi vida, pues mi destino depende de su evolución. Casi nada, ¿no es cierto?

—Pues sí, esa es la realidad.

—Oye una cosa, Viktor. Por curiosidad, ¿cuánto tiempo he estado dormido o tal vez debería decir «desconectado»?

—Pues calcula, hombre. Llegaste a este lugar el pasado viernes y ahora, ya está amaneciendo a un nuevo lunes. Haz tus cuentas.

—¡Caramba! Entiendo y me parece increíble… casi tres días de descanso. ¿Cómo es posible que necesite de tanto reposo, Viktor? ¿No te parece mucho? Se supone que los «muertos», al carecer de materia, no deberían experimentar esa sensación de cansancio asociada al uso del cuerpo.

—Tu razonamiento, querido amigo, no es del todo correcto. No puedes olvidar que, a pesar de las fechas que han pasado, la salida de tu organismo aún está reciente. En otras palabras, tu proceso de desligamiento aún no se ha completado. Verás, cuanto más avanzado es un espíritu, menos se fatiga. ¿Lo comprendes ahora?

—¿Quieres decirme entonces que pertenezco a una categoría de espíritu escasamente evolucionado? ¡Dios, qué depresión más repentina!

—Uy, si supieras la de grados que existen; tantos como almas hay en el universo. No te he dicho eso para que te menosprecies. Nada más lejos de mi intención. Te necesito optimista y animado para que continúes progresando en ese trabajo pendiente que tienes con Alonso. Además, esa perturbación tan propia de la muerte, de ese cambio de estado entre la materia y lo espiritual no es fácil de asimilar. Has cruzado una frontera muy especial y eso conlleva un estrés que afecta también al espíritu. No te hagas tantas preguntas, David. Ya sabes que las personas no solo se agotan en lo físico, también en lo mental. Tranquilo, tu parte incorpórea, la que sobrevive al óbito, igualmente precisa de descanso. Creo que ahora lo entiendes mejor ¿no? Tiempo al tiempo, apreciado alumno, las cosas se normalizarán más adelante, cuando llegue el momento. Recuerda, no hay nada en la naturaleza que no requiera de un proceso de adaptación. Los cambios son imprescindibles, pero el sujeto que los experimenta necesita de una toma de conciencia. Vamos a ir paso a paso, sin saltarnos las etapas que son precisas para tu evolución post mortem.

—Uf, vale, vale. Me temo que no puedo asimilar ahora mismo tantos conceptos.

—Sí, es cierto. Ja, ja, debe ser que un profesor como yo no puede evitar la tentación de seguir enseñando a cada instante. Mejor guarda tus renovadas fuerzas para seguir con tu esencial tarea. Ya sabes, si te vuelve a dar un bajón como el del viernes, te vienes por aquí… y a descansar. En esta casa, construida para cumplir con ese fin, estarás tranquilo y se respetará tu intimidad. Por lo demás, el silencio cumplirá con su efecto reparador.

—Qué bien, Viktor. Me reconforta esa idea de que, incluso en el mundo inmaterial, existen estos lugares de hospedaje tan vivificantes. Cambiando de tema y centrándome en lo que realmente importa en esta coyuntura, ¿cómo ves lo que ocurrió el viernes? Realmente, ¿observas progresos en la terapia? Y que conste que doy por sentado que estás al corriente de las últimas novedades.

—Buena consideración, David. La verdad es que tú mismo podrías responder a esa pregunta sin temor a equivocarte. Como es lógico, no ibas a hacer todo el trabajo pendiente en una sola sesión, pero confieso que estoy agradablemente sorprendido por tu abordaje. Estaba bien informado de ti y estás cumpliendo con las expectativas que tenía depositadas en tu labor. Se nota que estás acostumbrado a ese tipo de circunstancias y a esa clase de pacientes. Estuviste unos quince años atendiendo esas patologías. Tu experiencia te va a resultar de gran ayuda con Alonso.

—Sin duda, así lo espero. No me has pedido nada que resultase ajeno a mi antigua profesión. Te lo agradezco.

—¿Agradecer? Qué va, ¿para qué iba yo a encargarte una tarea que no pudieses afrontar? Sería absurdo y te aseguro que el mundo espiritual está perfectamente ordenado. Un físico no va a plantar un árbol, pero tampoco se le va a encargar a un agricultor que desarrolle un teorema matemático. ¿Te gusta la metáfora?

—Entiendo. Es un consuelo saber eso: todo está medido y ajustado.

—Así es, amigo. ¿Qué esperabas? Ese caos que, a la vista del ser humano, parece existir en la esfera física no se produce aquí. Una cosa es la luz y otra bien distinta el reflejo de esa luz a través de un espejo. En fin, da una vuelta por tu ciudad, patea sus calles y en cuanto llegue la hora, aproxímate al domicilio de Alonso para continuar con tu labor. Ánimo, no precisas de mi supervisión, conoces perfectamente lo que has de hacer.

—Sí. Voy a reflexionar un poco para ordenar mis ideas y enseguida me pondré a trabajar con mi cliente. Gracias por tus explicaciones. Son muy ilustrativas y me ayudan a tomar conciencia de mi estado y de a lo que me enfrento.

—Hasta pronto, mi buen alumno. Te deseo una buena sesión.

…continuará…

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