EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (45) El valor de la dignidad

4

—La verdad es que estoy harto de ser el hazmerreír de algunos desalmados. No hago más que darle vueltas a lo que me ha contado mi hija. ¿Será posible? Y todo porque no tengo un trabajo de esos que ellos consideran como «normal». Deben pensar que estoy como una regadera, un chiflado cualquiera que quizá debería estar bajo vigilancia en un manicomio o que incluso debería estar apartado de mi familia para no hacerles daño. ¿Sabes qué?

—Venga, adelante, suéltalo.

—Mira, estoy sufriendo un maravilloso ataque de autoestima. Ese tipo de personajes no va a poder conmigo ni yo lo voy a permitir. ¿Quiénes se han creído que son para difamarme así? ¡Encima, delante de mi niña! Cómo les desprecio, ni siquiera debería perder el tiempo valorando sus insidias. Hay que ser malvado para dejar caer esas palabras delante de una cría inocente. No son conscientes del daño que le pueden causar y ya ves cómo ella ha reaccionado. Mi Marina ha tenido una respuesta de adulta y yo no voy a ser menos. Te lo prometo, David, ahora que me escuchas. Voy a hacer todo lo posible para que mi hija no se avergüence jamás del padre que tiene.

—¡Bien, Alonso, cuenta con mi apoyo! No lo hagas solo por ella, hazlo también por tu esposa y sobre todo, por ti mismo, porque te mereces una vida de lo más digna. Mira una cosa con atención: tu valor no reside en que seas más alto o bajo, gordo o flaco, bello o feo, ganes más o menos dinero cada mes o tengas una u otra profesión. Tu valor está vinculado a que eres un ser humano, simplemente. No hay discusión sobre ese punto. Ese valor te acompaña a lo largo de toda tu existencia. Jamás lo pierdes. Es consustancial a tu condición, a tu propia esencia. Ni siquiera depende de que pases por una mala racha y por supuesto, tampoco se relaciona con que tu ánimo esté bajo o por las nubes. Insisto, tenlo claro: se trata de un valor intrínseco. Te pertenece porque eres un ser humano. Así funciona. Alonso, mírame bien, porque este es el punto central de nuestra terapia. ¿Te ha quedado claro?

—Sí. Es un razonamiento espléndido. Yo valgo porque soy quien soy, con independencia de las circunstancias que me acompañen, que pueden cambiar o no. ¿Es eso, psicólogo?

—Eso es, muy bien respondido. Llamemos a las cosas por su nombre y partamos de esa base. Todos somos diferentes y cada uno vive de una manera; tenemos en este planeta más de siete mil millones de formas de ser, de movernos, de pensar. ¿Y qué? A cada una de las criaturas les corresponde esa dignidad intrínseca que nadie, nadie puede arrebatarles. Como decía el sabio, sitúa lo fundamental en algo que nadie te pueda robar. Te lo pueden quitar todo, amigo, menos eso de lo que hemos hablado. Es imposible robarte tu valor, esa dignidad que por el solo hecho de ser una persona, te corresponde. ¿Estás de acuerdo?

—Sí. Eso suena muy convincente. Escuchar ese mensaje es como revivir por dentro. Claridad de conceptos, ante todo. ¿Cuántas veces me he abatido, me he hundido en el barro por pensar que era diferente a los demás o que sobrevivía en unas circunstancias penosas? Y eso, pensándolo bien, no me resta ni una pizca de valor, ni un gramo de lo que valgo como ser humano.

—Bien, si lo tienes claro —añadió el psicólogo mientras que cerraba el puño de su mano derecha—, vamos a continuar con el procedimiento. ¿Listo, amigo?

—Listo y atento.

—Correcto. Mira, según la información que por ahora he recogido de ti, parece que en tu vida existe un antes y un después, desde el momento en que completas tus estudios y decides prepararte para esa oposición de maestro en la enseñanza pública. Yo no me voy a meter en las razones que dispararon ese repentino hartazgo que sentiste, esa sensación de absurdo sobre lo que estabas haciendo; no creo que sea necesario rebuscar en tu mente más profunda para hallar las causas. Eso nos haría perder un precioso tiempo que necesitamos para hallar soluciones. ¿Tú has oído hablar alguna vez de los estoicos?

—Sí, me suenan. Creo que se trata de una corriente filosófica que debió surgir en la época de la Gracia clásica. Sin embargo, ahora no recuerdo sus principios ni la base sobre la que se asentaba ese movimiento.

—Vale. En general, salvo que te dediques al estudio de la filosofía antigua, nadie debería tener conocimiento de eso. ¿Lógico, no?

—Sí. Eso es como si le preguntases a alguien por la física cuántica, de la que tanto se comenta en estos últimos años. ¿Quién iba a saber de ella salvo que fuese un especialista en la materia?

—Bien dicho, Alonso. Nadie está obligado a ser un experto en cosas que no ha estudiado. Veamos: con respecto a la filosofía del estoicismo, te voy a apuntar una serie de nombres, de los más difíciles a los más sencillos. Tú ya me dices si te suenan de algo. ¿Vale?

—¡Uy, qué emoción!

—¿Te dice algo el nombre de Zenón de Citio, durante el siglo III a.C.?

—Para nada, es la primera vez que oigo el nombre de ese sujeto.

—Bien. Este hombre fue el creador, por llamarlo de alguna manera, de la escuela estoica. Yo le he investigado bastante. ¿Sabes el porqué? Porque el método terapéutico que vamos a usar se halla muy en relación con esa corriente filosófica iniciada por Zenón. Y, ¿qué me dices de Epicteto?

…continuará…

4 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (45) El valor de la dignidad»

  1. Belíssimo capítulo. Que maravilha a maneira de David dialogar com Alonso! Plantou em seu coração a esperança para se superar, de ter como prioridade fé para acreditar, lutar e conquistar, enfim, ser dono de si mesmo, vivendo com vontade, sentindo com a alma e «viver». Parabéns, sábio escritor espirita. jesus continua te abençoando para levar ensinamentos necessários a muitos.
    Eu queria ter um psicologo como David, que fosse ao cerne do problema.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (46) El poder del pensamiento

Dom Feb 13 , 2022
—¿Eh? Un momento, porque ese tal Epicteto me suena más, pero no lo ubico en una época determinada ni recuerdo nada de su enseñanza. De todas formas, creo intuir que fue un personaje interesante para la filosofía occidental. —Pues claro que lo fue, Alonso. Hay que situarse en la época […]

Puede que te guste