—Bueno, podríamos decir que es una de las manifestaciones de la tristeza, aunque no la única.
—Entonces, según esos hombres, ¿tú lloras un poquito todos los días?
—Claro que no, mi amor. Además, no siempre hace falta que llores para sentir la tristeza.
—Pues yo no quiero que esos padres tengan razón, para que tú no estés triste como yo, cuando mamá cambió su coche viejo, donde yo leía mis cuentos. ¿Sabes lo que me habría gustado hacerles?
—Pues no lo sé. No soy adivino.
—Me habría gustado darles una patada en la espinilla, que ahí duele mucho. Lo sé, porque jugando, a mí me ha pasado; después te sale una mancha marrón en la piel que tarda en quitarse y si te tocas con las manos, te duele aún más.
—¡Ay, mi niña! Gracias por defender a tu papi de esos señores tan cotillas. Es mejor olvidar esa historia y no darle importancia. Hablar por hablar es gratis, pero arriesgado, porque muchos se equivocan cuando comentan cosas de personas que desconocen.
—Vale, ya me olvido, pero quiero decir una cosa.
—Claro, mi niña, di lo que quieras. Anda, ya hemos llegado. Espera, que me bajo y te quito el cinturón. Ya voy…
Pasados unos segundos, los que tardó en rodear el coche, Alonso aún se sentía desconcertado por el cariz del diálogo que había mantenido con su hija…
—Venga, antes de darme un beso, ¿qué es eso que me ibas a decir?
—Sí. Que tú no puedes ser una persona triste, papi. Yo quiero que siempre estés como anoche, cuando fuiste a recogerme a casa de la abuela. ¿Sabes? No quiero que los padres de Marta y de María digan esas cosas de ti. ¿Me prometes, por favor, que tú, nunca más, vas a estar triste?
—Te doy mi palabra de todo corazón —expresó el maestro mientras que sus ojos se ponían vidriosos por la emoción vivida.
—Papá, esas lágrimas que tienes, ¿son de tristeza?
—Claro que no, Marina. Son las mejores lágrimas de mi vida, porque esto es llorar de alegría, que es muy distinto a llorar de pena. Tienes que aprender a distinguirlas. ¿Lo has entendido, hija?
—Sí, papá. Anda, deja de apretarme con los brazos, que mis amigas ya están entrando y no puedo respirar bien.
—Perdona, mi amor. Te quiero tanto… Venga, ya te recojo por la tarde. Adiós. Hoy voy a estar pensando en ti todo el tiempo.
Una hora más tarde, el psicólogo penetraba en una casa a la que ya se había acostumbrado a visitar.
—Alonso, buenos días. Te llamo con voz flojita porque no pretendo asustarte, que ya bastante tienes con que alguien entre en tu casa sin llamar a la puerta.
—¡Ah, ya estás aquí! Qué puntual. Buenos días. No te preocupes, ya estoy habituado a tu tono y a la forma de tu figura. No es el primer contacto que mantenemos, ¿verdad?
—Ah, pues me alegro. ¿Nos acomodamos en el salón? Le he cogido cariño a ese sofá. Un día de estos me lo llevo a la calle para descansar, me siento en la Puerta del Sol y… a observar gente paseando. ¿Qué te parece?
—Je, je, qué divertido. Vaya idea más disparatada, aunque eso sí, no te ibas a aburrir.
—Fíjate, debe ser una impresión psicológica del alma, nada más. Después de todo, ya no tengo una espalda física o unas piernas que transmitan al cerebro esa sensación confortable. En fin, reflexiones propias de un «muerto» que no deja de asombrarse ante determinados fenómenos que antes se explicaban con sencillez. Esto no deja de ser una locura y me cuesta entender cómo sin un organismo, aún puedo pensar y emocionarme. Tenlo en cuenta para el día que te toque el tránsito. Seguro que te sirve de experiencia. Bien, centrémonos, que tenemos mucho trabajo por delante.
—Sí, es cierto, vamos adelante.
—Oye, no sé si es por estar muerto o por mi capacidad de conectar con mis pacientes, pero… te noto un poco ido. Llevas más de un minuto con la mirada fija en el suelo. A saber dónde tienes la cabeza, amigo. ¿Puedo saber lo que está ocurriendo, Alonso?
El maestro le relató con detalles a David el contenido de la reciente conversación entre padre e hija…
—Vaya, menuda cría lista que tienes en casa. ¡Dios mío, qué gran sensibilidad hacia un adulto! Es increíble comprobar cómo los niños se convierten en antenas receptivas de una serie de ondas y cómo se enteran de ciertos aspectos que a nosotros nos pasarían desapercibidos.
—¿Sabes una cosa, David?
—Venga, suelta eso que llevas muy adentro.
—Esa gente no va a poder conmigo; ni ellos ni otros que piensen como ellos. A saber lo que dirán a mis espaldas, me da igual, pero a mí no me van a perturbar.
—Excelente reflexión. Es un buen punto de partida para empezar la mañana. Continúa, por favor.
…continuará…
A Veces un comentario negativo y mas al ser escuchado por su hija, pueda que se convierta en catalizador para la cura de Alonso
Sí, los niños son unos inocentes muy «inteligentes». Abrazos, Mora.
Belíssimo capítulo. Que belo o diálogo entre Marina e Alonso! As crianças são observadores da maneira como os pais se comportam, por isso o ambiente doméstico tem grande impacto sobre o desenvolvimento dos filhos, pois os pais são modelos para os eles.
É assim, Cidinha. Muitas vezes, a gente rejeita aqueles que não tem um comportamento «normal». A ignorância é ousada.