—Aún es pronto, Alonso. Veamos, ¿cómo es tu rutina de un día normal?
—Creo que gracias a la medicación, me mantengo a flote. Sin embargo, no puedo evitar la vergüenza que para mí supone el depender de la farmacología hasta para respirar. Eso me indigna ¿sabes? Es como estar vivo porque te mantienen enganchado a un respirador artificial. La impotencia que siento es terrible, porque no me veo como una persona autónoma, como lo son el resto de habitantes de Madrid. ¿Qué sería de mí si me retiraran las pastillas? Quién sabe, psicólogo, pero no descartes que ya llevase un tiempo bajo tierra. Sí, sí, recuerdo lo que te sucedió, que la vida sigue y todo eso, que el cuerpo es lo de menos, pero que conste que pienso así porque mi alma aún se encuentra dentro de un organismo.
—Bueno, estate tranquilo al respecto de ese tema. En efecto, la vida sigue, te guste o no, incluso aunque no lo pretendas. Ya ves, parece que existen unas leyes que escapan a la voluntad humana y que te aseguran la eternidad. Yo soy tu más vivo ejemplo de lo que te estoy diciendo. No necesito demostrarte nada porque lo puedes comprobar con tus sentidos, con nuestra comunicación. En mi caso, yo ya ni me acuerdo del cuerpo; me incineraron, pero mi espíritu no pudo ser quemado. No deja de ser interesante ¿verdad?
—Pues así es. Se me olvidaba comentarte algo sumamente importante. En función de mi personalidad y del proceso por el que estoy pasando, para mí es fundamental mantener un orden. Si no quiero desequilibrarme, debo continuar con mi rutina habitual. No puedo saltarme un espacio temporal que lleno con alguna actividad. En caso contrario, la ansiedad me agarra del cuello y me pregunta: «¿qué estás haciendo, loco?». Esa angustia me tiene desquiciado y brota en mí en el momento más insospechado, como las flores en primavera. ¿Entiendes ahora por qué en tu primera visita me puse como histérico? Sabía por tu actitud que deseabas ayudarme, pero pensé que estaba sufriendo una alucinación, que mi enfermedad se había agravado al ver o escuchas cosas raras como eran tu figura y tu voz. No me resultó fácil de asimilar, ni creo que lo fuese para nadie.
—Sí, comparto tu opinión. Para mí, tampoco fue sencillo eso de meterme en una casa extraña y de hablar con su dueño como si le conociese de toda la vida. Sin embargo y ahora ya lo sabes, no disponía de otra opción.
—Lo ocurrido fue una alteración de mi rutina. Ahí estuvo el problema. Por eso, me fastidió tanto tu insistencia. Lo que pasa es que después de aclarar nuestras posturas, creo que hemos alcanzado un acuerdo amistoso. Quiero decirte, y esto es un elogio, que a pesar de lo poco que hemos hablado, voy sintiendo en mi interior un efecto reconfortante. Supongo que es a causa del desahogo que supone contarle a alguien mis problemas, mi desdicha. Aunque solo fuera por hoy, estoy convencido de que tu intervención me va a resultar de una gran utilidad. Pensaré que mis encuentros contigo los estoy realizando con un ser normal de carne y hueso, como si estuviese acudiendo regularmente a tu consulta. La terapia dejará de constituir una sorpresa y se convertirá en una nueva rutina; y eso, me dará una seguridad, una gran tranquilidad para mi ser. En resumidas cuentas, trataré de encajar tus visitas en mi ritmo diario de vida.
—Bien, me ha gustado ese razonamiento que acabas de hacer. Lo importante es que nos podamos ver con regularidad, adaptándonos a tus horarios familiares. Será la mejor forma de avanzar rápido y de modo constante.
—Estoy de acuerdo, pero sin agobios ¿vale? Ya sabes que las prisas no son aconsejables para mí.
—Claro, claro, respetaré tu ritmo. Estoy a tu disposición.
—Oye, que agradezco tu esfuerzo, David. Encontrar a alguien que esté dispuesto a escucharte es, de por sí, un gran logro. Ten en cuenta que cruzarte con una persona que se interese por tus problemas es casi un milagro, salvo que pagues, por supuesto. Y tú lo vas a hacer gratis.
—Uf, qué va, amigo. Tendrás que ahorrar una gran cantidad de dinero. Esto es como un viaje. Es mucho más caro prepararlo en exclusiva para ti, dedicándote toda mi atención, que organizarlo para un grupo que es más barato. En cualquier caso, por ahora, no tendrás que abonar ninguna cantidad. Te pasaré mis honorarios al final del proceso, ja, ja… En este caso, tus euros no servirán de nada, porque me devolverás el favor como tú ya sabes, con un pago en especie.
—Sí, entiendo tu explicación —respondió Alonso mientras que sonreía alegremente—. ¿Estoy ante otra de tus «bromas» terapéuticas? Has sido muy sugestivo. Ya sabes que estoy dispuesto a cumplir con mi compromiso con la misma fuerza que tú estás desplegando en tu terapia. Me gustan tus golpes de humor, David. Me hacen reír y eso me aleja de la maldita seriedad con la que se viste mi angustia. No sabía que este proceso tuviese momentos tan divertidos.
—Me alegro por ti. ¿Ves? Ya estamos cambiando algunas cosillas, algunos esquemas que hasta hace poco, ni siquiera podías imaginar…
—Desde luego. Bueno, amigo, creo que ha llegado la hora. Tengo que irme a recoger a mi hija. Me lo he pasado muy bien en nuestra primera sesión «oficial», psicólogo del más allá. Te juro que estás empezando a caerme bien. Espero que te sirva de consuelo. Ahora mismo, no puedo hacer más por ti.
—Es un alivio, estimado paciente.
—Ahora que lo pienso, mañana, mi mujer trabajará justo en el turno de mañana. La niña estará en su colegio, como es obvio. Eso significa que, si quisieras, podrías acercarte por aquí. Así, tendríamos más tiempo para hablar y profundizar, como hemos hecho hoy. Hasta podría ofrecerte un aperitivo a partir de las doce, ja, ja, ja…
—Caramba con el señor cliente, qué graciosillo. Ya veo que no has perdido por completo el sentido del humor. Has de mirarte en el espejo y reconocer, que vivir aún merece la pena. En fin, yo también me voy. Pues muchas felicidades por tu «rutina», Alonso. Quedamos emplazados. Estaré por tu casa a esa hora. Que pases un feliz resto de jornada.
—Muy bien, amigo. Mañana seguimos. Adiós.
…continuará…
Que bueno Tod el progreso, la aceptacion y cambio de actitud de Alonso! Me Alegra!!