—Pues verás, es que hoy Marina está en el turno de tarde. Ella es enfermera y va alternando sus jornadas. También hace noches, cuando le toca. Por eso, mi niña se queda con su abuela, que le da de merendar y cuida de ella hasta que yo la recojo. La madre de mi mujer está jubilada, le encanta estar con su nieta y a mí me hace un gran favor, porque me permite darle las clases a mi grupo de alumnos.
—Perdona, Alonso, pero me siento un poco incómodo contigo. Ya sé que estoy muerto y todo eso… no me lo vayas a recordar de nuevo, pero ¿podrías dejar de ignorarme? Oye, te estoy hablando y tú estás ahí de pie, recogiendo las cosas de la mesa. Te pediría que te sentases delante de mí y sobre todo, que me mirases, es decir, que tuvieses la misma delicadeza que utilizarías con un ser vivo.
—Bueno, lo que me faltaba —replicó el maestro con tono de molestia—. Un espíritu dándome órdenes. Ver para creer, esto sí que es bueno. Y ¿por qué debería hacerte caso? No sé cómo te apañas, pero tu presencia en mi casa volverá a causarme problemas. Creo que ya te lo he dicho.
Al fijarse en la intensa mirada que le estaba dirigiendo David, Alonso reaccionó de manera automática y cambió su actitud.
—Vale, hombre; venga, no te enfades. Ya me siento. No quiero que te incomodes conmigo, no vaya a ser que me lances algún objeto o que provoques un poltergeist, como ocurre en las películas.
—¡Ay, por favor! No seas ridículo. Solo tengo la intención de ayudarte. Bien, antes de todo, te haré una pregunta esencial. Esta noche nos hemos visto, justo aquí, en esta estancia. Estabas soñando y te presentaste aquí. Tuvimos una conversación, porque según parece, los espíritus podemos hablar con las personas cuando estas se hallan en período de sueño. ¿Recuerdas algo de ello?
—Ah ¿sí? Interesante pregunta. Te diré el porqué… eh…eh…
—Venga ya, Alonso. No me digas ahora que no te acuerdas de mi nombre, que soy David, desde el primer día. . Yo, del tuyo, sí. Mal empezamos.
—Bueno, ¿vas a dejar que me explique?
—Sí, claro. De eso se trata. Adelante.
—Mira, tengo datos confusos en mi mente, vagos recuerdos. Sé que me desperté con la sensación de haber hablado con alguien, pero no le pongo cara a esa persona. ¿De veras que se trataba de ti?
—Por supuesto. ¿Qué iba a ganar yo engañándote? Sería una pérdida de tiempo y yo no estoy para eso.
—Ahora que lo pienso, esta mañana me sentía tranquilo, tenía la impresión de haber realizado algo provechoso. De hecho, hoy ha sido un buen día, como si las cosas me hubiesen salido mejor.
—Oye una cosa. ¿De qué tiempo disponemos antes de que tengas que salir a recoger a tu hija?
—Pues… una hora, más o menos.
—Bien. Entonces, contando con tu aprobación, continúo. Hay que avanzar en el proceso.
—Vale. Te daré un margen de confianza. Esto se está poniendo interesante.
—De acuerdo. Dime, ¿qué es un buen día para ti?
—¿Un buen día? Es ver las cosas bajo otro prisma. Yo casi siempre hago lo mismo, entre otras cosas, porque no me gustan los cambios, porque me perturba salir de mi sagrada rutina. Cuando altero ese orden, mi equilibrio se pone en riesgo y eso no me sienta nada bien.
—Entiendo.
—Creo que la diferencia está en cómo afronto las cosas. Si le encuentro un sentido a lo que hago, entonces resucito, incluso me noto una persona normal, útil para mí y los demás. Pero… si no le hallo sentido a lo que hago, me veo como un ser aburrido, despreciable, como si me hundiese en el fango, en resumen, un ser inútil dentro de una sociedad competitiva y depredadora.
—Dios mío, tienes una forma de expresarte bastante radical. ¿Te escuchas cuando expones tus planteamientos? En fin, antes de seguir, ¿podrías traerme de la cocina un vaso de agua con una pajita para beber? Me noto como sediento.
Tras unos segundos de vacilación en los que Alonso miró perplejo a su interlocutor, aquel no pudo evitar un ataque de risa repentino que le hizo levantar sus piernas y retorcerse de carcajadas a lo largo del sofá.
—Pero… ¿qué te pasa, amigo? —preguntó el psicólogo—. ¿Has recordado de pronto algún episodio gracioso de tu infancia? ¿A qué viene esa risa tan explosiva, Alonso?
—Ah, claro —respondió el maestro mientras que se secaba las lágrimas producidas por sus risotadas—. Es que no sabía que podías gastar bromas tan buenas. Te he imaginado de repente, intentando absorber con la pajita el agua del vaso, y de pronto he explotado de la risa. Me parecía una situación tan cómica, tú, un muerto, tratando de beber un líquido… ¡Ay, yo me parto…!
—Por supuesto. Se trata de una técnica rompedora que, por inesperada, sitúa al paciente en una coyuntura humorística que no esperaba. Bien: objetivo conseguido. Para una persona como tú, que probablemente se ríe poco, esto supone una carga de energía, una demostración de que, pese a los problemas, el humor es posible. ¿Ves? Por muy seria que te parezca la vida, no has perdido tu capacidad de diversión. ¿Qué te parece?
…continuará…
A Beleza entre os humanos, o «sorriso». Acalma, transmite paz e sabedoria.
Sim, Cidinha. A base de qualquer terapia é favorecer o humor. Abraços.
Me está pareciendo que Alonso tiene sindrome deAsperger
Bueno, ya lo veremos. Besos, Mora.