—¡Oh, no, lo mío no tiene remedio! —exclamó Alonso mientras que se llevaba sus manos a la cabeza en señal de desesperación—. El problema no es tuyo, el problema lo tengo yo. Ahora empiezo a ver fantasmas, como en las películas de miedo. Lo que me faltaba. Y ¿cómo le voy yo a explicar a Marina esta locura? Además, si estás muerto, que no me lo acabo de creer, ¿cómo sé que eres tú el que charla conmigo, el que me está soltando un discurso que no sé si es verdadero o falso? ¿Te das cuenta? Vivo en una alucinación desde hace un rato. Esto es más grave de lo que imaginaba al principio.
—Vaaale. Venga. Coge el teléfono y búscame en Internet. Escribe David Sánchez, psicólogo del Colegio Oficial de Madrid. Verás cómo hallas información sobre mí.
—¿Estás de broma? ¿Quieres que busque la identidad de un muerto en un organismo oficial? ¿Por quién me tomas?
—¡Ay, por favor, ya está bien! ¿Quieres dejar de discutir, de ponerle pegas a todo lo que digo y guardarme el debido respeto? Haz lo que te he dicho. No te llevará ni un minuto despejar tus incógnitas.
—Vale, no hace falta que levantes la voz. No estoy sordo. En fin, si te encuentro, es posible que mi opinión sobre ti cambie, aunque esto me parezca la tarea más absurda que me han encargado en los últimos años.
Alonso siguió las instrucciones de David…
—O sea —se dijo a sí mismo Alonso en voz alta—, que tengo a un muerto sentado en mi sofá, que se comunica conmigo y que, sin yo invitarle, asalta mi hogar y me perturba. Lo dicho, esto es una pesadilla, el guion de una mala película de terror y ya veremos las consecuencias. Seguro que son malas. Anda, ¡pues es verdad! Aquí estás, aunque en la foto estás más joven que ahora. A ver… David Sánchez… psicólogo, número de colegiado tal… especializado en psicología clínica… mira, incluso viene un número de teléfono particular al que llamar. Me cercioraré.
—Pero, hombre de Dios, piensa un poco y no seas tan impulsivo… ¿quién te va a responder?
—Me da igual. Puede resultar extraño, pero ¿acaso no es extraña esta situación? Esto es de locos.
Unos segundos después, tras efectuar la llamada al número que había visto…
—Vaya, dice que el aparato está desconectado o fuera de cobertura.
—Pues sí, Alonso. Lo sorprendente es que te hubieran contestado desde el más allá. Entonces, ten por seguro que yo habría sido el primero en salir corriendo. No seas más incrédulo, por favor. Voy a comentarte algo para que te sitúes en mi perspectiva. Hace unas fechas, no sé cuándo porque ya he perdido el recuerdo exacto, yo circulaba por la noche de vuelta a casa tras una jornada de trabajo. Estaba diluviando, la visibilidad era muy reducida y un tío, un suicida o lo que fuese y que venía en sentido contrario, hizo una maniobra peligrosa e invadió mi carril. No tuve más remedio que apartarme de la carretera, porque ese desgraciado estaba a punto de chocar su vehículo contra el mío. ¿Consecuencias? Me aparté de forma brusca a la derecha, di un volantazo y perdí el control de mi coche. Tras dar un montón de vueltas, me estrellé contra un árbol muy grueso y adiós, mundo cruel. Pues eso, creo que no he omitido ningún detalle de esta triste historia. ¿Lo entendiste ya? Y, ¿quieres saber el resultado?
—¿Cómo que el resultado?
—Pues que aquí me tienes, a tu completa disposición. Reflexiona por un momento, que trataré de ser amable: ¿crees que yo quería acudir a tu casa? No. ¿Crees que yo pretendía invadir tu domicilio, tu intimidad? No, señor maestro. ¿A quién se le iba ocurrir semejante chaladura? Aunque me veas aquí sentado, no he perdido el juicio. Quiero que te quede claro. Ah, y no deseaba molestarte. Soy una persona que conoce lo que son los buenos modales, un hombre educado. En mi trabajo debía extremar el cuidado y la deferencia con mis clientes. Todos los psicólogos cumplen escrupulosamente con un código deontológico, al igual que en otras profesiones. ¿No sabías ese dato? Sin embargo y en mi caso, he sido «obligado» a venir a tu hogar porque, según parece, sufres un trastorno desde hace años y necesitas ayuda profesional. No estoy hablando de tu tratamiento con pastillas. Me refiero a un proceso terapéutico que hay que desarrollar contigo, de modo que puedas salir del pozo en el que te has metido.
—Eh, no sé ni lo que decir, estoy atónito. Oye, te pediría un favor, si no te importa. Habla más bajito, no vaya a ser que mi mujer se entere de tu voz y se acerque por aquí a comprobar con quién estoy hablando. Ya te puedes imaginar cómo voy a justificar mi situación. Digo yo, que, si estás muerto, según el relato que has hecho, tú no puedes ser otra cosa que un espíritu. ¿Es así? Entonces, todo esto ¿es una alucinación o es real?
—Tan real como la vida misma. Se te ha debido caer el pelo de tanto pensar. Lo que no sé aún es por qué tú puedes sentirme y tu mujer no. Lo averiguaré más adelante, te lo prometo. En cuanto a la posibilidad de que tu esposa me escuche, reflexiona: puedo ponerme a cantar si quiero, que ella no me va a oír. Por la misma razón que antes no me vio, ahora tampoco me iba a escuchar. Si eso es lo que te preocupa, sé tú el que baje el volumen, no yo. ¿Lo has captado?
—Sí, sí. Caramba, entiéndeme tú a mí —expresó en tono enfadado Alonso—, que es la primera vez en toda mi existencia que me pasa una cosa tan rara como hablar con un muerto. Pero hay algo que no alcanzo a comprender. ¿Tú conoces al doctor Cabral, el psiquiatra que me atiende?
—En absoluto. Ni siquiera he oído hablar de él.
—Entonces, ¿cómo diablos conoces mi dirección, que yo vivía aquí con mi esposa? Y ¿cómo sabes de mi enfermedad? ¿Quién te lo ha dicho?
…continuará…
Tan natural todo! sin misticismo ni misterios, que afortunado es Alonso de recibir ayuda terapeutica espiritual, algo habrá hecho en otra existencia ,positivamente, que se lo ha ganado! interesante !
Y así será en el futuro, Mora, cuando la interacción entre las dos dimensiones sea tan clara como en esta historia. Feliz semana y un abrazo.
Que diálogo maravilhoso e natural entre duas almas! Estou encantada.
Gratidão, Cidinha. Espero que continue com a leitura. Beijos.