EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (22) Tira y afloja

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—Te juro por mi madre —aseguró Alonso mientras que apretaba sus labios—, que no me he olvidado de la dosis. Ya te he dicho que todo ha sido un malentendido. Perdona por haberte interrumpido.

—Cariño, debes ser sincero conmigo. Recuerda que, si aparecen fenómenos visuales o auditivos, del tipo alucinaciones, quizá el especialista te recete neurolépticos. La verdad es que no quiero ni pensar en ello. Hoy te dio por el lado bromista. ¿Verdad? ¿Es eso?

—No lo sé, Marina. Acabemos ya con esta conversación. Así, no vamos a llegar a ninguna parte.

—Vale. Mira, además de ventilar la sala, recoge todo eso de la mesa, que seguro que te ayuda a calmarte. Voy a seguir viendo la serie esa que tanto me gusta. Dame un beso y luego hablamos.

—Sí. Ya me organizo.

Mientras que la mujer se dirigía de nuevo a la salita, Alonso se dispuso rápidamente a cerrar la puerta del salón.

—¡Eh, mi amor! ¿Por qué estás cerrando la puerta? ¿Te pasa algo?

—No. Es que tienes razón. Huele mal aquí. Como voy a abrir las ventanas, no quiero que haya corriente, que ya estamos en otoño. Cuando acabe, abro. Sigue con lo tuyo.

Pasados unos segundos, ya en la intimidad de la estancia, Alonso se sentó en un pequeño sofá que estaba justo enfrente de aquel otro en el que el psicólogo se había acomodado a unos dos metros de distancia. Tras mirarle fijamente durante un breve lapso de tiempo, el maestro se llevó sus manos a la cara y se tapó los ojos, como si quisiese ignorar la presencia de la desconocida figura.

«—¡Anda que si Marina tiene razón y mis síntomas están empeorando! Pensemos: tengo dos posibilidades. O esto es imaginación mía o este tipo que me está mirando es real. Aunque me cueste, he de adivinarlo y la única manera es hablar con él. Me siento inseguro, porque estoy bordeando la delgada línea entre la normalidad y la locura. ¡Dios mío, ayúdame, que me noto frágil, a punto del llanto, que tengo mujer y una hija pequeña! Ahora, voy a abrir los ojos con lentitud y comprobaré que esa visión se ha diluido como la niebla. Ha de ser así, Alonso, tú lo sabes, porque esto ha sido solo una ilusión, un engaño de mi propia mente que se ve atrapada en su eterno problema desde hace años…»

«—¡Caramba, este está peor de lo que yo pensaba! —interrumpió de pronto David meditando silenciosamente —. ¡Me la has jugado, Viktor! ¡Ahora que has desaparecido, ya lo sabes! Bueno, pobre, quizá yo esté exagerando. Me hace falta una pizca de empatía. ¡Es que acaba de ver a un muerto! Eso, no pasa todos los días, digo yo. En mi caso, yo también estaría fatal, con la duda de si estoy soñando o en la realidad. Claro, debe pensar que está sufriendo la mayor alucinación de su vida. Y todo eso, unido a los problemas que ya he oído en el diálogo de la parejita. Me toca trabajar y cambiar el chip necesariamente. A ver cómo me sale, porque ya no estoy en mi antigua consulta, donde yo me sentía el rey, sino que he ocupado una casa desconocida y estoy tratando de comunicarme con un tío de carne y hueso dominado por la maldita ansiedad. No, si al final, el que caerá en la locura seré yo. Este paciente puede ser duro de tratar, sobre todo, no sé cómo explicarle mi situación, cómo he dado con él y como convencerle para que no salga huyendo de su propio hogar ni piense que ya ha perdido el juicio. Empiezo a entender la trampa que me ha tendido el profesor. Esto, de caso sencillo, nada de nada. Aquí hay mucha piedra que triturar.»

Para romper con su propia cadena de pensamientos negativos, el psicólogo se levantó y empezó a dar vueltas justamente por detrás de donde se hallaba sentado Alonso, examinado con curiosidad los muebles y una estantería que había repleta de libros. Ese instante coincidió con la apertura de ojos por parte del maestro, el cual movió sus brazos y cerró sus puños al cerciorare de que la silueta del inesperado visitante había desaparecido. Su gesto de alegría fue tan rotundo que varias lágrimas de júbilo se derramaron por sus mejillas. Aun así, preso de una gran desconfianza y como probándose a sí mismo, volvió a taparse la vista con sus manos para repetir el movimiento. Sin embargo, David, cansado de examinar el mobiliario, volvió a acomodarse en el mismo sitio, un lugar al que parecía haberle cogido gusto, y empezó a evaluar el rostro de su cliente.

—¡Eh, amigo! Anda, mírame. Siento interrumpir tu soliloquio, pero conviene no demorar más nuestra presentación. Venga, hombre, abre de nuevo tus ojos, que ya eres un adulto. Antes de alarmarte más, creo que deberías escucharme con atención para que te explique lo que está sucediendo. Te ruego que, en vez de salir corriendo, tengas un poco de paciencia conmigo. Además, tú no eres aquí el único sorprendido. También lo estoy yo, si te sirve de consuelo.

Ese mensaje que un asustado Alonso escuchó, provocó que lentamente fuese separando los dedos de sus manos, como pretendiendo darse cuenta de lo que estaba sucediendo, pero poco a poco…

—Creo que lo mejor será que llame a la policía —expresó el maestro con voz titubeante—. Yo, a usted, no le conozco de nada y lo único que se me ocurre pensar es que, o yo me he vuelto completamente chiflado o es usted un ladrón que con una actitud extraña y fría está esperando el momento para robarme todo lo que encuentre.

—Ja, ja, permíteme que me ría. Al menos, has estado gracioso, lo cual, siempre relaja cualquier tensión.

Mientras que Alonso, hecho un manojo de nervios, no acertaba ni a marcar los tres números de la policía, David continuó con su discurso.

…continuará…

6 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (22) Tira y afloja»

  1. Caramba que bueno se puso esto! que buena manera de David abordarlo, la mejor manera de hacer empatía, identificandose con el estado de animo de Alonso.cuan interesante cada capitulo que leémos y estees estupendo!!

  2. Parece que Alonso sofre de esquizofrenia, ele cuida do corpo, mas é necessário cuidar do espírito.

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