EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (20) La gran rectificación

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—¡Maldita sea, ¡qué cansado estoy de esta situación! ¿Será posible? Al final, voy a tener que tragarme todo mi orgullo y llamar al profesor. No creo que aguante otra jornada más como esta, llena de incertidumbre y frustraciones. Estoy muy quemado, lo admito. Ahora mismo, da igual tener o no cuerpo, vivir aquí o donde estaba hace unas semanas. No puedo continuar así, es una auténtica maldición. Esta coyuntura por la que paso es un «deja vu» que no parece tener fin.

Dando un largo suspiro, el psicólogo empezó a recordar una escena reciente de su peregrinaje en la dimensión post mortem. Le vino a la memoria el nombre de la calle, así como el número de la vivienda donde habitaba Alonso, su paciente pendiente de tratamiento. Realizando un esfuerzo enorme de sinceridad y aceptando una posición de humildad, se atrevió a exclamar:

—¡Está bien, has ganado Viktor! Proclamo mi derrota, lo reconozco. Hay que saber perder en la vida. Mientras me arrodillo, prometo hacer eso que me propusiste. Venga, hombre, ya puedes salir de tu escondrijo, porque seguro que me llevas observando un montón de tiempo. Incluso puede que te hayas divertido con mi actitud infantil, ridícula por momentos, aunque no sé lo que otros habrían hecho en mi caso. ¿O no? Adelante, sabio, necesito tu ayuda, tus consejos… Cuando quieras, Viktor.

Sin embargo, cuando esperaba que la figura del profesor surgiera por allí, tal y como había acontecido la vez anterior, nada sucedió. A los pocos segundos, volvió a pronunciar el nombre de aquel hombre varias veces, en un tono cada vez más elevado… y nada.

—Increíble, lo que faltaba. Me está bien empleado por pasarme de la raya. Seguro que he agotado su paciencia. Ese tío debe ser una buena persona, pero no un imbécil. Aquí hay unas normas que, o se cumplen, o hay consecuencias. Es como pretender jugar al póker con las cartas marcadas. Sería absurdo. ¡Venga amigo, no seas rencoroso! Que esa actitud no va con tu carácter. ¿Es que no me vas a acompañar al domicilio de ese hombre? Solo pido tu colaboración, luego, ya me las apañaré yo solito. Vale, yo, si fuera tú, ya se me habría pasado el enfado. Te ruego que me disculpes, que se supone que ibas a apoyarme, no a fastidiarme.

Cansado de aquel silencio por respuesta, David fue cogiendo la ruta que le conduciría hasta la casa de su cliente, donde moraba ese tal Alonso Álvarez. Su sensación de soledad, durante el trayecto de vuelta, se fue incrementando, sumiendo al psicólogo en un estado de tristeza.

—Por más que le llamo con el pensamiento, ese hombre no viene. Quién sabe, a pesar de su sabiduría, quizá no está exento de experimentar sentimientos de venganza. Creo que eso es lo que le está pasando. Recuerdo que fue él mismo el que dijo que acudiría cuando yo le necesitase. Tal vez sea un bromista de mal gusto, alguien que se refugia en su invisibilidad para surgir de repente y darme un susto. Sí, eso debe ser. Seguro que me está observando desde un lugar seguro hasta que decida presentarse. ¡Viktor, si estás por ahí, no te demores en aparecer que ya casi estoy llegando!

Al poco, David se situó enfrente de aquel piso de abajo a la derecha, justo en el portal donde ya había estado. Mirando con insistencia hacia un lado y otro, aguardando la irrupción de Viktor, se desesperaba…

—Este señor me está demostrando que es poco serio: me ha engañado y esta vez, de verdad. Lo más seguro es que esté tan disgustado conmigo que se niegue a ayudarme. He hecho méritos para ello. Si es así, Viktor, te presento de nuevo mis excusas. Vamos, que hay cosas de las que hay que olvidarse, no te hagas el antipático.

Transcurrieron unos minutos más de completo aislamiento y perplejidad, por lo que el psicólogo dio un grito, como dando a entender que él estaba siendo amable y el profesor, un sujeto desconsiderado…

—¡Vaaale…! Está bien, tu despecho no puede conducir a nada bueno. Total, ya lo tengo todo perdido ¿no? ¿Es que existe algo peor que morirse? En fin, lo único que voy a decirte, porque sé que me estás vigilando, es que voy a realizar ese trabajo. ¿Lo ves? Ya estoy aquí, en esta casa que me indicaste. Que conste que estoy colaborando contigo. Tendrás que justificar tu falta de cortesía, no creas que luego me vas a convencer con palabras amables. Bueno, tú sabrás lo que haces, voy a entrar y que sea lo que tenga que ser.

Mientras en el exterior sucedía aquella escena, Alonso, que en su día había completado sus estudios de Magisterio, abrió la puerta de su hogar y fue despidiendo a sus pocos alumnos a los que impartía clases particulares, cuyos padres esperaban a sus hijos en la acera de la calle, a escasos metros de la vivienda.

«—¡Uf, qué descanso! Hoy no ha sido mi mejor día —pensó el maestro mientras que entraba de nuevo en su casa—. A veces, no sé ni por qué hago esto. Sí, claro que lo sé. Lo hago para justificarme ante mi mujer y ante el mundo. Debe ser eso, no trates de engañarte.»

Al penetrar de nuevo en el salón para recoger los libros, cuadernos y bolígrafos que había desplegados por la mesa donde daba sus clases de refuerzo a niños de educación primaria, se fijó en la extraña figura de un hombre que aparentaba unos cuarenta años y que vistiendo un traje azul se había sentado en el sofá más grande de la casa, allí justo en el salón.

—¿Eh? —exclamó de repente Alonso enfadado y alzando su voz ante la sorpresa que le produjo la presencia del extraño—. Pero, ¿quién es usted? ¿Nos conocemos? ¿Es el padre de algún crío al que quiere apuntar a clases particulares? ¿Cómo se ha colado aquí, hombre? Podía haber pedido permiso para entrar, caramba.

…continuará…

6 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (20) La gran rectificación»

  1. Que bien David ya está listo para comenzara tratar a su paciente!!!Ahora solo falta que Alonso quiera ser ayudado!!no se ve facil!!Interesante y enigmatica situacion!!

  2. Importante David admitir seu orgulho e teimosia, que nos faz passar por momentos amargos. Finalmente se lembrou da incumbência do auxílio a Alonso. Boa sorte.

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Jue Nov 18 , 2021
—Vaya, tío, menudo ambiente deprimente se respira en esta casa —contestó el psicólogo de forma grosera—. ¡Menudo sitio al que me ha traído Viktor! Casi hubiera preferido atenderle en mi propia consulta. En fin, ya está hecho. Paciencia, David, paciencia… —Pero, ¿quién diablos es usted, oiga? —interrogó Alonso con una […]

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