EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (15) Otro «muerto»

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—Ah, sí, supe de tan lamentable suceso —respondió Andrés con gesto afectado—. Toda una desgracia, la verdad. Es que tenías toda la existencia por delante, caramba. Lo cierto es que aún no me enteré de la verdadera causa de la tragedia. Al principio, pensé que hubieses estado afectado por el alcohol al conducir, pero lo descarté rápido porque nunca te vi en ese estado. Entonces, amigo ¿fue una distracción al volante o el tiempo horrible que hizo ese día te impidió controlar el coche?

—¿Cómo? De eso nada —contestó el psicólogo indignado—. Acalla esos rumores en tu mente de inmediato. Te daré mi versión, la única que existe; no es que pretenda hacerme el interesante, es que curiosamente, yo estuve allí.

—Lo siento, vecino. No quería molestarte. Llevas razón, quién mejor que tú, el fallecido, para explicar lo que pasó.

—Pues mira. Un desgraciado, cuya identidad desconozco, se lanzó hacía mí con su vehículo en mitad de la tormenta. Ese miserable invadió mi carril, yo estaba convencido de que se iba a chocar de frente conmigo y al intentar evitarlo, me vi obligado a desplazarme a la derecha de la carretera, perdí el control y me estrellé contra un árbol a toda velocidad. En fin, ya sabes de las consecuencias, una muerte inmediata, pero en ningún caso atribuible a mi responsabilidad. Y por supuesto, porque te lo digo yo, ni intención de suicidarme ni nada por el estilo. Mi vida era perfecta… ¿por qué motivo iba yo a matarme? Cualquiera que afirme eso es un desdichado que miente y que tergiversa la verdad. Ahora, ya lo sabes; cualquier otra versión que oigas, se trata de un infundio que solo puede habitar en la cabeza de un desalmado.

—Vale, vale, no te pongas tan irascible. Solo quería conocer lo que ocurrió. De todas formas, lo duro empieza ahora para tu esposa y tu hija. Qué lástima, una mujer tan bella, tan agradable y una niña que comenzaba a despertar, en plena infancia. Y ahora, ya ves. La una, viuda y en soledad y la otra, huérfana y sin la figura primordial de su padre.

—Sí, suena horrible, pero es así. ¿Comprendes lo enrabietado que estoy? Resulta todo tan injusto, acabar de esa forma tan repentina con las ilusiones de una persona, sin razón aparente…

Por unos instantes, el rostro de David se quedó en estado contemplativo, como si de pronto algún pensamiento hubiese llegado a su cabeza. Abrió sus ojos de par en par, como el que descubre algo nuevo muy importante…

—Pero, un momento, estoy hablando contigo y me estoy desahogando y tú me estás escuchando. O sea, estás aquí, en mitad de la noche y en una de las calles de Madrid, es decir, que… ¡Venga, hombre! ¿Es que no te das cuenta?

—¿Eh? ¿Qué ocurre, vecino? Por tu cara, parece que estás resolviendo el misterio de quién mató al presidente Kennedy.

—Obsérvate, Andrés, por favor. ¿Es que has perdido la conciencia? Si puedes verme y además, estamos manteniendo una conversación… eso significa que tú también estás muerto, como yo. ¡Piensa un poco, hombre!

—¿Yo? ¿Muerto? Anda, amigo, tú deliras.

—Que sí, caramba. No hay otra explicación a esta coyuntura. Bienvenido a mi mundo. Bueno, ya somos dos para andar juntos. Menos mal, Andrés. A partir de ahora, ya no me aburriré más. Por lo menos, podré charlar con alguien. ¡Deja que te abrace, compañero, que no nos llevamos tanta diferencia de años!

—David, te desborda la emoción —expresó el hombre mientras que trataba de calmar el impulso efusivo de su antiguo vecino—. Mantén la cabeza fría, que te noto muy ilusionado, pero creo que te estás equivocando conmigo. Esa es la realidad, aunque resulte triste para ti. De todas formas, confieso que me has generado una angustia enorme e innecesaria. Discúlpame, regreso en un minuto. He de comprobar algo esencial. No puedo seguir la conversación contigo sin antes asegurarme. Quédate aquí, no te vayas. Enseguida vuelvo.

De repente, la figura de Andrés salió corriendo y a toda velocidad, en dirección contraria a por donde había llegado cuando se encontró con el psicólogo. Este permaneció desconcertado, como tratando de hallarle una razón al extraño comportamiento del empleado de banca. Transcurrido un rato, Andrés retornó al lugar donde se había cruzado con su vecino.

—¿Ves? Ya estoy de vuelta. Disculpa, pero te expresaste de un modo tan convincente que, lo cierto, es que me asusté. Me entraron algunas dudas. Tranquilo, el peligro ya ha pasado. Tal y como yo sospechaba.

—Vaya por Dios. No entiendo nada de nada. ¿Adónde demonios has ido? Podías tener el detalle de explicarte. Mira, no estabas muy cuerdo cuando vivías y ahora, en tu nueva etapa, parece que tampoco.

—Estás siendo ácido, vecino. No sé por qué dices tantas tonterías. Lo que pasó entre nosotros no debe llevarte a conclusiones apresuradas. Afirmas cosas sin fundamento.

—Pero… si fuiste tú el que llamaste a mi puerta para preguntarme si lo que te sucedía era normal o no.

—Sí, es cierto. Sin embargo, yo siempre me consideré un hombre normal. Fue mi mujer la que estaba preocupada por mí y supongo que por ella misma. De ahí que me decidiera a hacerte una consulta.

—Claro, lo recuerdo perfectamente. Tu problema consistía en que de forma habitual, tenías unos sueños muy extraños, muy vívidos, de esos que parecen suceder en la realidad. Y recuerdo también que te dije que no te preocupases, que mientras que eso no afectase a tu vida cotidiana, eso no supondría ningún obstáculo parta tu equilibrio psíquico.

…continuará…

2 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (15) Otro «muerto»»

  1. Os acontecimentos estão clareando a mente de David, mostrando que o mundo dos mortos não tem diferença do mundo dos vivos, exceto as leis que os regem.

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