—«¿Será posible? —se dijo a sí mismo David en tono indignado—. Ya veo que cuando no es el día, no es el día. Esto tiene que tener una explicación, pero me da rabia estar ignorante porque carezco de datos. ¡Dios mío! ¿Será que mi Paula estará enferma y por eso no ha acudido hoy a clase? Eso justificaría que no hubiese aparecido tampoco su madre. Claro, estará cuidando de ella. Y ¿cuánto tiempo llevará mala mi niña? A saber… ¡Qué angustia! Dios, es lo único que se me ocurre. Con lo que le gusta a mi hija estar en su colegio y jugar con sus compañeros…»
Tras unos instantes de incertidumbre, el psicólogo se sentó en un banco cercano, no muy lejos de la puerta de salida de la escuela, donde había sufrido una nueva decepción en su afán por ver a su familia. El suelo estaba cubierto de las hojas de unas grandes moreras allí plantadas, que en mitad del otoño, estaban casi desnudas. Adoptó la forma curvada de aquel asiento de hierro y se quedó con la cabeza inclinada hacia delante cavilando en sus asuntos.
—«¡Ay, por favor! Iría ahora mismo corriendo hasta mi casa para quitarme de encima esta ansiedad, pero… ¿qué ganaría? No tengo ninguna garantía de poder acceder a mi hogar. No, un nuevo fracaso después de este, sería demasiado para mi estado. Eso me hundiría. Uf, admito que me está costando trabajo adaptarme a mi nueva vida. No sabía yo que fuese a pasar por tanto desasosiego. »
David permaneció en aquella postura como ensimismado, atrapado en su propio laberinto de pensamientos, reviviendo mecánicamente escenas de su pasado que le aportasen algún tipo de consuelo, estampas agradables de su reciente biografía en el plano terrenal. Fue así como se deleitó al recoger el título de su carrera, en su viaje de bodas con su querida Sandra, en la fecha de nacimiento de su bebé…
Cuando despertó de sus fantasías, de todas esas secuencias que durante horas habían desfilado por su mente, se dio cuenta de que ya era de noche.
—«¿Eh? ¡Qué extraño! Pero, ¿cuánto tiempo llevo aquí sentado? No hay ni un alma por la calle. Debe ser ya de madrugada. Y yo aquí, perdiendo las horas como si no tuviera que resolver otras cuestiones. Bueno, por lo menos me he permitido desahogarme de tantos disgustos a base de recordar las cosas más bellas de mi historia. Hum… lo que intuyo es que recrearme en mi memoria no es lo más indicado para avanzar.»
De pronto, a lo lejos, observó la figura de un hombre que caminaba a paso tranquilo por la acera derecha de aquella calle. Conforme la presencia se aproximaba al banco donde estaba situado David, este continuó con su reflexión.
—«Anda que ese. Mira que hay locos sueltos, pero en Madrid, siempre se ven más. ¿A quién se le ocurre salir a pasear a estas horas de la noche y con la humedad que está cayendo? Si todo el asfalto está encharcado y mira los cristales de los coches chorreando… Decididamente, ese tío está fatal de la cabeza, ¡si va en pijama! Menuda pulmonía que va a coger. Quién sabe, igual me estoy pasando de listo. Tal vez ese individuo tenga un montón de problemas en su casa, con la familia o en el trabajo. Puede que haya salido a despejarse la mente, a olvidarse de su situación, pero anda que deambular por la ciudad en pijama… En fin, ¡qué me importa a mí todo eso! Ya bastante tengo con lo mío, con haberme muerto sin haber llegado ni a los cuarenta, con un brillante futuro profesional por delante truncado y con las dos mujeres más maravillosas del planeta a las que ni siquiera puedo abrazar o mirar. No quiero cabrearme más, pero… ¿tanto pido? ¿Tan difícil es hablar con tus seres queridos? Y encima, ahora que lo recuerdo, tendría que haberme entrevistado ya con ese tal Alonso… Vamos, como si yo estuviera motivado para escuchar a un tío contándome más y más problemas.»
El psicólogo salió de su bucle de pensamiento cuando apreció que aquella figura se le iba acercando y conforme eso iba ocurriendo, notó dentro de sí una agresividad cada vez mayor. Se puso en actitud defensiva, previendo un enfrentamiento con aquel tipo que caminaba de madrugada por las calles de Madrid.
—«No me lo puedo creer. Lo que me faltaba para acabar con este maldito día. Que se me acerque ese chalado y me quera atracar. Pero… ¡si seré idiota! ¿Qué tontería estoy diciendo? A veces, creo estar vivo, me confundo, pero está claro que hace ya unas fechas que me estrellé contra un árbol. Eso no fue un sueño, sino una pesadilla de lo más real de la que ya desperté. David, espabila: no llevas cartera encima, ni reloj, ni teléfono, ni nada de valor. Ja, ja, como no quiera robarme el traje azul del trabajo. Y además, ¿por qué iba a quererlo? A lo mejor se enfada porque no tengo nada y se pone violento. ¡Quién sabe si pretende matarme! Bah, hay que reírse para no desesperarse, dos muertes en unos días. ¡Menudo disparate de planteamiento! Es imposible morirse dos veces, pero me he enfrentado a tantas sorpresas, que ya no descarto nada.»
—¡Eh, David, vecino! ¿Es que ya no te acuerdas de mí? —preguntó el extraño—. Venga, amigo, dame un sentido abrazo.
Entre sorprendido y desconfiado, el psicólogo se puso inmediatamente de pie para tratar de hallar una explicación a todo aquello que estaba sucediendo.
—Caramba, ahora que lo mencionas, pero ¡si eres Andrés!, el vecino del sexto, el que trabaja en el banco. ¡Cuánto tiempo sin verte! Pues no sabes la alegría que me da observar un rostro conocido. Perdona el despiste, pero con esta oscuridad y con mis propias cavilaciones, ni siquiera te había reconocido.
Tras un efusivo abrazo de madrugada entre los dos personajes…
—Verás, Andrés —expresó emocionado David—, si te soy sincero, he perdido la cuenta de los días. Desde que sucedió lo del accidente, no me he podido comunicar con nadie de mi antiguo entorno.
…continuará…
Penso que foi bom David encontrar seu vizinho, pois conversar trouxe felicidade, para quem está com ideia fixa em ver a família. Só não percebeu que seu vizinho está desencarnado.
Vamos a esperar pelas notícias do vizinho do David.