—Perfecto —añadió David convencidísimo a esa hora del éxito de su misión tras su reparador descanso—. Estamos de acuerdo. Vayamos cuanto antes a su casa. La verdad es que se me ha despertado el interés por conocer a ese tal…
—Alonso Álvarez, no lo olvides.
—Oye una cosa, profesor. Y esto te lo digo por aclarar conceptos, que ya sé que tú eres el sabio y el organizador. Este cliente, por casualidad, ¿no se tratará de un caso extremo, de alguien con tantos problemas que es casi irrecuperable?
—Desde un punto de vista clínico, yo no diría eso. Digamos que se trata… de un sujeto complicado. Irrecuperable, como acabas de manifestar, pues no. No pongas esa cara de extrañeza. Mira, para tu seguridad, te daré una pista: durante tu trayectoria profesional afrontaste casos similares. Para que lo entiendas, nada sorprendente. Estoy seguro de que si le pones voluntad y tesón, lograrás resultados. Eso sí, dado tu actual estado, la disciplina y la constancia habrán de resultar fundamentales.
—Vale, vale. Mientras que caminamos hasta su domicilio, me ha venido a la mente una pregunta que quería hacerte desde el día en el que traté infructuosamente de penetrar en mi casa. Con permiso…
—Adelante, colega; dispara la artillería —expresó en tono guasón aquel señor.
—Verás, Viktor… ¿cómo voy a trabajar con ese cliente si él va a ser incapaz de percibirme? No quiero recordarte lo mal que lo pasé aquella tarde en la calle donde vivía, cuando a pesar de mis intentos desesperados, nadie podía reconocerme.
—¡Ah, era eso! Tu carácter metódico te hace previsible, amigo. No te preocupes por ese tema. Ya me he encargado de ello.
—Pues qué bien ¿no? O sea —comentó el psicólogo mientras que llevaba su mano derecha al mentón—, debo pensar que habrás usado alguno de tus «trucos» de afamado profesor para que ese hombre pueda observar a un muerto. ¿Es eso?
—Por supuesto, la experiencia es un grado. Venga, hombre, no me vengas ahora con ese discurso irónico. Es fácil recurrir a la «magia» cuando alguien desconoce un procedimiento de actuación. Por mucho que choques dos piedras entre sí o toques un tambor, no va a llover. Deja ese razonamiento de pensamiento mágico. ¿Ves en mí alguna chistera de la que saque un conejo? Disculpa por mi ácido discurso, David, yo te comprendo. Estás a mitad de camino entre una dimensión que aún te trae muchos recuerdos y otra a la que acabas de despertar. En fin, nada que no haya visto antes en otras almas.
—Entiendo. Y ¿no será contraproducente para ese hombre el convertirle en un médium? Tal vez, ese fenómeno no le resulte conveniente para su salud mental, ya alterada. ¡No es lo mismo ver coches circulando por la calle que «muertos»! —dijo David elevando el volumen de su voz.
—¡Excelente, mi querido alumno! Me encanta tu forma de abordar este asunto. ¿Ves? Cuando te pones a razonar, olvidándote de lo que dejaste atrás y centrándote en el presente, tu inteligencia vuelve a su antiguo punto de brillantez. Respondiendo a tus dudas, como experimentado doctor en la materia, todo eso que has comentado ya lo he tenido en cuenta. Te adelanto un dato: Alonso no va a ver a todos los espíritus. Le he activado un filtro para que solo te pueda observar a ti, es decir, a su terapeuta, a quien le va a tratar. Lo contrario, como bien has expresado, no sería muy recomendable y podría perjudicarle.
—Bueno, es un alivio conocer ese aspecto importante.
—Tranquilo, amigo. Alonso no va a perder el juicio. No se va a volver loco ni nada por el estilo. Está claro que, al principio, se llevará una sorpresa mayúscula al percatarse de tu presencia. No se espera tu «aparición» repentina. Te advierto que tu cliente, aunque en la actualidad le vayan mal las cosas, no es un tonto. Con rapidez, se dará cuenta de lo que le está ocurriendo y si adopta una actitud ingeniosa, sabrá lo que más le conviene. Aun así, David, no dispongo de una calculadora en mis manos que me vaya a decir con precisión y decimales el resultado exacto de cuál va a ser su reacción. No hace falta que te repita que todos, sin excepción, da igual el estado en el que nos encontremos, disponemos de libre albedrío.
—Sí, él no perderá su facultad para decidir lo que hacer frente a la aparición de su terapeuta.
—Exacto, amigo. No somos autómatas sometidos a unas órdenes que deben cumplirse. El otro día y por tu cuenta, tú elegiste acercarte a tu hogar para ver a tu familia. Nadie te obligó a forzar los acontecimientos. Lo que sucede es que existen unas reglas que no podemos ignorar. ¿O sí? —manifestó Viktor mientras que abría sus manos y echaba su cabeza ligeramente hacia atrás—. Fue tu libertad la que decidió, sin más. ¿Estamos de acuerdo?
—Sí, lo he entendido. En fin, tengo curiosidad por observar la respuesta de mi paciente. Esperemos que todo vaya bien.
—Mira, David, si me permites, te daré una recomendación como veterano en estas lides: no alteres mucho el guion de lo que solías hacer. Es obvio que tendrás que introducir algunas novedades en su tratamiento. Cada cliente, a su manera, resulta especial. Te enfrentas a un desafío clínico nuevo, por tu condición, pero dispones de los suficientes recursos como para abordarlo. Tu trabajo anterior te avala, amigo. Soy positivo y creo que estás en condiciones de reflotar al amigo Alonso.
—Admito que tus palabras me tranquilizan. No sé, pero me esperaba alguna sorpresa desagradable.
…continuará…
Estamos en expectativa!!
Pues sí, Mora. Yo también tengo ganas de conocer a ese personaje. Besos.