EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (6) La resistencia

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Desconcertado por la toma de postura de Viktor y sin saber qué hacer, David volvió su vista hacia el grueso tronco del árbol contra el que se había estrellado hacía unas fechas. Tras dar unos pasos dubitativos, se sentó y agachando la cabeza, la situó entre sus piernas y se puso a meditar. Transcurrido un buen rato, se incorporó y comenzó a andar. Su objetivo en el pensamiento era muy claro; caminaría unos kilómetros hasta llegar a su antiguo domicilio, para así poder ver a sus dos mujeres más adoradas: Sandra y Paula.

Durante el trayecto de regreso a su antigua casa, hasta se permitió divertirse de la manera más curiosa. De vez en cuando, se situaba junto al arcén de la cuneta y cuando llegaba algún vehículo a toda velocidad, lo abordaba, se ponía delante y se dejaba «atropellar». Ilusionado, porque en breve podría contemplar los rostros de su esposa y de su hija, se decía a sí mismo: «Verdaderamente, soy inmortal. Ja, ja, hasta con efectos especiales, esto lo he visto antes en el cine. Resulta gracioso. Al menos, los muertos, no nos podemos morir de nuevo. Sería absurdo».

Ya por la tarde, notando cierta angustia porque el paisaje urbano le resultaba cada vez más familiar, pudo por fin alcanzar la calle donde vivía. Al llegar al número 127, se percibió aún más nervioso. El portal que daba acceso al edificio estaba abierto y apretando con fuerza sus labios ante lo que le esperaba, se armó de valor para subir por las escaleras. A esa hora, Sandra ya estaría en casa. Seguro que acababa de recoger a Paula del colegio y tras la merienda, la estaría ayudando a hacer la tarea para el día siguiente. Siempre lo hacía de esa manera, que para eso ella había estudiado Magisterio, aunque nunca hubiese ejercido como maestra de forma oficial.

Cuál no sería la sorpresa de David, cuando al intentar subir las escaleras que daban acceso a la portería, una extraña fuerza allí presente le impidió avanzar.

«—¿Eh? Pero ¿qué misterio es este? —se preguntó el psicólogo con preocupación—. ¿Será posible? Maldita sea, me van a fastidiar la oportunidad de verlas. ¡Venga ya, no me lo puedo creer!»

Hasta en cinco ocasiones lo intentó. En la última, sintiéndose como agotado por el esfuerzo continuado, se apreció como ridículo. Su determinación dio paso a una terrible frustración y por ello, decidió tomar carrerilla al objeto de traspasar como fuese aquella «resistencia» que le impedía cumplir con su propósito.

«—Tengo que vencer como sea esa barrera invisible —se dijo mientras que apretaba sus dientes—. Esto me está resultando grotesco, pero no me queda otro remedio. Al menos, nadie me puede ver. Ya sería el colmo de la estupidez, no poder acceder a tu propio hogar.»

Por desgracia para sus intenciones, de nada le sirvió tomar aquel fuerte impulso. Todo resultó inútil y por más que lo pretendiese, existía algo allí que le impedía el paso. Se derrumbó y permaneció en la calle un tiempo en actitud pensativa. Él, que estaba tan acostumbrado a reconducir los problemas de la gente, se manifestaba incapaz de resolver el suyo, la oposición de aquella energía que, misteriosamente, le imposibilitaba abrazar a quienes más deseaba.

Acercándose de nuevo a la entrada, comprobó cómo el portero de la finca estaba terminando de colocar la correspondencia en los buzones de los vecinos que habitaban el inmueble. De repente, tuvo una idea.

—¡Shhh, shhh, Julián! —dijo el psicólogo como tratando de llamar la atención de aquel hombre—. Mira, aquí, en la calle… ¡Soy yo, David Sánchez, el marido de Sandra, el padre de Paula, que vivo en el cuarto! ¿Es que no me reconoces?

Aquel señor, como era de esperar, continuó con su labor de repartir las cartas hasta que terminó y se dirigió a un mostrador en el que se puso a leer unos folletos de publicidad que alguien había dejado allí por la mañana.

«—Pero… ¡si seré imbécil! Es obvio ¿no? Hay que ser idiota. ¿Cómo me va a reconocer si estoy muerto? Ay, Julián, cómo te ves. Y yo pensando que me atendería rápidamente. Parece mentira, con la de veces que le ayudé con el problema que tenía su hija. ¡Cuánta ingratitud hay en el mundo!»

Desesperado, porque estaba siendo ignorado por un sujeto con el que se había cruzado cientos de veces, decidió mudar de estrategia.

«—Vale, lo entiendo, esto también lo he visto en algunas películas. Está claro que cualquiera no sirve para escuchar la voz de un muerto. Hmmm… tiene que ser alguien muy especial. Vaya, ahora que lo pienso, estoy recuperando la memoria, debo hallar alguien sensible, receptivo… ya lo tengo ¡un médium! Es ese tipo de persona que puede ver o escuchar a un fantasma, es decir, en lo que yo me he convertido desde hace una semana, como me dejó claro ese profesor. Vale, entonces, lo que necesito ahora es dar con el sujeto adecuado. El razonamiento es impecable; lo que me hace falta es encontrar a ese alguien con el que poder comunicarme.»

Así, tras unos momentos de duda, se dedicó a abordar a decenas de peatones que paseaban por allí en ese momento, hombres y mujeres, más jóvenes y más viejos, incluso a algún niño, para ver si por acaso, existía un perfil que coincidiese con aquello que ansiosamente andaba buscando. Realizando los más extravagantes gestos, algunos incluso ridículos y que nunca se hubiese atrevido a realizar en el pasado, trataba de llamar la atención de algún viandante que le pudiese reconocer. Sin embargo, su labor resultó infructuosa y al poco, cundió el desánimo en su espíritu.

«—¡Dios mío! ¡Qué mala suerte tengo! ¿Será posible que no vaya a ver en todo Madrid alguien que me pueda ver u oír? Por favor, esto es indignante. ¡Uf, qué fatiga, no sabía que esto fuese tan agotador!»

…continuará…

6 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (6) La resistencia»

  1. En Expectativa hasta el jueves!!!no voy a elucubrar, voy a esperar…pero tendra que reponerse y buscar a Vicktor, de otra forma como que se hara mas largo el camino!

    1. Siento que tengas que esperar hasta el jueves. No seas tan impaciente como David. Todo a su tiempo. Besos, Mora. Buena semana y cuídate.

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