Madrid, noviembre de 2018.
Eran exactamente las 20.35 horas. Hacía al menos dos horas que había oscurecido sobre la capital. En ese momento, David Sánchez, adscrito al Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, se encontraba conduciendo su coche, ya de regreso a su hogar sito en unos de los barrios centrales de la urbe. Unos treinta minutos antes, había abandonado su despacho en la clínica donde trabajaba, al norte de la ciudad, donde existía un equipo de distintas especialidades médicas y que contaba con un servicio de psiquiatría y un gabinete de psicología, este último, precisamente donde David desempeñaba su labor clínica atendiendo a sus pacientes.
Nuestro hombre contaba con treinta y nueve años de edad y ya llevaba casi catorce años realizando su trabajo. Además de su licenciatura, poseía dos másteres. Uno de ellos en psicología clínica, lo que le permitía abordar a sus usuarios con garantías y por otro lado, también había completado un máster en psicología jurídica, por lo que varias veces por temporada, se dedicaba a elaborar informes periciales sobre diversas materias como derecho penal o derecho civil que le solicitaban autoridades, abogados o directamente, los clientes afectados.
Para los tiempos que corrían, no podía quejarse por falta de trabajo y en aquella época, David gozaba de una buena reputación como profesional entre sus colegas y entre cuantos le conocían, por lo que sus perspectivas laborales eran halagüeñas. Como todas las noches de lunes a viernes y a esa hora, deseaba llegar cuanto antes a su casa para abrazar a Sandra, su esposa y a su hija, Paula, con la que mantenía un vínculo muy especial y a la que quería con locura a sus siete años de edad.
Aquella jornada de otoño, la zona central de la península ibérica estaba siendo barrida por el agua y los fuertes vientos pertenecientes a una potente borrasca que había penetrado desde el Atlántico. Las dificultades de conducción eran grandes y al marcar su reloj las 20.40 horas, tuvo que activar su parabrisas a la máxima velocidad, ya que tenía dificultades para distinguir la señalización de la carretera radial de acceso a Madrid por la que circulaba.
Todo sucedió muy rápido. Al mismo tiempo que se tocaba los ojos, intentando desprenderse de algún objeto extraño que le impedía ver con comodidad, de repente, observó las luces de un coche que se dirigía hacia él a toda velocidad y que parecía haber invadido el carril contrario. En el último segundo, alarmado por el peligro evidente de aquella escena, activó con su mano el sonido del claxon, para advertir al otro conductor de que debía variar su rumbo. Sin embargo, la probabilidad de colisión se hacía mayor conforme la distancia disminuía. Alertado, en una maniobra a la desesperada para eludir un choque frontal y en mitad de aquel persistente diluvio, David giró el volante con energía y se echó bruscamente a su derecha. En ese instante supremo y en medio de la oscuridad, el psicólogo sintió un golpe en una de las ruedas delanteras y sin poder evitarlo, perdió el control de su coche y se encontró dando varias vueltas de campana hasta que finalmente, impactó de frente contra un grueso árbol cercano a la carretera.
El vehículo quedó hacia abajo, con el techo del mismo tocando el suelo, mientras que miles de gotas procedentes de la lluvia, se deslizaban hacia abajo por los cristales del automóvil. Una enorme confusión, el dolor por el tremendo golpe recibido, un último suspiro en medio de la negrura y una sensación de pérdida de la conciencia fue todo cuanto David pudo recordar. Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse de los suyos o de encomendarse a la Providencia, solo las imágenes de Sandra y de Paula pasaron con sensación de vértigo por su pensamiento. Después, las tinieblas y el silencio.
En el informe pericial, se comprobó que David Sánchez circulaba en el momento del accidente a 88 km/h, en un área cuya velocidad máxima estaba limitada a 90 km/h. Pese a las inclemencias meteorológicas, los servicios de urgencias se personaron en el lugar del siniestro en poco más de treinta minutos y sin embargo, nada pudieron hacer para impedir la muerte del afectado. Los traumatismos torácicos y craneoencefálicos producidos por el terrible choque, especialmente por el impacto contra el árbol, determinaron la muerte prácticamente en el acto de David. Los médicos que atendieron a la víctima tan solo pudieron certificar su fallecimiento. De los análisis efectuados, se dedujo que el accidentado no había consumido ningún tipo de sustancia tóxica que alterase su capacidad normal de conducción. Tampoco logró determinarse ninguna responsabilidad por parte de otra persona, pues no se recogió ninguna grabación de cualquier otro vehículo que se hubiese visto implicado en aquella tragedia.
Por fortuna para la familia del psicólogo, este era un hombre previsor y había suscrito hacía tiempo un seguro de vida en una compañía de la capital, lo que sin duda, aliviaría la presión económica sobre Sandra, que en esa época, no recibía ningún tipo de ingreso al no trabajar y dedicarse casi en exclusiva al cuidado de su querida niña. También había contratado otro seguro con el banco a efectos de que, en caso de muerte, todo el capital pendiente de pago de su hipoteca quedase amortizado, de modo que no restase ninguna suma por abonar del bonito apartamento que la pareja había decidido adquirir en el centro de Madrid hacía unos años, justo cuando empezaron a proyectar el traer una nueva criatura a sus vidas. Por último, restaba la cantidad que debía pagarle la compañía del seguro del coche a Sandra, ya que no se había detectado ningún tóxico en el organismo de su marido y por supuesto, se había descartado cualquier hipótesis de suicidio en el accidente.
…continuará…
Parece que David, pressentia o desencarne, pois deixou família amparada.
E possível que fosse assim. Muitas vezes, os espíritos antecipam sua desencarnação.
Historia que comienza con la muerte como protagonista, veamos
La historia del protagonista, que es su nueva vida y que nosotros vamos a estudiar como fieles lectores, je, je… Abrazos y feliz semana, Mora.