SONIA Y LEÓN (100) Funeral

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—Bueno, para mí fue un placer cuidarle. No perdió la cordura en ningún instante. Como ya te comenté, esta misma mañana me acerqué por allí para comprobar cómo estaba y lo encontré acostado. Sin embargo, por más que le llamé, no se despertaba. Nunca sabré si él intuía que la pasada noche era su última jornada en esta dimensión. En cualquier caso, se despidió sin rechistar, sin quejarse, como un auténtico caballero que ha cumplido con su cometido y que se va sin hacer ruido. Murió en la madrugada y en la cama de su hogar, como él quería, en silencio.

—Me emocionas, Sonia. Ya ves que sobrevivió a mi madre tantos años y ahora, solo quiero que se haya reunido con ella.

—Estate tranquilo, amigo. Sabes de sobra que tu padre acumuló en vida méritos suficientes para aspirar a eso y a mucho más. Por cierto, ¿y tu hermano? No le he visto aún.

—Ah, si supieras. Estaba ingresado en un hospital de Tenerife. Ayer mismo le dio un ataque de apendicitis y claro, los médicos le dijeron que se olvidarse de volar y de llegar hasta aquí. Tendrá que guardar el reposo preceptivo y cuando le den el alta, ya vendremos aquí los dos a recordarle y a ponerle unas flores en el cementerio. Ya ves, este Felipe se ha convertido en un «chicharrero» de adopción. El amor tiene esas cosas, te atrapa y ya no te permite moverte de un lugar.

—Sí, lo sé por mi León. ¡Qué pena por él! En fin, ya tendréis tiempo y hallaréis la ocasión para rendirle un gran homenaje a la memoria de vuestro padre.

—Perdona, pero quería hacerte una propuesta que espero que aceptes; eso sí, con completa libertad, que tenemos confianza. ¿De acuerdo?

—Perfecto, Joaquín. Tú dirás.

—Mañana, enterraremos a mi padre, ya sabes, en la misma sepultura que Carmina. Ese era su deseo y así lo cumpliré. Te agradecería enormemente que luego, una vez acabado el acto, te pasases a almorzar por casa. Comeremos en la más estricta intimidad, con mi mujer y mis dos hijos. Creo que tenemos muchas cosas que contarnos, especialmente tú, porque fuiste la persona que más tiempo pasó con él en su última etapa.

—Claro, faltaría más —respondió Sonia con una agradable sonrisa—. Será un honor compartir mesa con Susana y con tus dos adolescentes. Aprovecharé para llevarme algunos libros míos que tenía en su estantería y que solíamos leer juntos. Si te parece, también te dejaré la copia de las llaves que él me había dejado para que no tuviese ni que llamar a su puerta cuando iba allí a pasar el rato con tu padre.

—¡Dios mío, gracias por aceptar, amiga! Aunque te parezca increíble, sabes tú más de Hipólito que yo, por lo menos en los últimos años. Vivíais tan cerca que era raro el día en el que no os vieseis. Eso, al menos, era lo que él me contaba.

—Así era, Joaquín. Le cogí tanto cariño, que esta situación, a pesar de mis creencias, se me hace dura. Ahora, es tiempo de esperanza y de demostrarme a mí misma que todo esto en lo que creíamos y creemos, que tanto estudiamos, es realidad y no ficción. Y eso deberé hacerlo sin tocarle ni verle.

—¡Quién mejor que tú para hablar de ello, Sonia! Para mi padre, te lo digo con el corazón, eras como la hija que nunca pudo tener. Vaya, me reclaman, tengo que saludar a mis antiguos compañeros. Si me disculpas… Pues mañana hablaremos a fondo. Un abrazo, por favor.

—Por supuesto. Venga, cumple con tus compromisos. Nos vemos luego.

Al día siguiente, tras la inhumación de Hipólito, exdelegado de Hacienda en la ciudad en la que moró tantos años, Sonia, Joaquín y Susana, permanecían en torno a aquella mesa del salón donde tantas veces se habían reunido la dueña del café, León y el propio Hipólito.

—Le he dicho a los chicos que se den una vuelta por el centro de la ciudad, para que nos dejen más tranquilos en estos momentos de reflexión —indicó Joaquín.

—Sí, creo que es lo mejor, cariño. Así podremos pasar la sobremesa y charlar más tiempo con Sonia —expresó Susana mientras que apretaba cariñosamente la mano de la otra mujer.

—Bien, pues ahora que estamos los tres solos, estoy a vuestra disposición.

—Te sirvo ya el café, antes de que se enfríe. Cuenta, ¿cómo estuvo mi padre en sus últimas semanas?

—Pues como siempre. Era un hombre de rutinas. Y más aún desde que se jubiló. Todo ese tiempo libre lo empleaba en caminar por las mañanas a la hora de costumbre y luego, a estudiar. Tenía una inquietud intelectual asombrosa. Como mantenía un nivel de lucidez estupendo, ya os lo podéis imaginar, él disfrutaba mucho con sus lecturas y meditaciones. Nos veíamos a menudo. Nos hacíamos compañía mutuamente. Como teníamos los mismos temas de debate, todo resultaba más fácil, porque la afinidad entre nosotros era total. Dios mío, cuántas miles de horas pasaríamos juntos, simplemente conversando, para retomar la charla a la jornada siguiente o cuando pudiéramos.

—Parece increíble el grado de confianza que llegasteis a alcanzar —dijo Joaquín—. La verdad es que las circunstancias que se produjeron, propiciaron que tú y mi padre estrecharais vuestra relación de amistad. Recuerdo perfectamente esa racha negativa que atravesaste. Debes ser muy fuerte, Sonia. No todos superan lo que a ti te ocurrió. No sé si yo me hubiera sobrepuesto a la tragedia por la que te tocó pasar.

…continuará…

5 comentarios en «SONIA Y LEÓN (100) Funeral»

  1. Que capitulo tan triste!!! Conque se murio Hipolito!! como hago para ver los dos capitulos anteriores? estoy perdida!!! no se que paso con Leon!!

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