—Cómo me alegro por tu clarividencia, Sonia. Yo soy mucho más viejo que vosotros, pero como ya os expresé, no me asusta la muerte. Es preciso cruzar ese puente que separa los dos territorios y es mejor hacerlo de buena voluntad, aceptando las reglas que marcan la vida y que no son caprichosas, sino las que tienen que ser. Estoy convencido de que nos veremos, nos abrazaremos y seguro que reviviremos esta conversación aportando nuevos datos sobre nuestro devenir, sobre nuestro aprendizaje, ese que nos señala como seres inteligentes que buscan una meta. Mirad una cosa: en «El libro de los espíritus» se establece con claridad que las almas se atraen por afinidad. Pensadlo, porque tenemos tantas cosas en común, tantas inquietudes compartidas, que eso motivó nuestro encuentro y nuestras reuniones, y por supuesto, nos volverá a juntar en el futuro. Desconozco la fecha, pero confirmo el hecho aunque no sepa el cuándo. Este largo camino resulta amplio y dificultoso. De ahí que sea más llevadero el recorrerlo en la grata compañía de aquellos que comparten tus valores. ¡Qué gran consuelo frente a los sinsabores de la existencia!
—Jefe, esa obra me ha hecho cuestionarme muchas cosas, pues aporta luz sobre aspectos que resultaban dudosos. Sirve para atenuar la confusión, para que desaparezca la niebla que a veces nos envuelve y orientar tu marcha.
—Claro que sí, amigo. Te diré algo que, desde mi perspectiva, complementa tu mensaje. Es cierto que esa lectura ayuda a disipar la bruma, a aclarar tu senda, pero… ¿estamos preparados para avanzar? Digo esto, porque una cosa es el conocimiento y otra bien distinta el movimiento sobre ese camino. Por mi experiencia, la luz contenida en el libro podría deslumbrarnos, o incluso podría ser un motivo de satisfacción al resolver tantas dudas. Pondré una situación que nos sirva de ejemplo. Profundizas en el Espiritismo, lo estudias a conciencia. Empiezas a sentirte orgulloso de ese conocimiento, como si fueses poseedor de una sabiduría ancestral que muy pocos manejan y que nadie puede arrebatarte. Muy bien, todo encaja en tu interior. Ahora, como es obvio, comienzas a andar, a recorrer tu trayecto, seguro de tus conceptos, convencido de que tu discernimiento facilitará la resolución de los problemas que surjan…y… ¡alto! Vienen las complicaciones. Recuerdo haber hablado de esto en la última reunión que mantuvimos. A mí me ocurrió: la verdadera dificultad no estribó en la adquisición de conocimientos, una destreza con la que estaba familiarizado, sino en su puesta en práctica.
—Hipólito, si me permites, no creo que tu caso sea una excepción —comentó la chica con la intención de «solidarizarse» con el Delegado—. Yo también me he notado desbordada en muchos casos. Mira, trataré de explicarme. A mi café han llegado innumerables personas en los últimos años. Y hay días y «días». En otras palabras, se daban casos en los que no me importaba en absoluto permanecer receptiva y ayudar si podía. Eso me hacía sentirme maravillosamente por dentro. Por otro lado, había jornadas en las que me rebelaba, porque no me apetecía para nada escuchar los problemas del otro y mucho menos, darle una respuesta a sus interrogantes. Me vencía la comodidad y me decía a mí misma que yo también tenía derecho a tomarme un descanso.
—Es un buen ejemplo, compatible con mi exposición. Tu sinceridad te alaba, Sonia. No creas que resulta tan sencillo admitir los errores o las propias faltas cometidas. Otros habrían jurado a los cuatro vientos que no tenían ningún inconveniente con la práctica del bien. Después de todo, eso vende muy bien y contribuye a optimizar tu imagen delante de los demás. Y sin embargo, sabemos que eso no es posible, salvo que hablemos de un santo o de alguien similar. Hay jornadas de fecunda inspiración y otras de total sequedad. Es ahí donde surge la lucha, donde se demuestra el carácter del alma, la madera de la que está hecho cada uno. Ayudar al otro cuando tienes un buen día, cuando tu mente se halla despejada o las circunstancias acompañan, tiene su mérito, pero no deja de ser una tarea hasta cierto punto sencilla. No obstante, el auténtico avance se produce cuando doblegas tu orgullo, cuando te enfrentas al colosal poder del egoísmo y con disciplina, acabas derribándolo, diciéndote a ti misma que nada ni nadie va a quebrar tu voluntad por mejorar como ser en crecimiento. Es el pulso entre dos fuerzas vigorosas. El brazo del egoísmo, que te empuja a mirar exclusivamente por tu interés y por satisfacer tus deseos y el poder de tu conciencia, que sabe de la importancia de doblegar esas tendencias instintivas y animalescas que nos llevan a situarnos por encima de los demás. Al fin y al cabo, esto no nos resulta extraño. A menudo, hemos de hacer cosas que no nos apetecen, pero al final, luchamos y progresamos por ese esfuerzo impagable que se refleja en tu moral de victoria y en los pasos que vamos avanzando. El amor por el hermano, el que más aporta, no se produce en los momentos de bonanza, donde ayudar resulta una tarea cómoda y hasta plácida. El amor que más suma es el surgido ante las dificultades. Mientas no asumamos esta circunstancia, los pasos serán lentos y cortos. Recordad esa enseñanza tradicional que nos revela que los verdaderos amigos son aquellos que permanecen junto a ti en los momentos difíciles. Ya se sabe, los que están a tu lado por mera conveniencia, desaparecen en cuanto la tormenta amenaza con un temporal.
Después de unos segundos en los que los dos jóvenes parecían reflexionar sobre el reciente discurso del Delegado, León quebró el silencio con su voz…
—Cuánta razón tienes, jefe. Es un buen método para diferenciar a los auténticos amigos y para alejar a los falsos. Los hay que están en tu barco mientras que el rumbo sea el que a ellos les conviene. Eso sí, si la nave gira, rápidamente son los primeros en abandonarla, por si acaso. Y uno corre el riesgo de quedarse más solo que la una.
—Por eso que he comentado, quería transmitirte mi enhorabuena, Sonia.
—¿Por qué? —preguntó la joven con curiosidad—. No acabo de entender el motivo de esa felicitación, que por supuesto, agradezco porque proviene de una voz cualificada como la tuya.
…continuará…
Que bela mensagem do Sr. Hipólito e o casal compreendeu o quanto temos que aprender para evoluirmos!
Bendita sejam as pessoas que chegam em nossa vida para nos auxiliares, você é uma delas. `Por isso não me canso de ser grata, já que aprendi muito com suas publicações. Obrigada querida amigo.
Muito obrigado por suas palavras, amiga Cidinha. Pode ler o poema de hoje «Poesia do além» no Facebook e vai entender melhor meu trabalho. Grato sempre e ótimo fim de semana.