—Así es, Sonia. Digamos que la adquisición del conocimiento te aporta una satisfacción intelectual. Y luego, la aplicación a la vida real de ese saber que has asumido, contribuye a una sensación de felicidad inigualable. Es el camino del estudiante que se esfuerza sentado muchas horas delante de una mesa repasando una y otra vez sus libros, pero también su inmenso gozo cuando llega el día en el que se presenta a los exámenes y los supera con excelentes calificaciones. Bueno, aquí tienes a tu lado el mejor ejemplo de lo que digo. El bueno de León debió invertir mucho esfuerzo y sacrificio para vencer todo el proceso de oposición y obtener finalmente, su plaza definitiva como funcionario del Ministerio de Hacienda. Supongo que habréis hablado más de una vez de ello. El mérito, a él le corresponde, no le llegó en un sorteo de lotería. Por otra parte, cuando aplicas lo aprendido a la realidad, ya en el campo experimental que constituye la existencia, no solo compruebas la gran alegría que supone, sino que además entras en un proceso donde tu conciencia te pide seguir aumentando tus conocimientos para realizar más y más prácticas en el futuro. Se trataría de un círculo virtuoso en el que, cuanto más aprendes, más necesitas poner en práctica tus conocimientos y en el que, cuanto más practicas, más impulso sientes parea aprender.
—Dios mío, don Hipólito —expresó la joven mientras que abría sus ojos como platos—. ¡Qué explicación más fascinante! ¡Cómo se nota que usted ya lleva años asumiendo ese increíble reto del aprendizaje!
—En mi experiencia personal, te confesaré algo interesante. Para mí, el estudio supone algo habitual. No me cuesta ningún trabajo leer, investigar acerca de por qué estamos aquí y cuál es nuestra misión en la existencia. No obstante, admito que las prácticas, en mi caso, han resultado más dificultosas. Soy alguien muy volcado en el terreno intelectual, feliz en el laboratorio de mi propia mente, pero que ha de hacer un esfuerzo para traducir ese saber al campo de los hechos. No me importa reconocerlo: a veces, me he dejado dormir en los brazos de la erudición y me ha faltado rematar la faena con el prójimo. A estas alturas, no pretendo engañarme. Eso resultaría absurdo en un hombre de mi edad. Resumiendo: me hallo satisfecho con mi tarea intelectual, pero no tanto con mis prácticas. Está claro que preciso avanzar más en esto último. Creo que me he explicado.
—Desde luego que sí —añadió la dueña del café—. Se necesita gallardía para admitir esa verdad y por supuesto, humildad. ¿Le ocurre ese fenómeno a la mayoría de las personas?
—Pues todo depende del punto en el que se encuentren. Imagina a un estudiante de Medicina cuyo amigo le pide consejo porque nota un dolor en su cuerpo. No es lo mismo que ese hombre estuviese en el primer curso de la carrera a que le restase poco tiempo para completar sus estudios. Por tanto, a cada uno se le exige de acuerdo a su grado de preparación. Lo contrario sería injusto ¿verdad, Sonia? Eso no significa que al principiante se le pida poco, sino que se le exige acorde a lo que puede dar. Cada uno de nosotros se sitúa en un estado evolutivo distinto y este se configura en función de su historia, es decir, según lo que haya avanzado en el pasado. Todas las aportaciones son válidas, porque Dios sabe perfectamente del estado en el que se hallan cada una de sus criaturas. Siendo más concreto, las almas necesitan invertir más esfuerzos en aquellos campos en los que se muestran más ignorantes o más débiles. En relación a lo que comentaba antes, yo tengo claro que para mí resulta más fácil el estudio que la práctica. Estoy convencido de que nací con esa tendencia. Sin embargo, habrá seres a los que por otras razones, les será más sencillo practicar lo que ya han aprendido. Caminamos hacia la Verdad, pero cada cual acorde a sus particularidades. Ya lo sabes, lo esencial es avanzar, no permanecer estancado Ese trayecto es absolutamente individual, pues aunque todos tengamos el mismo origen, desde el mismo momento en el que nos ponemos en marcha, cada espíritu sigue su peculiar camino.
—¡Cuántas cosas ignoro, don Hipólito! Cómo ansío saber más y más. Estoy nerviosa por empezar cuanto antes.
—Querida, permíteme que te diga que tú has comenzado desde hace mucho tiempo. Solo hay que observarte para darse cuenta de ello. Para ti, supondrá un gran avance impregnarte de todo lo expuesto en “El libro de los espíritus”. Nuestra ruta es infinita y nunca se detiene. Y si algún día llegaras al conocimiento máximo, eso supondría para ti la inmensa responsabilidad de ayudar a todos cuantos te rodeasen. ¿Te parece pequeño el reto? ¿Te lo puedes imaginar?
—La verdad es que me cuesta trabajo. De todas formas, siempre he pensado que para empezar bien, lo mejor es tener un alto nivel de motivación. Y ahora mismo, siendo sincera, tal y como yo me veo, estoy dispuesta a arrancar fuerte.
—Todo tiene su tiempo y su ritmo de estudio. No conviene obsesionarse, querida. Continúa con tu trabajo habitual, con ese amor que has desplegado desde hace años a los demás, con tu actitud favorable, con esa buena disposición para apoyar al prójimo. Ya verás cómo el conocimiento irá arraigando en tu mente y cómo esta te irá conduciendo por el buen camino. Sin duda, ya llevas mucho aprendido y esto, en vez de servir para que te recrees en lo conseguido, para que te conformes, simplemente te impulsará a conseguir aún más. Como verás, las cosas materiales nos satisfacen hasta cierto punto, pero tienen un límite muy claro, que es la saturación, o incluso el hartazgo. En cambio, todo lo referente al aspecto espiritual, jamás te sacia por completo, sino que se convierte en una fuente de la que sigue manando agua siempre. En este sentido, somos insaciables, como lo es nuestra capacidad para amar a los demás. Esa es la suprema ley que debe gobernar nuestro comportamiento. Fijaos, amigos, no hay nada nuevo en mis palabras, nada extraño que no haya sido escrito antes en los libros de sabiduría. Todo esto ya ha sido proclamado por los mejores sabios de la historia. Miremos hacia dentro y mantengamos la conciencia despierta: seamos conscientes de nuestras debilidades y de nuestros desafíos. Esa conciencia es la herramienta, la mayor obra de Dios, el instrumento que le permite al hombre saber dónde se encuentra, en qué estado evolutivo se halla. Bueno, hay algunos que prefieren continuar con los ojos cerrados y hacerse los indolentes. Hay de todo en esta vida. Os he puesto las cartas sobre la mesa. A cada uno le queda por descubrir el significado de los retos pendientes.
…continuará…
Belíssimo capítulo, o progresso do Espírito.
Obrigado, Cidinha. Ótimo fim de semana.