SONIA Y LEÓN (66) La delicadeza de una mano

2

—Pues sí, don Hipólito. Si le soy sincera, ni yo misma me lo explico. Yo estaba descansando en el sofá de mi casa, porque tenía fiebre debido a la gripe que cogí la otra semana. Cuando menos lo esperaba, mi madre, fallecida hace unos años, se me presentó en la habitación. Estuvimos hablando un buen rato y luego, nos despedimos, porque ella, aunque fuese un espíritu, se mostraba agotada.

—Interesante relato… —comentó el Delegado mientras que se servía un poco de vino.

—Al poco de desaparecer la figura de mi madre, llegó León, que había salido a comprar unas cosas. Lo más curioso es que experimenté una mejoría increíble en mi estado de salud. Pasé del cansancio a la frescura, mi dolor de cabeza se evaporó y hasta él me palpó la frente y se dio cuenta de que la fiebre se había esfumado. Ni rastro de todos aquellos síntomas que me habían dejado extenuada. Sin embargo, las sorpresas aún continuaban. En unos segundos, se me metió en la mente un nombre: Hipólito. Le suena, ¿verdad? La sensación que tenía es que debía contactar con alguien que respondiera a ese nombre. Como no recordaba a alguien así de mi entorno, le comenté el caso a León y claro, él se acordó de usted. Lo demás, ya lo sabe.

—Ahora lo entiendo todo. Una pregunta, Sonia. ¿Desde cuándo ves espíritus?

—Lo que es ver con la claridad que contemplé a mi madre, fue la primera vez. Lo más llamativo en mí, es que desde que era adolescente, tocaba a las personas y entonces, multitud de informaciones sobre ellas acudían a mi cabeza. Se trataba de datos acerca de cómo se sentían, de su carácter, o de las circunstancias por las que atravesaban. Bueno, de hecho, conocí a mi novio a través de ese mecanismo. Él se lo podría confirmar.

—Desde luego. León ya me hizo la otra jornada un pequeño resumen del modo en el que os habíais conocido. Resultó espectacular. Veamos. Si os parece bien, vamos a efectuar un pequeño experimento sobre lo que está ocurriendo. Venga, coge mi mano y me dices lo que llegue a tu mente. Después de todo, creo que ya estás acostumbrada a este proceso. No debe ser nada nuevo para ti.

—Claro que no. Por mí, no existe ningún inconveniente. Solo un apunte, señor. ¿Está usted seguro de lo que me ha propuesto? Lo digo porque, a veces, surgen cosas que nos pueden resultar incómodas. ¿Lo comprende?

—No te preocupes; correré ese riesgo.

Tanto Hipólito como León permanecieron mudos y expectantes, mientras que la mano de Sonia iba apretando poco a poco la del Delegado. El silencio casi se podía palpar en aquel amplio salón bellamente decorado. Los dos hombres aguardaban a que la voz de la joven comenzara a explicar aquello que, a través del tacto, estaba percibiendo.

—¡Oh, Dios mío! Ahora comprendo. Este encuentro no ha sido casual. Obedece a unas razones muy concretas. ¡Qué sensación más agradable noto en usted! Es el reflejo del gran amor que vive en su corazón. ¡Cuánto quería usted a su mujer…! Carmina era su nombre y le amaba con locura. Todo ese cariño era recíproco. Continúa enamorado de ella, con qué fuerza, pues era su gran pasión y sufrió mucho al perderla. Tranquilo, señor, porque está tan cerca de usted… Creo saber la causa por la que he venido a su casa, bueno, me refiero a todos nosotros. Don Hipólito, usted es un estudioso de estos temas porque su mujer era una médium, alguien en contacto con los espíritus. Yo estoy aquí para que usted dirija mi camino y tú, León, me acompañas para aprender y orientar tu vida hacia la compasión. Resulta increíble, Dios mío, pero me invade una fragancia inmortal que penetra mi alma. ¡Cómo huele a jazmín de primavera! Ni que estuviésemos en el paraíso.

—Lo siento, lo siento… no puedo evitarlo… tenéis que disculparme —expresó el Delegado entre suspiros—. Es que para un viejo como yo no es fácil llorar ante desconocidos, aunque desde que habéis cruzado la puerta de mi hogar, ya no lo sois tanto.

—Don Hipólito, no debe afligirse —añadió en tono afectuoso Sonia—. Lo que le pasa es completamente normal y con sus lágrimas, lo único que denota es la intensidad de su amor. Doy gracias por ser partícipe de esta historia tan maravillosa, por haber compartido esa emoción tan arrebatadora que lleva por dentro.

—¿Está ella aquí? ¿Puedes ver a mi esposa?

—No, don Hipólito. No tengo control sobre esa capacidad, pero sí puedo sentirla. Y ¿sabe cómo me he dado cuenta? Por su perfume. Seguro que esa esencia era su favorita.

—En efecto, así es. Le encantaba la fragancia a jazmín.

—Todo lo que he expresado desde que me dio su mano es lo que he recibido a través del pensamiento. Creo que usted lo llevaba dentro y simplemente, al tocarle, lo ha compartido conmigo. La intimidad de su trato con Carmina ha traspasado mi alma, aunque ya sabe, las palabras se quedan cortas a la hora de traducir los sentimientos. Eso sí, al menos nos aproximan a la realidad de lo acontecido.

—Eres increíble, jovencita. ¿Ves, muchacho? El otro día te quedaste muy corto a la hora de describirla. Con todo lo que me has contado, pienso que os merecéis conocer la historia de mi vida, que es la crónica de mi amor con Carmina.

—Estaremos encantados de escucharle —añadió León.

—Yo también me noto expectante. ¡Qué interesante! Un momento, ya sé quién es usted. Ahora lo entiendo. ¿Te has percatado, León?

—¿Entender? ¿El qué, Sonia? —preguntó el joven con gesto de absoluta sorpresa.

…continuará…

2 comentarios en «SONIA Y LEÓN (66) La delicadeza de una mano»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

SONIA Y LEÓN (67) La muerte cabalgando

Jue Abr 29 , 2021
Share on Facebook —Pues está claro, cariño. ¿Recuerdas el sueño que tuve y aquel paseo de domingo por la playa hablando de ese tema? —Es cierto, no hace mucho de eso. —Pues ya ves, don Hipólito era la figura que aparecía en ese sueño, aquel hombre con aspecto de sabio […]

Puede que te guste