SONIA Y LEÓN (59) Testimonio de un espíritu

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—Lo sé, Sonia. Me llevó tanto tiempo tomar conciencia de lo sucedido… Tras salir de casa, estuve marchando por las marismas cercanas, vagando como un fantasma que no sabe por qué está allí, pero con una penosa impresión por todo lo ocurrido. Solo tenía una obsesión: deshacer lo hecho. De forma compulsiva, intentaba vomitar aquella maldita mezcla de fármacos, a fin de volver a la vida a la que yo misma había renunciado. Era tal mi obsesión por regresar en el tiempo, por retornar al momento justo en el que me iba a tragar aquel mejunje de muerte, que durante no sé cuánto adquirí el hábito de regurgitar por mi boca aquella mezcla letal que había ingerido para ver si con un poco de suerte, me sentía capaz de aparecer de nuevo en mi cama, despierta en mi dormitorio.

—Entonces, mamá, sufriste un arrepentimiento espontáneo…

—Sí, sin cesar. Desde esa época oscura, tengo náuseas continuas, aunque gracias a Dios y de tanto pedirlo, han aminorado en su intensidad, lo que me ha proporcionado otro horizonte por vivir.

—Ay, madre, yo sé que hiciste mal, que abandonarse al aniquilamiento no es bueno para los que viven en la carne y me recrimino a menudo mi actitud, por no haber estado más pendiente de ti.

—Hija, no has de reprocharte nada. Eras solo una jovencita. Fue mi debilidad la que propició mi deseo de querer acabar con todo. Te lo digo desde el corazón: yo no quería morir, solo pretendía aliviar mi terrible sufrimiento, escapar de esa locura que es vivir sin un sentido, sin una meta. Ya ves que la lección fue a la inversa, que escapar no era el remedio, que habría tenido que luchar para salir del pozo oscuro que suponía mi existencia. Ni siquiera tu padre, con todo su amor por mí, pudo rescatarme, pues yo, previamente, había rehusado combatir.

—Por favor, dime solo una cosa. ¿Has podido ver a papá, has podido comunicarte con él?

—Esa es la otra gran noticia que puedo darte junto a mi infinita alegría por contemplar cómo has madurado. Pasé mucho tiempo, no recuerdo cuánto, deambulando por los humedales que hay al sur de la ciudad, entre las aguas superficiales y la vegetación. Había tanta niebla que estuve pensando si estaba en otros parajes diferentes a los de mi infancia. Después de cavilar hasta la extenuación, de revivir la escena de mi agitado fin hasta el hartazgo, de vomitar una y mil veces aquel sabor a química que sabía a negrura y acidez, a muerte y olvido, un día, en mi desesperación repetitiva, tuve un amago de razón, de lucidez, que me hizo sentir como distinta. Fue el momento supremo en el que experimenté una extraña pero confortable sensación de esperanza. Sin saber por qué, noté como si la serenidad me abrazara suavemente, lo que me permitió vislumbrar mi realidad desde otra perspectiva. Cómo sería mi sorpresa cuando para superar mi incertidumbre, giré mi cabeza hacia atrás y pude distinguir la figura de tu padre.

—¿De veras? Y ¿cómo resultó ese maravilloso encuentro?

—Ese adjetivo se queda corto, Sonia. El lenguaje de las palabras es incapaz de explicar las emociones que yo experimenté en esas circunstancias. No venía solo, sino que le acompañaba un señor cuyo rostro jamás había visto antes, pero que con su mirada, le indicó a mi Gabriel que podía aproximarse a mí y abrazarme.

—¡Ay, mamá! Lo que yo hubiera dado por estar presente en esa escena inmortal del más allá. ¡Cómo nos habríamos abrazado los tres y qué larga conversación habríamos mantenido!

—Así lo creo yo también, hija. Sin embargo, en mi mundo actual el tiempo se rige por “relojes” diferentes a los del tuyo. Aquí es escaso el tiempo para lo improductivo y abundante el espacio para trabajar y reflexionar sobre los asuntos que determinan nuestro destino. Oh, si yo hubiese sabido de esa gran verdad antes de perpetrar mi destrucción corporal, cuántos momentos de aburrimiento habría borrado de mi memoria, cómo habría tratado de no entrar por cualquier medio en el túnel de la desesperanza del que no pude escapar. Es la consecuencia de abandonarse al tedio, en vez de luchar por orientar tu vida hacia metas útiles de progreso.

—Tras ese abrazo, ¿de qué hablasteis?

—Más que una charla, lo que hubo fue un intercambio de sentimientos muy vívidos. Solo con su mirada, entendía perfectamente el significado de su silencio. Sus lágrimas, al verme, brillaron como reflejo de diamante y sus ojos eran luceros que me expresaban su amor profundo y a la vez, su disgusto por haberme perdido a causa de mi depresión. Él tenía muchas cosas que reprocharse, lo que le provocó durante un tiempo una gran carga de angustia, al sentirse culpable por no haber podido evitar mi suicidio. Cuando delante de mí, se manifestaba más turbado, giró su cuerpo hacia atrás y apuntó con su mano a la figura luminosa que permanecía a unos metros de distancia. Bastó con una sonrisa de aquel ser que lo había conducido hasta mi presencia para que tu padre recobrase los ánimos, se me acercase al oído y me revelase en la intimidad que yo debía pronunciar un nombre.

—¿Pronunciar un nombre? ¿Cuál, mamá? No te entiendo.

—Yo te lo explicaré, mi querida niña, pues se trataba del nombre de una persona, o mejor dicho, el de un alma bendita que desde aquella inolvidable jornada, se encargaría de asistirme, de velar por mí y de aclarar todas esas dudas y miedos que me atenazaban por dentro.

—Pero, madre, todo eso que me dices es una auténtica bendición, un regalo del cielo. Es como si te hubiesen dado la oportunidad de superar todo ese malestar, toda esa ansiedad que te causó la salida irracional y abrupta de la existencia física sucedida en esta misma casa.

…continuará…

4 comentarios en «SONIA Y LEÓN (59) Testimonio de un espíritu»

  1. Unos se aferran a la vida y otros la acortan! lo malo de esas idas y venidas es que no recordamos! pero es un gran consuelo saber que podemos reencontrarnos yque hay la posibilidad de enmendarnos. que gran suerte para Sonia tener esas dotes! quiza todos tengamos y pocos sean los acordados. vivir sin metas, sin una razon,lleva a mas depresion, tristeza. Interesante Capitulo!!

    1. Ya lo decía, Víktor Frankl, el psquiatra de Viena que sobrevivió a Auchswitz. Él superó esa vivencia trágica porque, a pesar de todo, le halló un sentido y eso cambió para siempre su vida. Besos, Samora.

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