SONIA Y LEÓN (23) Rumores

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En la mañana del lunes…

—Pero, jefa —comentó sorprendida Elisa—. ¿Qué horas son estas? Hacía ya mucho tiempo que no llegabas tarde.

—Pues sí, tienes razón —respondió Sonia con gesto de cansancio—. Escuché el reloj y ya ves, como si estuviese sorda.

—¡Ay, ay, ay, que una ya ve por dónde van las cosas! Mucho me temo que el fin de semana ha sido movidito. ¿Me equivoco?

—¡Qué va! Bueno, sí; imposible disimular contigo, chica. Has dado en el blanco. Debe ser la cara que traigo. No obstante, quiero que sepas que, aunque me notes cansada por fuera, por dentro me siento más que satisfecha.

—A ver si te aclaras, Sonia. ¿Satisfecha o muy satisfecha? Que la curiosidad me arrastra.

—Más bien lo segundo, diría yo. En fin, me voy a hacer otro café. El de casa se ve que no ha surtido mucho efecto.

—¿Y puede saberse si ese caballero tan apuesto del norte tiene alguna relación con esa repentina fatiga?

—Tiene mucho que ver, el condenado. Me ha dejado exhausta por completo.

—Pero, por Dios, ¿qué ha ocurrido? ¿Es que habéis estado treinta y seis horas en la cama sin parar?

—Ja, ja, no es eso exactamente, Elisa, que tú siempre estás pensando en lo mismo. Lo que pasa es que hemos hecho muchas cosas y después de un domingo ajetreado, pues cuesta más trabajo volver a la normalidad de los lunes.

—Entonces, jefa ¿son ciertos esos rumores que ha traído el viento al respecto de un enamoramiento compartido entre un señor que acude a este local y la dueña del café Ágata?

—Caramba, Elisa, esto no es una charla entre compañeras, esto es un interrogatorio policial, pero para aclarar esas noticias, pues te diré que sí, que los rumores son ciertos. Sin embargo, esto no ha hecho más que empezar. Si bien la relación ha tenido un explosivo inicio, pues ya se verá.

—¡Eh, Carmen, ven aquí, chiquilla, que te estás perdiendo lo mejor del diálogo!

—Sí, ya, ¿y quién atiende a los clientes que van entrando? Que esto no es un autoservicio.

—Vale, mujer, que solo era un momento, que doña Sonia, aquí presente, y su hermoso caballero, han hecho migas. Bueno, y eso que tan solo se conocían de unos días. Se ve que los dos jóvenes han congeniado. Anda, Sonia, no te preocupes, que si hubiese sido por mí, yo ya me habría lanzado a sus brazos la primera noche. ¡Qué digo yo, esa misma tarde! Vamos, que has tenido buen gusto y que yo no habría tenido dudas. ¡Ay, Dios, qué envidia más sana me corroe por dentro! En fin, pues habrá que irse acostumbrando a verle por aquí a menudo. Si es que Hacienda está a menos de cien metros, jefa… Es más, rectifico, ese va a estar aquí todos los días poniéndonos los dientes largos.

—¡Qué exagerada que eres, Elisa! —afirmó la dueña mientras que terminaba de prepararse el segundo café de la mañana—. Mira, yo solo quiero que le aprecies, pero no que te lo comas, ni siquiera con tu mirada de leona.

—Eso, lo que faltaba, él, León y yo, leona. Has estado ocurrente sin darte cuenta. Ese es el mejor humor, el que te sale así, de natural. En fin, mantendré una distancia prudencial con ese joven economista, no vaya a ser que me quiera arreglar las cuentas y luego, para evitar que la que manda comience a sentir celos de su más leal colaboradora.

—Oye, yo habré venido a medio gas, pero a ti te han puesto las pilas a funcionar desde el primer minuto.

—Venga, Elisa —comentó Carmen abriendo sus brazos—. Que te gusta más una charla… Apresúrate, que aquí en la barra cada vez hay más desayunos pendientes. ¿Qué? ¿Dejamos el romance de actualidad para cuando se despeje un poco el local?

Pasadas unas horas, León entró en el café dispuesto a almorzar.

—Buenas tardes a las tres y no excluyo a nadie. Espero que hayáis tenido un buen inicio de semana. Os veo muy relajadas y el local bastante tranquilo.

—No es así, listillo —replicó Sonia en cuanto pudo—. Lo que pasa es que tú sales de trabajar a las tres y a esa hora, la mayoría de los que vienen aquí a comer, pues ya han terminado. Vamos, que en cuanto tú llegas, desaparece el barullo y se hace la paz.

—Ah, muy bien, pues no lo había pensado —expuso el joven mientras que se acercaba a la dueña—. Oye, Sonia, no es por nada, pero me noto un poco confuso.

—Pues dime cuál es el motivo de esa confusión, guapo…

—Es que verás, no sé si… —dijo León mientras que bajaba el tono de su voz—, no sé si debo tratarte con más confianza o sencillamente comportarme como un cliente más. ¿Qué opinas tú?

—No seas bobo, estas dos ya saben que nos hemos enrollado y que hemos disfrutado de un fin de semana sin descanso. Si las conoceré yo…

—Caramba, con qué poca intimidad me siento. Entonces, te ha faltado tiempo para contarles todo.

…continuará…

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