SONIA Y LEÓN (4) Segunda visita

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—Por supuesto que no me importa —respondió el hombre con tono convincente—. Recuerda que lo primero que me revelaste nada más llegar a tu local fueron tu nombre y tu apellido. Soy León Duarte, gallego, de veintisiete años de edad y soltero. ¿Quieres más datos sobre mí?

—Ay, no, no pretendía incomodarte, pero siguiendo tu gracioso juego, yo soy Sonia González, andaluza, de veintitrés años de edad y soltera.

—Vale, mensaje recibido. ¡Qué simpática! Por cierto, he comido muy bien. Y tranquila, que aunque me hubieses echado por encima agua hirviendo, no me habría molestado. Bueno, ahora me tengo que ir. Ya nos veremos por aquí, supongo. Eso sí, me gustaría disponer de más tiempo para charlar con calma.

—Cuenta con ello. Recuerda que aquí cerramos pronto, sobre las diez o diez y media. Verás, las tres necesitamos descansar para estar listas por la mañana.

—Muy bien, Sonia. Lo tendré en cuenta.

—Adiós, León. Fue un placer.

***

Coincidiendo con el viernes siguiente, a eso de las ocho de la tarde, León penetró en el Café Ágata y tomó asiento en uno de los taburetes que se extendían a lo largo de una barra que no superaba los cuatro metros de longitud.

—¡Eh, qué coincidencia! Ya veo que el incidente del otro día no te ha hecho desistir de tu segunda visita. ¡Cuánto me alegro, León!

—Caramba, con toda la gente que debe venir por aquí y te has acordado de mi nombre nada más verme. ¡Qué detalle, Sonia!

—De nada, caballero. Tú también has recordado cómo me llamaba. Te doy la bienvenida nuevamente.

—Pues ¿qué creías? Tengo voluntad y si en un sitio me tratan bien y soy aceptado, entonces, regreso.

—Buena deducción, sin duda. En fin, ¿qué te pongo?

—Pues a esta hora y para entrar un poco en calor, desearía una copa de vino tinto.

—De acuerdo, ahora mismo te sirvo —comentó Sonia con una agradable sonrisa dibujada en sus labios—. ¿Te gustaría picotear algo?

—Sí. Algo de queso estaría bien.

Mientras que la mujer preparaba la ración en la cocina, León, sentado a una distancia cercana, intentó iniciar una conversación…

—Oye, para empezar hoy el fin de semana, no hay mucha animación aquí. ¿No crees?

—Depende mucho. En cualquier caso, ya te dije que cerramos pronto. El domingo descansamos y los viernes y sábados retrasamos un poco la hora de irnos, pero no mucho. Más de las once de la noche, es raro. Además, este no es un lugar típico de copas. Para eso están los pubs que existen en la ciudad. Aquí funcionamos desde primeras horas del día y las noches, pues eso, están hechas para descansar y recuperar fuerzas. Esto requiere más trabajo del que cualquiera se pueda imaginar.

—Entendí. Tomaré nota en mi cabeza de vuestro horario —afirmó León mientas que daba un sorbo a su copa—. Al menos, podré quedarme un rato. Escucha, cuando tengas un poco de tiempo, me gustaría comentarte algo sobre la otra tarde.

—Claro, faltaría más. Yo soy la jefa y salvo que el café esté atestado, puedo permitirme el lujo de atender a mis clientes preferidos o de conversar con ellos.

—Ah, muy bien, se trata de un dato interesante.

—Mira, aquí tienes el queso; no te he puesto mucho, por si después quieres cambiar de sabor —dijo la mujer desde el otro lado de la barra—. Y en concreto, ¿cuál era esa curiosidad sobre la que deseabas hablar?

—Ah, sí, es cierto. Oye, el vino está bien, redondo y equilibrado.

—Me alegro de haber acertado con la elección del vino. Incluso dentro del mundo de las bebidas, no sé por qué, pero tengo un instinto especial para conocer los gustos de mis clientes. ¿Tú sabías que a las personas se las puede conocer por el tipo de bebidas que consumen?

—¿Cómo? ¿Es eso posible?

—Desde luego. No sabes lo que se puede llegar a aprender en un oficio como el mío. Pero retomemos el tema de antes.

—Bueno, tampoco tiene tanta importancia, Sonia, pero me gustaría preguntarte por lo que sucedió el otro día. Me considero un buen observador y en aquel momento, cuando me tocaste la piel con tu mano, pude sentir una reacción dentro de mí cuando te tuve que agarrar para que no te cayeses al suelo.

—¿Y cuál fue esa impresión?

—No lo sé con seguridad, pero percibí como algo extraño en tu mirada. Perdona si estoy exagerando, pero para mí fue como si hubieras entrado con tus ojos en el interior de mis pensamientos. Ay, discúlpame si me estoy metiendo en terrenos pantanosos… Fue una sensación extraña que nunca antes había experimentado, como si me hubieran atravesado el alma. Siendo un poco poético, diría que me sentí desnudo. Y no estoy hablando de ropa, precisamente. Te lo prometo.

…continuará…

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