¿Cómo se presenta el nuevo año que ahora se inicia? Pues como siempre, con desafíos mayúsculos que día a día nos harán crecer. A poco que estudiemos la evolución humana, la alternativa no deja de ser horrible, angustiante: el estancamiento. Y aún así, incluso en el peor de los escenarios, tal vez no podamos cambiar las circunstancias pero sí el modo en que nos enfrentamos a ellas, es decir, la forma distinta en que cada uno reacciona frente a los hechos que nos suceden. Y esto depende única y exclusivamente de nuestro libre albedrío.
Me encanta mencionar para ello el ejemplo del psiquiatra austriaco Viktor Frankl. En su magna obra “El hombre en busca de sentido”, narró sus terribles experiencias internado a lo largo de varios años en el campo de concentración de Auschwitz. Ni un solo miembro de su familia sobrevivió al Holocausto, pero él sí, pues henchido de sus más nobles sentimientos y de una fuerza moral arrebatadora, logró encontrarle un sentido a aquella experiencia desgarradora.
Ese es el drama del ser humano y a la vez, su grandeza, la capacidad para modificar su destino cada jornada, segundo a segundo. Por eso, como estamos sometidos a unas leyes naturales que rigen nuestra vida (básicamente la ley de causas-efectos y la ley del progreso), lo mejor que podemos hacer es continuar nuestro camino y si caemos, levantarnos y aprender la lección. No hay otra opción, pues la pasividad nos conduce a la parálisis y esta, a la ansiedad, a la locura. Es la única manera de obligarnos a avanzar, pues la Naturaleza no entiende de excusas: o sigues adelante o sudas dolor y sangre por cada uno de los poros de tu piel.
Recientemente, el periodista británico John Carlin escribía algunas cosas sobre el año que finaliza. Veamos las más importantes:
—La desigualdad entre los países ha disminuido. Las cifras de las Naciones Unidas demuestran que desde 1990 la enorme mayoría de los países en desarrollo han avanzado respecto a los desarrollados en cuanto a ingresos, longevidad y acceso a la educación.
—El año 2016 no ha sido ninguna excepción: por primera vez, seguramente en la historia humana, el número de habitantes de la tierra que vive en la extrema pobreza ha caído por debajo del 10 por ciento. El hambre en el mundo ha descendido también a su nivel más bajo en un cuarto de siglo.
—Por tercer año consecutivo se ha frenado la emisión mundial del dióxido de carbono producido por la quema de combustibles fósiles, la principal causa del cambio climático.
—Los habitantes de la Tierra gozamos de mejor salud que nunca. La expectativa de vida sigue creciendo en todo el mundo y las enfermedades más letales se cobran menos víctimas. Según la Organización Mundial de la Salud, el número de muertes ocasionadas por la malaria ha bajado en más del 50 por ciento desde el año 2000 y las víctimas mortales del VIH-SIDA se han reducido en similares proporciones. En enero de este año la OMS anunció que la epidemia del ébola en África occidental había sido erradicada. La mortalidad infantil mundial es la mitad de lo que fue en 1990.
Esto, evidentemente, con ser un gran avance, no nos libra de la maldad de la guerra, del narcotráfico, del drama de la inmigración, del paro, de la violencia, del fanatismo, de las enfermedades, de la agresión a los derechos humanos, del maltrato a los más débiles… Pero ¿hay que ser por ello pesimista?
Es conocido que el ser humano suele fijarse más en los datos adversos que en los positivos. ¿Por qué? Creo que resulta sencillo de explicar. Cuando analizamos lo que ocurre en la realidad, en muchos casos lo único que hacemos es proyectar sobre ese análisis nuestras carencias, nuestros defectos, nuestros temores, en definitiva, nuestra imperfección. Nuestras sombras interiores se arrojan sobre el mundo que nos rodea. De este modo, lamentamos el número de niños que mueren en los hospitales en algunos países, mientras que ignoramos la elevada cantidad de críos que son salvados a través de operaciones quirúrgicas o por la aplicación de tratamientos farmacológicos. Nos alarmamos ante la comisión de cualquier acto terrorista, pero pasamos por alto la gran cantidad de atentados que se evitan por la actuación de los diferentes cuerpos de seguridad. Nos obsesionamos con la muerte, pero nos olvidamos con facilidad que nunca antes en la historia de la humanidad hemos alcanzado tan alta esperanza de vida. Podría seguir indefinidamente…
¿Qué porcentaje de audiencia o de lectores tendría un programa de radio o televisión o un periódico que solo emitiera o publicara buenas noticias? ¿Quién no ha oído desde que tenía uso de razón la famosa frase “cualquier tiempo pasado fue mejor”? Ya el filósofo David Hume escribió en 1754 que «la tendencia a culpar al presente y admirar el pasado está profundamente arraigada en la naturaleza humana, y su influencia afecta incluso a quienes gozan del más profundo y equilibrado de los juicios». Por tanto, no estamos descubriendo nada nuevo. Sin embargo, como somos seres dotados de raciocinio, no estaría mal que adoptáramos otro punto de vista a la hora de examinar lo que acontece en el mundo o a nuestro alrededor. Nos hallamos inmersos en plena época de la “posverdad” (post-truth), donde el subjetivismo arrasa con más fuerza que nunca cegando a menudo a la razón y donde cada uno, busca las noticias en la fuente de afinidad que le es propia.
Conociendo el discurrir del planeta que habitamos, seguimos todavía sometidos a la tiranía más ruin que existe: la dictadura del egoísmo. ¿Para cuándo la revolución? Esa es la auténtica clave, el verdadero cáncer a extirpar. Por tanto, actuemos con las personas y las circunstancias más cercanas a nosotros, que probablemente será lo más práctico, no vaya a ser que de tanto quejarnos con lo mal que va el mundo, nos olvidemos de luchar por un entorno mejor de convivencia y de respeto con los más próximos. Seguro que si procedemos así, las pequeñas gotas de nuestro servicio contribuirán a multiplicar la dicha de nuestros semejantes hasta colmar de felicidad el cáliz de nuestro destino.
¡Feliz Año 2017! Hemos de trabajar duro, con disciplina y perseverancia. Nadie dijo que fuese fácil. Puedes cortarte una mano, arrancarte los ojos y hasta adormecer la voz de la conciencia, pero no hacerla desaparecer. Ella viaja con nosotros porque mora en nuestro espíritu. Un abrazo para todos.