A ti, hermano, que en aquella fatídica jornada decidiste cortar el lazo que te unía a un cuerpo:
Desconozco el tiempo que transcurrió desde tu aciaga elección, mas ahora que puedes escucharme, te digo: creías que con tu acto tus penas se acabarían, que tus sufrimientos cesarían y ¿qué ocurrió? Tu mente sigue pensando y hasta te sumerges en el mar de las más tempestuosas emociones. Pero ¿no te cansaste de repetirte a ti mismo que una vez ahogado tu hálito vital podrías descansar en paz y para siempre? Ya ves qué gran equivocación la tuya, creer que tus angustias concluirían y sin embargo, fue tan solo cerrar tus ojos para que tu alma se zambullera de nuevo en las aguas de este eterno ciclo de existencia que Dios nos regaló.
Sin embargo, no es mi intención recriminarte actitud alguna ni juzgarte. Solo Dios tiene capacidad para examinarnos y estoy seguro que acorde a su perfecta misericordia, sabrá situarte en el futuro en la mejor de las coyunturas para que tomes nota de lo acontecido. No vale la pena mirar atrás, ya que el fantasma de la culpabilidad querrá arrastrarte atrapado entre sus cadenas hasta los confines del abismo. No te apures, ya sucedió y ahora llegó el instante de tomar medidas, aquellas que te garanticen salir cuanto antes del lodazal y mirar con optimismo un mañana pleno de ilusiones. Créeme, ese horizonte de esperanzas no está tan lejos como imaginas. Solo ocurre que para percibirlo, primero debes desprenderte de ese manto denso y oscuro con el que te has cubierto hasta la cabeza.
Ya sé que sientes vergüenza, una profunda incomodidad por lo sucedido, esa especie de emoción ridícula que notamos en nuestros adentros cuando obtenemos algo completamente opuesto a lo que pretendíamos pero ¡caramba, estás vivo! que es lo que realmente importa y te aseguro que aunque pretendiste desaparecer del mapa, ahora puedes desplegar tu pensamiento, lo cual no es una condena sino la más bella de las liberaciones. Verás, si estuvieras “muerto” no podríamos estar manteniendo esta conversación ¿no crees?
Es posible que te observes en el rincón más tenebroso de la más insondable cueva o que te contemples desnudo, enjaulado y preso de los más sólidos grilletes. También sé de compañeros que como tú, se han escondido durante años aislándose en sí mismos, al rodear con sus brazos sus rodillas e introducir entre estas su cabeza, como fórmula perpetua para huir del tiempo y así no ver a nadie ni ser visto. Tal era la fuerza de su mancha. Tranquilo, amigo, sosiégate, toma conciencia de las cosas, de lo que realmente está pasando. Ese frio que te hace temblar, ese calor que parece consumirte hasta la piel, esa falta de aire que provoca tus sofocantes jadeos no son auténticos. Todo está en tu pensamiento, eso es lo que eres, lo que distingue a tu espíritu, pues este no precisa del soporte de la carne para ejercer su potestad, la que habrá de conducirte a la excarcelación de tus penumbras, al escapar de la prisión de gruesos barrotes en la que te sientes atrapado.
Sí, es cierto, tú tienes restos de sangre y de pólvora en tu sien, de ti veo el círculo amoratado alrededor de tu cuello y tú tampoco posees un buen aspecto con tus pulmones encharcados de un líquido viscoso. Amigos, calma, ¿no oísteis que la fe mueve montañas? Bastará una orden concienzuda de vuestras mentes para que la confianza se aposente de nuevo sobre vuestros castigados hombros. Ah, sí, tú me dices que ahora mismo no te encuentras con ánimos ni para reflexionar, pero te comentaré algo: el mismo hecho de que me estés escuchando es ya una favorable señal, pues supe de gente que no solo no oían sino que de ensimismados que se encontraban, ni siquiera levantaban sus párpados para dirigir su vista al frente.
No me sorprendo. A algunos yo les contemplé contorneándose por los suelos y rememorando hasta la saciedad en su imaginación la escena trágica con la que presuntamente deseaban poner fin a sus días de angustia. Era tal la fuerza de sus amargos recuerdos que hasta podían escuchar una y otra vez el “bang” de su disparo, su rostro coloreado por un lívido azul cianótico o las venas de sus muñecas escupiendo sin cesar riachuelos de espesa sangre. ¡Qué fenómeno tan digno de estudio! Reiterar sin pausa la secuencia de su propio asesinato, como si el sujeto permaneciera atado a la butaca de un enigmático cine en el que visionara de forma indefinida el plano de un anónimo crimen de alguien que ya no deseaba existir. Era como si una voz misteriosa le deslizara en el oído de su alma la necesidad de no repetir tan aberrante guion, ese papel que por muy desesperado que se observara, jamás debió protagonizar.
Y ahora me dices que basta ya de discursos, que lo que quieres son soluciones. Y yo me alegro mucho por esa respuesta de carácter proveniente de tu indómito corazón pero has de saber que yo no voy a resolverte nada. Mira, podrá parecerte duro, pero solo tienes que abrir tus ojos, sí, ese acto que durante años te has negado a realizar. Venga, no pongas esa cara de extrañeza. Por eso te he advertido que no sería fácil. Si has podido resistir la proyección del reportaje de tu propia muerte, seguro que serás capaz de asistir al estreno de tu nueva película, aquella en la que tendrás el cometido principal.
Escucha su argumento y dime qué te parece: tras una mala racha, un actor venido a menos resurge de sus cenizas y comprende que a pesar de sus titubeos iniciales, tan solo podrá volver a alcanzar su anterior fama y éxito si supera una serie de pruebas que le harán más fuerte y experimentado. Que sí, que nadie te va a quitar el papel ni te va a sustituir a última hora. Esta empresa de la que te hablo no despide a sus empleados y en esta ciudad nadie oyó hablar del fenómeno del paro. Todos trabajan y su gestión es ejemplar. ¿No ves que se halla dirigida desde lo alto?
En fin, ya te lo comenté antes. Te expuse que yo no resolvería tus dificultades, tan solo te invitaría a abrir tus ojos y a fijar tus pupilas en tu próximo objetivo. La mano de Dios es pradera tan extensa que concede tierras de labor para cada de uno de sus hijos. Quizá esta última que te fue otorgada no la cuidaste con la debida diligencia o simplemente la dejaste secar porque la tarea de sembrar semillas de esperanza y recoger sus frutos te abrumó. Venga, ya pasó, seguro que entendiste la lección, amigo. Ahora que hiciste un esfuerzo para tomar conciencia, te será dada una nueva oportunidad para labrar tu futuro. Por favor, yo te pido que no la desaproveches y que a partir de las conclusiones extraídas, realices tu trabajo de la mejor manera posible. Pero recuerda que es tu responsabilidad. Y una última cosa que te hará sonreír de alegría: no dudes jamás en pedir ayuda si es que la necesitas. El Padre asignó muchos obreros para asistir a sus criaturas en dificultades.
Suicidas del mundo ¡rebelaos! Vuestra voluntad puede más que vuestro ayer. Nada está perdido. Retirad el velo de la ignorancia que habéis engordado con vuestras dudas, pues somos inmortales. Caísteis, como muchos tropezamos ante los baches del camino, pero la infinita bondad de Dios permite levantar la mirada y reemprender el sendero de la redención, aquel que nos conducirá a través del conocimiento y del amor junto a su bendita presencia. No permitas nuevamente que Él derrame lágrimas de compasión por subestimar los dones que te entregó. Y ahora, ponte en pie, regocíjate y vuelve a luchar por una vida a la que nunca moriste.