Suicidas del mundo: rebelaos (I)

         

Dirijo este manifiesto a unos y a otros, a los que viven aún en la esfera material pero tienen intención de atentar contra sus vidas o a los queridos hermanos que habiendo consumado tan espantosa acción, se hallan dispuestos a escuchar unas palabras sobre tan delicado asunto.

A ti, que como yo, aún te vistes con el traje de la carne, yo te digo:

Retira las manos de la culpabilidad de tus oídos y escucha a la voz de tu conciencia. ¿Que no la conoces? ¿No será que has secado su eco de tanto acallarla? ¡Pero si es la chispa depositada por el Creador en tus entrañas y jamás te traiciona! ¿Se apoderó de ti el señor de la desesperanza o fuiste tú el que con tus pensamientos convocaste al caballero del desaliento? Te diré algo importante: Dios nos regaló la existencia por un acto de su voluntad y nos dio libertad para que tomáramos decisiones durante nuestra andadura por ese camino que es la vida. Perdona la acidez de mi discurso pero ¿por qué pretendes arrogarte un poder que solo a Él corresponde? ¿No crees que resulta ingrato no valorar lo más esencial que posees y que el Creador te donó en un acto de inmenso amor?

Discúlpame si te he resultado hiriente con mis enunciados, mas si me concedes permiso, procuraré empatizar contigo y compartir aquello tan trágico que te pueda estar sucediendo.

Levantas tu cabeza, lo ves todo negro, crees que no saldrás de tu actual coyuntura y yo te expreso: ¿acaso no nos creó Dios como criaturas inmortales? ¿No oíste hablar del testimonio de tantos espíritus que después de abandonar sus cuerpos siguieron pensando y sintiendo y al fin “palparon” con sus dedos la realidad del mundo inmaterial? No pretendo seducirte con mi exposición, pues a nadie se persuade si no es él mismo el que primero se convence, pero al menos permite que te describa mi racional explicación por si al menos te hiciera replantear tu destructivo impulso.

Todos los problemas, absolutamente todos, tienen arreglo. Es una cuestión básicamente de enfoque. Por eso, el conflicto no se sitúa fuera de ti, como muchos plantean erróneamente, sino dentro de tu ser. Argumentas que te quieres despedir de este mundo porque te resulta cruel, porque no aguantas más las presiones del día a día o porque te ves sin fuerzas para enmendar tu trayecto. Mira, has de cambiar tu perspectiva: lo que tú denominas “obstáculos sin remedio” son solo estimulantes desafíos, retos a los que has de enfrentarte si pretendes seguir con rectitud tu camino de instrucción. Nadie firmó en tu libro de bautismo que tu existencia fuera a ser fácil pero ante las dificultades que surgen, es conveniente cambiar la óptica con la que divisas el paisaje de tu rumbo.

Insisto, amigo: habitamos un cuerpo, por tanto, somos durante una minúscula parte del tiempo de la evolución, pajarillos ansiosos de conocimientos atrapados en una jaula. Todos queremos salir de ella cuanto antes y el medio más efectivo no es otro que el del aprendizaje. Pero ¿no ves cómo esas avecillas se afanan por saltar de sus nidos al vacío y se empeñan en surcar los cielos con sus alas? Suicidarse consiste en permanecer en tu escondrijo indefinidamente por no querer lanzarnos a la aventura de la vida, en organizar tu destino en torno al lecho de tu propia mazmorra, en taparte hasta la coronilla con la gruesa manta de tu pesimismo, aquel que algún día y azuzado por el dolor de las tinieblas, tendrás que expulsar de tu credo más íntimo. Reflexiona, camarada. ¿Quieres seguir jugando al escondite o beber de una vez del cáliz de tus pruebas? Todo se soluciona cambiando el encuadre de tu introspección. Al igual que sucede con las aves, su dicha y también la nuestra, es volar.

Piensa en los niños que acuden a la escuela o en tu etapa de estudiante. ¿Acaso te regaló el maestro el aprobado? ¿No tuviste una jornada en la que por fin se hizo la luz en tu cabeza y llegaste a la conclusión de que o te ponías a preparar la materia o suspenderías? ¿Por qué no aplicas tan efectivo método a los problemas del presente? Mira, hermano, existen cuestiones cuya solución dependen de ti, de la actitud que adoptes y del comportamiento que apliques. No busques más excusas. Si ello es así, ponte a trabajar y no pierdas tu precioso tiempo en lamentos estériles que te suman en el barro de la inacción. Y si esos problemas que tanto te agobian no dependen de ti, entonces y solo entonces es cuando procede cambiar de enfoque. A veces, creemos que poseemos más poder del que realmente tenemos. ¡Ay, ese orgullo traicionero! Hay que ejercitar la humildad, sí, eso he dicho, la “humildad” y reconocer que existen coyunturas en las que solo cabe la resignación, la serenidad, pero no vividas con frustración o desespero sino con una sana reflexión que te lleve a distanciarte emocionalmente y a templar tu ánimo. Vale un esfuerzo, pero cultivar tu capacidad para aceptar las adversidades te hará fuerte en el futuro.

El gran psicólogo Albert Ellis llegó a una conclusión esclarecedora que se halla en estrecha relación con este grave asunto. Entrecomillo sus palabras pues resultan de gran valor:

“Hay gente que acude a mi consulta con una idea central en sus cabezas y de la que están plenamente convencidos. Se trata de la necesidad de no tener responsabilidades en sus vidas ni atravesar momentos difíciles para sentirse a gusto y felices”.

“Al pensar de este modo, intentan evitar las situaciones complicadas para no enfrentarse a ellas, lo que termina por provocarles inseguridad y una merma de su autoestima. Además, hay circunstancias difíciles que no podemos evitar y el simple hecho de tener que afrontarlas puede conducirnos a la desesperación”.

“La creencia racional alternativa a este planteamiento se basa en que sería maravilloso que la vida transcurriera apaciblemente y sin excesivas complicaciones, pero como la experiencia nos demuestra que no es así, es preferible afrontarlas. También sabemos que la postergación de los problemas solo consigue que se agraven, por lo que tarde o temprano hay que encararlos. Muchas veces comprobamos que a la hora de hacer frente a esos problemas, tampoco es tan “terrible” como imaginábamos y que el mero hecho de desenvolvernos en ese tipo de situaciones nos produce satisfacción y si nuestro comportamiento no es el correcto, al menos nos servirá para aprender de los errores y hacerlo mejor la próxima vez”.

Genial, como siempre, mi admirable Albert, ese gran estudioso del funcionamiento de la mente humana. Tú, querido hermano, verdugo empecinado en el lado oscuro, esclavo de tus sombras, pareces querer aplicar hasta el extremo el enunciado citado en negrita. Dime ¿quién te nombró juez cuya sentencia inapelable troncha la raíz de tu existir? ¿Acaso no viniste al mundo llorando al absorber tu primer trago de aire? Es lo primero que hiciste ¿ya no lo recuerdas? Y ese mismo llanto te aportó las indispensables fuerzas para sobrevivir e iniciar tu andadura por este planeta de pruebas donde la desidia y la desmotivación se pagan muy caras, ya que el trabajo que no hagas hoy lo tendrás que realizar mañana con el correspondiente pago de intereses.

Pero ¿no te das cuenta? ¿No ves que portas en tu mochila una carga de fatigosas piedras? Cada una representa el lastre de los desafíos a los que no has querido mirar, las pruebas aún pendientes de resolver. Venga, no te engañes. ¿No sería mejor que en vez de lamentarte tanto por el peso de los guijarros, te volvieras hacia tu espalda y vaciaras poco a poco tu zurrón? ¿Lo has captado? Hasta para eso es preciso que movilices tus recursos. Compruébalo por ti mismo, no existe el vacío, la inercia no te permitirá salir del atolladero, tan solo te hundirá un poco más en las aguas pestilentes de tu apatía.

Nada ni nadie están en tu contra, nuestro camino inmortal se rige por sus propias leyes y estas te invitan a incorporarte del suelo, mirar hacia el frente y reanudar tu marcha con renovados bríos. Nada está perdido, salvo que tú quieras permanecer en la oscuridad por no pretender descorrer la tupida cortina negra que te ciega a la luz, la que transmite la ilusión por vivir y el anhelo por superar los exámenes en el aula de la vida. ¿Nunca te has parado a hablar con un repetidor de curso? Seguro que no se alegraba de su indiferencia en el ayer ni de sus retrasos injustificados a la hora de estudiar sus asignaturas. Aprende del vecino, atesora su experiencia y toma la lección del compañero para que no te pase a ti lo mismo. Puedes caer una y mil veces pero no está de más recordar que cada vez te costará más levantarte por el cansancio acumulado. Ah, por cierto, todos dicen que no es recomendable presentarse al ejercicio demorando su preparación justo para la noche anterior.

¿Qué más puedo aconsejarte, querido hermano de tribulaciones? Te lo resumiré: voluntad para erguirte, pues se acabó el tiempo de mirar hacia abajo y mucha disciplina, pues solo el tesón y la perseverancia consiguieron vencer a las huestes oscuras de la pasividad, aquellas que pretenden mantenerte en el anonimato de la indolencia y que se carcajean con el despropósito de tu propio abandono. ¡Levántate ya, sin titubeos! Delgadas farolas de luz cuyo tamaño se irán agrandando para alumbrarte bien, se te irán apareciendo para animarte durante el trayecto y reforzar tu tenacidad. Dios no desampara a ninguna de sus criaturas, mas es preciso que estas anhelen ser ayudadas. Ni siquiera el buen Padre pretende coartar el libre albedrío de sus hijos. Su infinita misericordia es transportada en volandas por sus celestiales mensajeros y se aplica sobre las castigadas mentes de sus destinatarios en cuanto estos proclaman la expresión más sublime que puede gritar un antiguo suicida: ¡¡¡quiero vivir!!!

Nuevamente, imploro tu comprensión si he herido tus pensamientos. Mi intención es ofrecerte mi mano, no pasarla por tus hombros para compadecerte inútilmente, llorar junto a ti y entonces despeñarnos juntos. A menudo, reconducir tus pasos requiere el uso de palabras enérgicas, las cuales no van cargadas de una vana agresividad sino de una compasión que te permita recobrar la ilusión. Llegó el momento crucial, aparta la venda negra que cubre tus ojos, esa funesta prenda que te impide reaccionar ante los obstáculos de la vida.

Ahora, amigo de ruta, ya lo sabes, la decisión es tuya. Antes de renunciar, mírame, te regalo una sonrisa rebosante de amor para tu corazón atribulado. No estás solo, los buenos espíritus quieren hablarte y acariciar con el soplo de sus palabras tus mejillas henchidas de dolor, pero es preciso que abras de par en par las ventanas de tu alma. Únicamente así, el aire fresco podrá penetrar en la casa de tus pensamientos y dispersar tus más oscuros nubarrones.

…continuará… 

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